𝐗𝐕𝐈. 𝐋𝐔𝐂𝐑𝐄𝐙𝐈𝐀 𝐄 𝐋𝐀 𝐒𝐔𝐀 𝐃𝐄𝐂𝐈𝐒𝐈𝐎𝐍𝐄

498 46 16
                                    

DIECISÉIS. LUCREZIA Y SU DECISIÓN

Unos breves minutos después, todavía entre sus brazos y abrazando tiernamente su cintura con las piernas, consiguió calmarse

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Unos breves minutos después, todavía entre sus brazos y abrazando tiernamente su cintura con las piernas, consiguió calmarse. Luca había ocultado toda preocupación peinándole aquellos cabellos hacia atrás; jamás pretendió causarle semejante reacción. Estaba avergonzada por haberse comportado así, aunque tampoco se arrepentía. Las terribles circunstancias eran decepcionantes para su corazón. Ahora, permanecía sentada entre ambos hombres, escuchando al italiano.

Principessa, consigliere. —la nombró primero por respecto; después, vislumbró a ambos hermanos, hablando con preocupación—. La familia Luciano mató a Dario y a Sebastian. Nadie sabe quién seguirá.

Mierda, ¿qué carajo está haciendo Paolo? —respondió Vincenzo. De repente, estuvo incorporándose por la inminente furia—. Mierda, ¿quién demonios permitió que tales circunstancias sucedieran? Lucrezia pudo haber controlado mejor el negocio, incluso desde la distancia.

Pronto, la mencionada cerró los ojos. Ella nunca debió haber realizado semejante tontería ni abandonado Italia por una simple venganza. La diferencia entre Vincenzo y Lucrezia era abismal: ambos podían ser inteligentes y estratégicos, pero solo ella nació siendo Cassano. Nunca hicieron hincapié en tal conclusión, aunque resultaba cierta.

Paolo siempre fue indiferente. —Luca, hablando con suavidad, miró atentamente al consigliere, y después a la principessa—. Se dice que la policía planea atraparlo, así que piensa escapar.

Es mi culpa. Yo nunca debí haberme ido.

¡Maldito infeliz! —exclamó Vincenzo.

Lucrezia se incorporó; estaba alterada.

No, principessa. Es culpa de Paolo, no suya.

A una distancia poco prudencial, tres coreanos intentaban entender el peligroso rumbo de la conversación. Lucrezia misma había olvidado completamente su presencia; estaba, en realidad, demasiado alterada tecleando números en aquel celular. Ahn Ki-seok traducía las palabras comprendidas, mirándolos con mucha atención.

— No sé mucho. Parece que varias personas murieron, y el consigliere insultó a alguien. Lucrezia dijo que nunca debió irse.

Entonces, ambos italianos guardaron silencio. Lucrezia había marcado velozmente el número de su consanguíneo, apretando los puños, y había puesto altavoz. Ni siquiera permitió que él hablase primero.

Paolo, ¿cómo te atreves? ¡Miserable cobarde! —gritó, sorprendiendo incluso a los coreanos que, usualmente, la consideraban impasible. Estaba estremeciéndose debido a la frustración—. Ve a esconderte; tu hermana solucionará este desastre que montaste durante mi ausencia. Pagarás, cretino, por haberme escondido información tan importante.

LUCREZIA CONTRA BABEL | Jang Han-seoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora