Capítulo 46

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Clarissa yacía en el suelo de la habitación subterránea, envuelta en un torbellino de emociones que parecían arrastrarla a un abismo de desesperación. El peso de la noticia la mantenía postrada, incapaz de encontrar la fuerza para levantarse y enfrentar la cruda realidad que se cernía sobre ella.

Las horas se deslizaban lentamente, marcadas por el eco de sus sollozos que resonaban en las paredes desnudas. El tiempo parecía estirarse hasta el infinito, mientras Clarissa se sumergía en la profundidad de su dolor, como si cada lágrima derramada fuera un tributo a la magnitud del amor que ahora se desmoronaba ante sus ojos.

Ni siquiera las comidas que le habían ofrecido lograban captar su atención, su mente y su corazón estaban demasiado ocupados por el peso de la tragedia que la envolvía. Buscaba desesperadamente algún resquicio de luz que pudiera filtrarse a través de la oscuridad que la envolvía, pero todo era en vano.

La voz de su captor resonó en la habitación, interrumpiendo momentáneamente su tormento emocional. 

—No lo intentes, Clarissa, estamos varios metros bajo tierra, no hay manera de ver el sol—, dijo con un tono que denotaba una mezcla de indiferencia y crueldad.

Agotada por la lucha interna, Clarissa se arrastró hacia la pequeña cama que habían colocado en un rincón de la habitación. Se dejó caer sobre el colchón, sintiéndose como una prisionera en su propio tormento. No podía moverse, ni siquiera encontrar consuelo en el abrazo de la noche. El tiempo se desvanecía en un flujo interminable de agonía, sin ninguna señal que marcara su paso.

Mientras tanto, en la superficie, sus captores disfrutaban de los placeres mundanos en un lujoso restaurante, ajenos al sufrimiento que habían infligido a su víctima. Souviere, con su habitual cinismo, sugirió llevar un postre a Clarissa, como si su angustia fuera solo un espectáculo más para su entretenimiento.

—Creo que la noche aún es joven como para irnos a dormir a nuestras aburridas casas—Sustentó la idea con un tinte de burlesco en su voz, el cual fue secundado con algunas risas de sus compañeros.

La idea fue recibida con entusiasmo por el grupo, que rápidamente se puso en marcha hacia el bunker en una camioneta de vidrios oscuros que apenas hacía unos minutos había arribado a la dirección donde le habían citado. Ellos, conscientes de la amenaza que representaba Alan, habían dejado sus vehículos personales atrás, tomando precauciones para evitar ser rastreados.

Mientras tanto, Alan se movía en las sombras, determinado a rescatar a Clarissa por su cuenta. Vestido de negro y ocultando cualquier señal que pudiera revelar su identidad. Con sigilo y delicadeza logró instalar un rastreador GPS en la camioneta de los captores mientras estos se perdían en la efervescencia de la noche. Esta vez no iba a ser descubierto, iban a lograr entrar a la ubicación exacta del lugar donde Clarissa estaba.

Alan regresó a su automóvil, estacionado a unos metros de distancia de la calle donde se encontraba la camioneta de sus captores. Sabía que debía ser cauteloso, pues su padre tenía un conocimiento detallado de todos los vehículos que ahora estaban bajo su control, desde la matrícula hasta los vidrios tintados. Un solo error podría poner en peligro todo el plan de rescate.

Justo cuando estaba entrando en el auto, una voz femenina irrumpió en el interior, haciéndolo saltar y golpearse la cabeza contra el techo.

—¡Maldita sea, Beth! ¡Casi me matas del susto! —exclamó, llevándose la mano a la cabeza para aliviar el dolor—¿Qué estás haciendo tú? Estás embarazada, recuérdalo.

—Lo sé, pero no soy inválida, puedo moverme —respondió Beth, con un tono de obviedad en su voz—. ¿Qué es lo que estás haciendo?

—Estoy actuando por mi cuenta porque no puedo soportar más esta incertidumbre. No puedo quedarme aquí sentado, preguntándome qué le están haciendo a mi esposa.

—¿Te preocupas por Clarissa mientras Louise espera tu hijo? —inquirió Beth, sorprendiendo a Alan.

—¿Cómo te enteraste? —preguntó él, con una mezcla de sorpresa y nerviosismo.

—Escuché todo —respondió Beth con calma.

—Ese hijo no fue planeado, te lo juro. No he estado con Louise en mucho tiempo —explicó Alan, con las manos temblorosas—. Ella es la esposa de mi padre, yo soy el esposo de Clarissa. Sería enfermizo si me acostara con ella.

—Entonces, ¿por qué estás tan nervioso? —preguntó Beth, buscando entender la situación.

—Estoy ansioso y angustiado porque acabo de colocar un rastreador en la maldita camioneta donde van a hacerle la vida imposible a Clarissa —confesó Alan, revelando la verdadera razón de su agitación.

—Mierda, Alan, eres un genio —respondió Beth, impresionada, dándole un golpe suave en el brazo.

En ese momento, un investigador se unió a ellos en el vehículo.

—No necesitas explicarme, sé lo que hiciste. Estoy siguiendo la camioneta en tiempo real con un dron espía —anunció el investigador, con una mirada determinada.

Dos horas más tarde, tenían la ubicación exacta de Clarissa. Quedaron impactados al descubrir que sus captores habían construido incluso un bunker para llevar a cabo su retorcido plan.

—Dios, mi padre cada vez logra superarse más—Murmuró mientras conducían a casa, para empezar a planear la manera en la que sacarían a Clarissa de allí.

—Pero no deja de ser un idiota, mira que no revisar un auto antes de subir no habla muy bien de sus habilidades—Respondió Elizabeth, acariciando suavemente su vientre—. Sólo espero que bebé me permita ir a buscar a su tía.

—Perdón que me meta, pero tú no vas a esta excursión, preciosa—Terció el investigador, mientras bajaba del auto y se dirigía hacia la casa.

—¡Les dije que estoy embarazada, no inválida!

—Tú lo has dicho, estás embarazada—Alan se acercó a la puerta de ella, para ayudarla a salir del auto—. Sería muy irresponsable de mi parte arriesgar tu vida y la de tu bebé.

Y a regañadientes aceptó, entrando a la casa para al menos poder escuchar el plan. 

Decidieron dividirse en equipos especializados: uno se encargaría de crear una distracción en la entrada del bunker para desviar la atención de los captores, mientras otro grupo avanzaría silenciosamente hacia el interior para localizar a Clarissa y asegurar su rescate. La distracción sería ejecutada por Alan, quien tendría que simular que está dispuesto a entregarles todo lo que Clarissa tenía posesionado, para que su padre confiara y le permitiera entrar, momento en el cual entraría el otro grupo, quienes ayudados por la vigilancia de francotiradores, podrían liberar a Clarissa y llevarla sana y salva, sin entregar ninguna de las cosas por las que trabajó.

El objetivo era tener a Clarissa en casa en el menor tiempo posible.

Contrato de matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora