𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈. 𝐒𝐔𝐋 𝐅𝐈𝐍𝐀𝐋𝐄

498 38 10
                                    

DIECIOCHO. SU FINAL

Todo obtiene su merecido final

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Todo obtiene su merecido final.

Hubo un sonido sordo producto del disparo y una bala dorada mató inmediatamente al hombre que imploraba seguir viviendo. Los pocos sobrevivientes gritaron atemorizados. Era el cuarto cadáver yaciendo encima del suelo, justo a los pies de esa mujer. Lucrezia inspiraba, tranquila; entre sus delicadas manos, el revólver azabache que solía acompañarla a cualquier lado, y su dedo índice acariciaba el gatillo manteniendo una gentileza impresionante. Nadie pudo calmar esa desolación ofreciendo información pertinente, jurándole lealtad, implorándole salvación mientras besaban sus pies. No recapacitaba. Escuchaba lamentos, pero nunca tuvo compasión.

— ¿Alguien más me dará excusas baratas?

Los hombres sollozaron; nadie habló. Ella volvió a acariciar el gatillo, otorgándoles un disparo de advertencia, y hubo más gritos. Todos morirían producto de su avaricia. Lucrezia tenía el abrigo azabache colmado de sangre salpicada; su rostro, ensombrecido por el odio, esbozando una perturbadora hermosura. Ya no quedaba ninguna humanidad dentro de su corazón. No los mataba porque estuviese pretendiendo sacarles información, sino por su incompetencia; los asesinaba, entretenida, buscando tranquilizarse.

Han seo llevaba desaparecido cinco horas. Fue secuestrado. Los miserables que debieron protegerlo habían huido teniendo unos sucios billetes entre sus manos. De haberlo dejado con algunos hombres italianos, eso nunca habría ocurrido. Esa ocasión, sin siquiera pensar, disparó a un atemorizado muchacho, matándolo al instante. Una repugnante montaña de cadáveres yacía apilándose; asqueada, acabó asesinando a los últimos sobrevivientes sin misericordia, y abandonó grácilmente aquella abandonada fábrica.

Fuera, con las manos metidas en los bolsillos, manteniéndose sereno, permanecía Vincenzo. Tras notar su presencia, acabó acercándose buscando algún hematoma o símbolo de lucha. Los hombres fueron repugnantes cobardes desamparando a Han seo, pero nunca quisieron violentar o humillar a Lucrezia.

— Tenemos que proseguir, sorella mia.

— Ya lo sé. Necesitaba despejarme.

— Estamos perdiendo el tiempo.

Lucrezia no respondió; estaba, todavía, furiosa. Ambos hermanos se marcharon de esa fábrica abandonada, subiendo al lujoso automóvil perteneciente al italiano, iniciando camino hacia su departamento. Naturalmente, demostraban su preocupación de diversas maneras. Vincenzo estuvo sujetándole la mano algunos minutos durante aquel desalentador trayecto, jurando que la ayudaría.

Eventualmente, Lucrezia fue calmándose.  

  

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
LUCREZIA CONTRA BABEL | Jang Han-seoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora