Capítulo 29

72 4 0
                                    

—¡Pero por Dios, Clarissa, ten más cuidado!—Exclamó Apolo Souviere, mientras era salpicado por algunas gotitas de pintura.

La remodelación llevaba algunos meses en proceso, y sin duda, el humor de Clarissa cada vez era mucho más alegre, parecía que a medida que remodelaban la casa, remodelaban una parte de Miss Gallagher. Realmente lucía mucho más radiante, más alegre, más amable, porque no había necesidad de perder su esencia por culpa de cosas que ella no podría haber manejado, o que jamás podría cambiar. 

Los ayudantes de la casa se encontraban ayudando con todo lo que concernía a la pintura, a la organización y a la cocina, pero no desde la residencia, sino desde el chalet del otro lado de la piscina, donde Clarissa y Alan estaban hospedandose mientras finalizaba la remodelación. Había perdido ya la cuenta de la cantidad de gente en su casa, porque no sólo eran ellos, sino también muchos periodistas sedientos de chismes, para los que Clarissa siempre tenía una sonrisa, y un esposo amoroso al lado que se salpicaba de pintura a propósito para hacer creer que esa era un proyecto de pareja, que era el primer proyecto del matrimonio Gallagher, y que eso sólo indicaba una cosa: todo marchaba excelente.

Apolo había llegado hacía unos minutos, sin anunciarse como era propio de él, y con el lastre de su servidora pegada a su espalda: Louise Zhadanov ahora era el trofeo, era la nueva señora Souviere, y la que ahora se pavoneaba, moviendo sus caderas de lado a lado para lucir hermosos y costosos vestidos, accesorios, y zapatos. Clarissa y Beth se encontraban riendo, hasta que el grito de Apolo las hizo detenerse, y poner su rostro más serio y temperamental. Clarissa sin querer había manchado la ropa de Apolo con su brocha.

—Oh, Apolo, bienvenido a mi casa—Respondió con la mayor serenidad. 

—No quiero tu puta bienvenida—Seguía iracundo—. Quiero ver a mi hijo y rescatarlo un poco del circo infantil que ahora estás montando.

—Oh, pero qué mal educado estás, Apolo—Clarissa dió dos pasos al frente, poniendose justo en frente de su suegro—. Se supone que la amargada e impertinente era yo, pero por lo visto, es un mal contagioso.

El mayor sólo la observaba, destilando odio.

—¿Dónde está Alan?—Exclamó una tercera, de cabello rubio.

—Está en el chalet, descansando en su habitación—La miró fijamente a los ojos, y ella, aunque intentó oponer resistencia, dio vuelta a la mirada—. Por cierto, no te lo vayas a coger bajo mi techo, sería una falta de respeto con la casa de su esposa, y con la presencia de tu nuevo esposo.

—Tú ya no me dices que hacer—Retrocedió, para acercarse nuevamente a Clarissa.

—Siempre te dije qué hacer—La señaló con la brocha, haciendo que sin querer, unas gotitas de pintura llegaran a su costoso vestido—. Oh, ahora pueden ir combinados, ¿No es acaso romántico?

—¿Sabes acaso cuánto cuesta este vestido?—Vociferó molesta, tratando de limpiar la mancha.

—¿Eres tonta, verdad?—Contrapreguntó Clarissa, dejando salir una carcajada—La primera vez que te probaste uno de esos fue gracias a mi clóset.

Beth rió también, y hasta Alan que acababa de llegar a la escena. A Apolo no le hacía nada de gracia la escena.

—Cuida tus pasos, Clarissa, que algún día tu lengua va a limpiar el piso de mi casa—Acarició con su mano el mentón de ella, dejando un beso en su frente.

—Papá, creo que mejor nos vamos, quiero salir de aquí—Interrumpió Alan, mientras tomaba a Louise del brazo y los llevaba hacia la salida.

—Si, suegro, a mi querido esposo le hace falta despejarse un poco—Respondió, mientras caminaba junto a ellos hasta la puerta de salida—. Los abrazaría, pero no quiero seguir arruinando sus trajes costosos, pero cuidense mucho, que les vaya muy bien.

Y los empujó fuera de la casa, cerrando con fuerza la puerta.

—Alan, ¿Qué carajos te está pasando?—Exclamó Louise, extrañada por el comportamiento del joven.

—¿Qué les pasa a ustedes?—Respondió con molestia.—Se veían ridículos discutiendo con Clarissa, ¿Qué no ven que estaba burlándose de ustedes en su cara?

—¡Clarissa te está cambiando!

—Me estoy cambiando yo mismo por el sacrilegio que tengo que hacer ahí dentro.

—Además, mi hijo deberá ser un hombre si quiere comandar toda la jugosa parte que tendremos de la compañía—Terció Apolo.

—Y ya deja de comportarte como mi madre, sólo firmaste un documento.

—Que me da más derechos que a ti—Sonrió con satisfacción.

—Clarissa tiene razón, eres demasiado tonta.

Y siguieron su camino en silencio hacia la cabaña.

Unas semanas después, la residencia estaba totalmente pintada y llena de vida gracias a las nuevas modificaciones que habían hecho: balcones nuevos, una terraza preciosa, colores más llenos de luz, y unos enormes ventanales en la entrada que permitían ver los renacidos jardines hacían parte de las modificaciones de las que Clarissa se sentía supremamente orgullosa. Sabía que sus padres habrían amado ver tanta luz, tanta paz.

Alan renovó su clóset, y sorprendió a Clarissa con un gusto exquisito para la decoración, optando por una habitación de color blanco y negro, combinada con madera clara para que se viera más urbana sin quitar su toque ejecutivo y maduro. Clarissa combinó madera oscura, con color blanco y rojo vino, rompiendo por fin con el lazo que tenía con su habitación rosa y dorado, que siempre la hizo sentir más niña, manipulable e incapaz. Le recordaba su desdicha, le recordaba todo lo que había tenido que pasar, lo mucho que se perdió a si misma y lo que le costó encontrarse, lo que solía ponerla melancólica cada que los recuerdos inundaban su mente.

La única habitación intacta fue la de sus padres, y aunque se lo recomendaron, ella aún no estaba lista para dejarlos ir completamente, aún quería sentir cuando podía ir a su habitación y darles un abrazo antes de dormir, cuando les llevaba café en las mañanas y se quedaban viendo la televisión por un rato, cuando con su mamá cambiaban las flores de los jarrones los domingos. Era su completa decisión y tendrían que respetarla.

—Mierda, ya se hizo tarde—Masculló entre dientes, molesta porque su alarma no sonó a tiempo. 

Corrió como loca para poder terminar de maquillarse, y poder pasar un poco del aire del secador por su cabello y poder lucir medianamente presentable. Salió a toda velocidad de su habitación con su bolso en una mano, el blazer en la otra y las llaves de su auto, que al llegar a la cochera, no era su auto. Había tomado las llaves equivocadas y acababa de abrir el auto de su padre. Se detuvo, para respirar profundo, y entender la señal que le acababa de dar: calma. Siempre se lo decía, cuando la veía estudiando hasta altas horas, llorando a causa del estrés que sentía, y con la palabra le llevaba un chocolate de sus favoritos, para cambiar su ánimo. Era irremediable, iba a llegar tarde, pero al menos, no se iría tan rápido que podría causar un accidente, y disfrutaría de un viaje como conductora de la elegante camioneta negra de su padre.

—Gracias, papá—Dijo al cielo, antes de entrar al vehículo.

Llegando a su empresa, se encontro con la catástrofe del día: Louise se había caido por las escaleras, y Alan era responsable.

Contrato de matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora