Capítulo 37

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—Toc toc—Exclamó mientras tocaba a la puerta de la habitación de hospital donde seguía internada su mejor amiga.

—Pasa—Respondió con un tono de voz débil la chica pelirroja que aún seguía en cama.

Después de la sedación, Beth tuvo consulta con su psicóloga y su psiquiatra de confianza. Eran las responsables de su salud mental desde hacía años, y no era capaz de confiar en nadie más, Miss Gallagher se había encargado de conseguir a las mejores del país, y de solventarlas para su mejor amiga.

Entró y cerró la puerta tras ella, caminando despacio para no incomodarla con el sonido de sus zapatos. Beth sólo la miraba con extrañeza.

—¿Por qué caminas como caballo?—Exclamó, dejando salir una carcajada, seguida de un quejido.

—Hey, cálmate, yo sé que tienes unos chistes excelentes para contar, pero tendremos mucho tiempo cuando estés mejor—Se acercó a la cama y acomodó las almohadas, acariciando con suavidad su cabeza—. ¿Cómo te sientes?

—Extraña—Respondió, tomando su mano con suavidad—. Aún con todo esto, me siento demasiado tranquila.

—Es por los sedantes, preciosa.

—No, no, la sedación pasó hace horas, me refiero a la situación, a tener una cosa ahí en mi vientre—Dijo, señalando su panza—. ¡Sus latidos suenan muy fuerte!

—¿Te sientes en capacidad de tener un bebé tú sola?

Se hizo un silencio, una pausa tranquila, Beth respiró profundamente.

—Sabes que siempre quise ser mamá, quise tener una familia, y aún sin importar el origen de esta cosita, quiero que sea parte de mi familia.

La ilusión de sus ojos era innegable, brillaban de una manera que nunca en su vida había visto provenir de la pelirroja. Sus palabras la transportaron inmediatamente a su niñez, a los juegos de infancia donde la chica era quien tomaba las muñecas de Clarissa para cuidarlas como hijas, se embarazaban las dos poniéndose almohadas en la panza y jugaban a ser madres. 

Esta vez no era un juego, era la vida real. Elizabeth ya no tendría una panza hecha de almohadas, sino una de verdad, de carne y muchos huesos, con un bebé real.

—Nena, ¿Estás bien?—Preguntó Elizabeth con preocupación al ver a su amiga mirando a un punto perdido en la esquina tras ella. 

Clarissa sacudió la cabeza y volvió en si.

—Lo siento, es sólo que me quedé recordando cosas del pasado.

—Usaba almohadas para quedar "embarazada", ¿no?—Rio mientras ponía su mano en su vientre y se acomodaba con suavidad en la cama—Ya no tengo que ponerme almohadas, ahora es de verdad.

—Y tu pancita real va a ser mil veces mejor que la de almohadas.

Y con los ojos totalmente vidriosos, Clarissa se acercó a su mejor amiga y la abrazó con fuerza, acariciando su espalda suavemente y cerrando sus ojos, llenandose de la paz que su mejor amiga le brindaba, aún más ahora que sería mamá.

Y sin darse cuenta, Alan había entrado en la habitación con sus manos tras él. Quedándose alejado de ellas, cerca a la puerta.

—Alan—Murmuró Beth, al verlo cerca a la puerta, con un gesto tan serio que hasta a Clarissa había puesto nerviosa.

Luego soltó tal carcajada que tuvo que contenerse un poco por estar tan débil. 

—Ven aquí, tonto—Invitó a que se acercara, con los brazos abiertos. —Abrázanos.

—No te quiero incomodar, Beth, de verdad—Dijo en voz baja, acercándose sólo un poco.

—No seas bobo, te lo estoy diciendo porque así quiero que sea, de verdad lamento lo que hice.

Y se acercó, hasta llegar a la camilla y abrazar a la pelirroja con fuerza, acariciando su espalda.

—Lamento como te lastimé, perdóname.

—Es entendible, de verdad soy un monstruo.

—No, tú no, tu padre si—Respondió, acariciando su mano con ternura—. Y aún así, le agradezco, porque voy a vivir algo que siempre deseé.

—¿Cómo?—Abrió los ojos tan grandes que casi salían de su rostro—¿Querías ser madre?

—Pues no en estas condiciones, pero claro que deseaba tener un bebé.

—¿O sea que seremos tíos?—Preguntó el joven, emocionado por la noticia. Tanto que había tomado inconscientemente por la cintura a Clarissa, que estaba tan nerviosa por su tacto que no podía articular una sola palabra.

—En efecto, serán los tíos más geniales del mundo—Respondió ella, tomando también la mano de su amiga—. Aunque esperen, ¿Desde cuando ustedes dos son tan unidos?

En ese momento, se dieron cuenta que estaban muy cerca, que Alan tenía a Clarissa de la cintura, y que ella no se había sentido incómoda con ello. Tomaron distancia apenas se dieron cuenta, quedando a unos 20 centímetros el uno del otro.

—Creo que mejor voy por algo de café—Dijo él, caminando en silencio hasta la puerta y cerrándola con cuidado.

Tenía las manos heladas, y caminaba tan rápido que apenas lograba ver a la gente para esquivarla. Temblaba como un jovencito que apenas tenía su primer contacto con una chica. ¿Por qué ahora Clarissa lo ponía tan nervioso? ¿Por qué llevaba semanas sin citar mujeres para tener sexo?

—¿Qué fue eso?—Preguntó Elizabeth, muy curiosa.

—Ayer nos besamos, Beth—Respondió, exhalando profundamente—. Llegamos después a casa y simplemente se encerró en su habitación. Luego me preparó de cenar y se fue a trotar.

—Pues con él es evidente que se está empezando a enamorar, por Dios, nada más debes ver como te mira—Tomó un poco de aire y siguió—. Pero, ¿Tú qué sientes?

—Pues, besa muy bien—Respondió la pelinegra, encogiéndose de hombros y esquivando la mirada de su amiga.

—Clarissa, dime la verdad.

Hubo un silencio seguido de un suspiro profundo.

—No quería, de verdad no quería—Exclamó, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas—. Pero es ahora tan diferente, y me da miedo, no quiero que esto sea una treta más de su padre.

—No lo sabrás hasta que no lo mires a los ojos y se lo digas.

—¿Y si es en serio una treta?

—Cielo, los ojos no mienten, y deberías alcanzarlo, ustedes necesitan hablar.

—Te amo, guapa, y a esa cosita que está ahí creciendo, pero tienes razón—Respondió, dándole un abrazo fuerte antes de salir corriendo sin tacones por todo el hospital hacia la cafetería. Alan estaba sentado en una mesa, charlando con una enfermera.

Pero no la miraba con lujuria, aunque ella lo mirara totalmente perdida. La sangre empezaba a arder en el cuerpo de Clarissa, impulsándola a acercarse.

—Amor, podemos irnos a casa—Dijo apenas se acercó—. Buenas tardes.

Alan estaba un tanto extrañado, aún así se puso de pie y la tomó de la mano.

—Adiós, que estés bien—Dijo antes de salir caminando de la mano de Clarissa hacia el estacionamiento.

Caminaron en silencio, abrió la puerta para que ella se sentara y luego él se sentó en su lugar. Clarissa puso unas coordenadas en el GPS.

—Conduce—Dijo.

—¿Qué te está pasando?—Dijo él extrañado por la manera en la que Clarissa estaba comportándose.

—Tú solo conduce.

Y puso en marcha el auto a toda velocidad, quería saber qué era lo que quería decirle su esposa.

Contrato de matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora