Capítulo 11

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"No tuviste un tiempo de debilidad, sino de reconstrucción de tu fortaleza" Era la consigna que había guardado de la última sesión de terapia, donde soltó los últimos residuos de las cargas que llevaba encima y que no le permitían florecer como deseaba hacerlo.

Tres toques se hicieron escuchar en la madera de su puerta, y tras ella apareció una cabellera pelirroja que ondeaba con cada paso que daba, mientras en sus manos llevaba una bandeja plateada, con sándwiches, café, jugo de naranja, y demás delicias que componían un desayuno perfecto para empezar una mañana llena de trabajo.

—¡Buenos días, alegría! —Exclamó Beth, mientras ponía la bandeja sobre una mesita y se acercaba a su amiga que terminaba de prepararse para el día que le esperaba.

—Pero que animada está mi pelirroja favorita—Sonrió, levantándose de la silla para abrazar a su mejor amiga—. ¿Cómo me veo?

—Luces brillante como una estrella—Hizo una pausa y respiró profundo—. eres una estrella, y hueles magnífico.

Desayunaron juntas, charlando de todo lo que debía saber Clarissa antes de volver a empezar, todos los cambios que habían ocurrido durante esos días, las novedades y hasta los cotilleos de los pasillos, los cuales les gustaba estar siempre enteradas, por si debían hacer algo por alguien.

—Souviere ya tiene asistente—Murmuró mientras le daba una mordida a su sándwich—. Pero aún no tenemos el placer de conocer a la susodicha.

—Probablemente sea una de esas chicas que se derriten por él—Comentó la pelinegra—. Sé que es tan ególatra como para hacerlo.

—Y sé que el desayuno está delicioso, pero debemos salir ya o no llegaremos nunca—La chica señaló el reloj dorado que llevaba en su mano, e inmediatamente se levantó de la silla—. Te veo afuera.

Dejó un beso en su mejilla y salió de la habitación, dejando que Clarissa terminara de arreglarse, le faltaba un poco de labial y una buena cartera para arrasar en su regreso, era Miss Gallagher versión mejorada.

—A lo grande o a casa, nena—Se dijo a si misma frente al espejo.

Salió de la habitación y bajó las escaleras hacia el estacionamiento. El automóvil de Beth ya estaba en posición para salir, y el de ella estaba siendo estacionado justo al lado, como todos los días. Subió al vehículo, respiró profundo y lo encendió, empezando a avanzar por todo el jardín hasta la reja principal, sonriente, animada, lista para todo.

Juntas llegaron a la compañía, usando lentes oscuros, caminar firme y sonrisa ególatra, llena de fuerza y poder. Nadie podría contra ellas, ni siquiera una rusa rubia, con la que tuvieron que encontrarse de frente justo en la entrada, tomada de la mano con el joven Souviere. El cruce de miradas fue inevitable, pero corto, Miss Gallagher y Beth no mostrarían tanta atención como ellos dos deseaban.

Lograron tomar el ascensor en el último minuto, antes de que ellos dos pudieran alcanzarlas.

—¿Pero qué mierdas fue eso?—Exclamó. Su mirada lucía desconcertada, sorprendida—. De millones de mujeres que existen en Toronto, ¿debía elegir la que más odio me tenía?

—Clari, cálmate, eso no te hace bien—Susurró la pelirroja, acariciando su hombro—. Y estás entregándoles justo lo que desean.

—Estoy tranquila, cielo, pero no puedo negar que me incomoda su presencia—Respondió, tratando de tranquilizarla—. Aún tengo el trauma de verla en cuatro toda desnuda.

Llegaban al piso, justo al mismo tiempo que Alan y su asistente. Clarissa maldijo el haber puesto un segundo ascensor, y que justo ese día funcionara a la perfección. Por suerte ninguna se había quitado los lentes, y no se había visto como ponían en blanco los ojos al verlos "tan profesionales" mientras entraban a la oficina.

Contrato de matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora