Capítulo 48

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El caos estalló en el bunker cuando los disparos resonaron por todo el lugar. La policía, el ejército y el equipo de rescate de la empresa de Alan irrumpieron en la guarida subterránea, enfrentándose a los hombres de Apolo en un violento enfrentamiento.

Los hombres de Apolo eran pocos, pero estaban bien entrenados y armados. Con precisión mortal, dispararon contra sus enemigos, tratando desesperadamente de mantener el control de la situación.

En medio del tumulto, Alan se levantó de un salto de su silla y corrió hacia Clarissa. Con determinación en los ojos, se abalanzó sobre los hombres que la custodiaban, luchando con ferocidad para liberarla de sus garras, abrazándola con fuerza cuando por fin la tuvo en sus brazos. Estaba tan delgada que podía sentir sus huesos en sus brazos y su torso, y tan débil que apenas la tuvo en sus brazos, esta se desvaneció.

Mientras tanto, Apolo se levantó de la mesa con furia desatada. Dirigiendo una mirada llena de odio hacia su hijo, gritó con voz temblorosa de ira:

—¡Me tendiste una trampa, maldito!

Sus palabras resonaron en la sala, atrayendo la atención de todos los presentes. Con rapidez, los secuaces de Apolo se apresuraron a recoger los documentos del maletín, temerosos de que fueran arrebatados por Alan.

—¡Ni pienses que vas a poder llevarte estos documentos! —rugió Apolo, su voz retumbando en el aire tenso—. ¡Acaben con él!

El caos se apoderó del lugar mientras la familia Gallaher intentaba proteger los documentos y escapar hacia una puerta oculta en la sombra. Apolo, adelantándose a sus secuaces, entró en el túnel subterráneo junto con su esposa y los documentos que inexplicablemente había logrado arrebatarles, asegurando la compuerta tras de sí con una llave que llevaba consigo.

—¡Ustedes, los Gallagher, siempre tan ingenuos! —exclamó con desprecio antes de desaparecer en la oscuridad del túnel, dejando a los demás atónitos y confundidos ante su traición.

Los tíos de Clarissa y sus esposas miraron con incredulidad la puerta cerrada, comprendiendo demasiado tarde que habían caído en la trampa de Apolo. Con el corazón lleno de rabia y determinación, juraron recuperar lo que les pertenecía y vengarse de aquel que los había traicionado.

Los nervios nunca son buenos consejeros para nadie, y mucho menos en una circunstancia donde se juega la vida y la muerte, por lo que su primer instinto fue salir corriendo hacia la salida, con tan mala suerte que en el cruce de disparos uno de ellos fue a dar en la cabeza de Herman, y que al socorrerlo sus dos hermanos y su esposa tuvieron su mismo final. 

Alan y Clarissa seguían ocultos en el cuartito, con las armas de los captores en sus manos y ellos tirados en el suelo. Estaban tratando de esperar a que el fuego cesara para poder salir del bunker sanos y salvos.

—¿Estás bien?—Fue lo primero que se atrevió ella a decirle. Sentía un poco de nervios que no comprendía. ¿Era emoción o se sentía incómoda por la situación?

—Voy a estarlo cuando te saque de este lugar—Respondió con determinación, tomando con suavidad su mano para tranquilizarla—. Lamento haber tardado tanto.

Ella rompió en llanto desconsolada, lanzándose sobre él para abrazarlo con fuerza, buscando un poco de contención hasta que en su cabeza se cruzó el recuerdo del embarazo de Louise, que la hizo separarse abruptamente, haciendo que el rostro de su esposo tuviera un instantáneo gesto confundido.

—¿Qué sucede?—Preguntó extrañado, tomándola del rostro y observando cómo se retiraba con brusquedad.

Abrió la boca para responder, pero los hombres que los custodiaban empezaban a reaccionar lo que hizo que con todas sus fuerzas se levantara y que con ayuda de Alan pudiera salir de ese lugar corriendo, esquivando los últimos proyectiles producto del enfrentamiento. No podían pensar en nada más que en salvarse, por lo que la conversación debía quedar para otro día.

Corrieron por todo el pasillo a la mediana velocidad que el cuerpo débil de Clarissa podía, hasta que en un punto Alan decidió tomarla de su torso y sus piernas, y subir rápidamente las escaleras con ella a cuestas para poderla sacar de allí. 

Por fin estaba fuera.

Podía ver el prado, sentir el sol y el aire, por fin podía ver algo más que paredes blancas.

—Bienvenida a la libertad—Dijo él mientras la ponía en el suelo y la llevaba hacia la camioneta que la llevaría a su casa.

Lloró de felicidad, de satisfacción. Su pesadilla se había terminado, ya no temía por su vida y todo podría ser felicidad.

Hasta que un disparo se escuchó muy cercano a ellos. Luego un quejido proveniente de la voz de Alan. 

Al darse la vuelta, vio a su esposo desvanecerse en el suelo mientras la sangre empezaba a manchar su camisa y a esparcirse por el césped. Su único instinto fue gritar y llorar con todas sus fuerzas mientras corría hacia él y lo tomaba en sus brazos, tratando de que él aún tuviera conciencia.

Las personas que la esperaban en el vehículo corrieron a tratar de levantar al herido y llevarlo rápidamente a la camioneta. Clarissa trató de ayudar pero sus fuerzas no fueron suficientes, sólo pudo quitarse su suéter ya manchado y ponerlo sobre la herida para detener el sangrado en lo que podían llegar a algún hospital, a sabiendas que se encontraban a horas de la ciudad.

—Alan está herido, tendremos que cambiar de planes—Escuchó que el conductor de la camioneta dijo mientras hablaba por radio, e inmediatamente puso en marcha el vehículo para llegar lo más pronto posible a la clínica.

Clarissa trataba de que él mantuviera sus ojos abiertos, que siguiera respirando, lloraba desconsolada mientras cubría con fuerza la herida de su esposo.

—Te salvé—Pronunció él con notoria dificultad para respirar. Esbozó una débil sonrisa mientras trataba de mantener la mirada en los ojos de su esposa.

—Lo hiciste, pero por favor no hables—Ella acarició su cara con la mano que tenía libre, y se inclinó un poco para dejar un beso en su frente—. Por favor quédate conmigo, no te vayas.

—Come bien, por favor—Respondió él, esforzandose aún más para hablar—. Cuida mucho de Beth y de la bebé, porque mi instinto me dice que será niña.

—Alan, no, no te despidas, vas a llegar, vas a estar bien.

—Hubiera querido que nosotros también viviéramos ese sueño—Dijo al final, dio un corto suspiro y se terminó de desvanecer.

—Alan, no, no, no—Empezó a exclamar desesperada, poniendo sus dedos en su cuello y en su pecho para evaluar su pulso. Era débil pero aún tenía—. ¡Por favor ve más rápido!

Al llegar al servicio de emergencias de la primera clínica que apareció en el camino y que el chofer de la camioneta se bajara gritando que traíamos un herido, rápidamente un grupo de paramédicos acercó una camilla y con cuidado pusieron el cuerpo casi inconsciente de su esposo, cubierto de sangre. Ella corrió tras de ellos, pero su cuerpo en la entrada de emergencias no logró seguir, y también se desvaneció, siendo auxiliada por un grupo de enfermeras.

Contrato de matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora