𝐈𝐗. 𝐕𝐄𝐍𝐓𝐈 𝐌𝐎𝐃𝐈 𝐃𝐈 𝐀𝐌𝐀𝐑𝐄

940 73 18
                                    

NUEVE. VEINTE MANERAS DE AMAR

Lucrezia no creía lo que escuchó

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Lucrezia no creía lo que escuchó.

Tenía, por primera vez, el corazón dividido. No podía entender. La propuesta fue demasiado repentina, no tenía respuesta alguna; se le quedó mirando algunos segundos que parecieron eternos, sin beber o comer nada, tan solo vislumbrando al joven empresario. Jamás destacó leyendo el lenguaje corporal de las personas, aunque, debido a su expresión entristecida, asumía cuán estresado estaba. Demasiado asombrada para ofrecer respuestas.

Existían incontables limitaciones referentes a un romance serio, a distinguirse como «novio y novia»; no solo debido al evidente caos manifestado entre sus familias, sino también al peligroso mundo donde subsistía Lucrezia Cassano todos los días. La propia mafia pretendió asesinarla, no temiendo ninguna traición directa; en algún momento, debía presentarse en Italia para encarar a Paolo, y eso traería muchos más problemas de los usuales. Ningún ser humano común estaba preparado para convivir con una pareja mafiosa.

Agotada, se echó los hermosos cabellos hacia atrás; el semblante, manifestando determinación. Lucrezia no mentiría, aunque muchas personas terminasen heridas debido a la honestidad. En la mafia, solo incompetentes mezclaban trabajo con sentimentalismo, y no existiendo ninguna relación formal entre ambos, restaban pocas opciones.

Adesso non posso.

— ¿Ahora no puedes? —había aprendido italiano o, por lo menos, comprendía a qué estaba refiriéndose. No era ningún imbécil—. ¿Y reflexionarías sobre quedarte cuando todo termine? Vincenzo pretende destruir a mi hermano, pero ¿me destruirá también?

— No hemos podido siquiera matar a tu hermano. Han-seok estará, eventualmente, sospechando sobre nuestros encuentros, aunque, por supuesto, sean clandestinos. Esto es todo lo que puedo ofrecerte. Las alegrías efímeras y mi propio cuerpo. ¿Qué más podría otorgarte, vita mia, cuando mis manos yacen ensangrentadas?

— Podrías quedarte. —respondió, tomando su mano diestra; su tacto gozaba de suficiente energía para hacerlo feliz. Sin embargo, ahora mismo, quería respuestas. Han seo ya no lucía nervioso, sino extremadamente determinado—. Quédate. Te conozco, Lu; esta vil despedida terminará rompiéndonos el corazón.

— No me pidas que me quede, Han seo, y no pediré que te vayas.

— Lo entiendo. Te gusta Han-seok, entonces.

— ¡Dios, nunca pretendería causarte tal daño! Te quiero como nunca he querido a nadie; pero vivo, subsisto, en un mundo donde sobrevivir es complicado, y no puedo traerte a mi infierno. ¿Entiendes?

Pero él no quería entender. Han seo, manteniendo un semblante entristecido, terminó incorporándose del asiento hasta vislumbrarla con aquellos ojos apagados. Toda esa atmósfera romántica desapareció. Durante toda una vida sufrió maltratos inhumanos; golpes, quemaduras y desgarradores insultos. Estacarse en esa alegría efímera que ofrecía Lucrezia podía ser brillante por algún tiempo, hasta volverse nula. Ya había pasado por demasiadas cosas.

LUCREZIA CONTRA BABEL | Jang Han-seoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora