Capítulo 1

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—Buenos días para todos—, el sonido de su voz era triste, apagado, sin vida—Gracias por venir.

La gran Residencia Gallagher, admirada por su imponencia, elegancia y sus jardines llenos de flores, vestía de luto ese día. En su salón principal acogía a todos los familiares y amigos de Herman y Anne Gallagher, sus dueños, fallecidos hacía apenas 24 horas. El cáncer le arrebató la vida a uno, el suicidio al otro, porque su juramento de amor no incluía la frase "Hasta que la muerte los separe".

Clarissa no pudo pronunciar más palabras, el nudo en la garganta que tenía desde que encontró a sus padres recostados en su habitación, uno al lado del otro y con los ojos cerrados, no desaparecía por más que lo intentara. Recuerda que sonrió, pensando que estaban dormidos, e intentó despertarlos.

Su mundo se rompió en mil pedazos cuando no los vio reaccionar a sus caricias, cuando sus pechos no subían y bajaban acorde a su respiración, cuando al tocar sus manos, ya estaban totalmente heladas. Ya se habían ido, sin dar tiempo para despedirse.

Habría preferido tener un funeral privado, acompañada de las personas que amaban sinceramente a sus padres, pero para su desgracia, entre cielo y tierra no hay nada oculto, toda la familia se enteró e inmediatamente manifestó su deseo de estar allí: "Queremos acompañarte en este duro momento" decían, para justificarse sin sentirse culpables mientras la abrazaban.

A su lado se encontraba Andrew, su novio, quien no se había despegado ni un momento de su lado, al contrario, la abrazaba cada vez con más fuerza, haciéndole entender que no estaba sola, que siempre lo iba a tener a su lado.

—Amiga, ¿Puedo robarme a Andrew un momento? —De repente Louise, una de sus amigas más cercanas, tomaba del brazo a su novio, distrayéndola de sus pensamientos—. Debo ir a casa para solucionar un asunto y no traje mi auto.

—Está bien—Respondió con desgano, esbozando una pequeña sonrisa, llena de dolor.

Y vio a su novio alejarse con su amiga, luego al mesero repartiendo el agua, veía cualquier cosa menos los dos féretros con fotografías acomodados justo en frente suyo, donde sus padres reposaban. Cada vez se acercaba más la hora de llevarlos a su última morada, y sería ese el momento en el que más serena debería permanecer, por ella, por sus padres, por su familia, que estaba siempre lista a lanzar cuchillazos cada vez que abrían la boca.

Ella era la única heredera de todo ese imperio que su padre y su abuelo habían construido a pulso, con todas sus fuerzas, y haría todo lo posible por conservarlo, salvo por algunas cláusulas en las que se contemplaban tres herederos más, dispuestos a sacarse los ojos entre ellos de ser necesario, para lograr quedarse con todo el poder.

Claramente, no lo iba a permitir, no mientras estuviera viva.

No había mucho ruido en el gran salón, la gente se limitaba a hablar en voz baja, cuchicheando mientras observaban los féretros y a Clarissa, que sentada en una silla y con los ojos cubiertos por lentes de sol, jugaba con su cabello mientras revisaba inquieta el reloj de su teléfono. No soportaba la hipocresía, y era justo lo que tenía que hacer.

Empezaba a caer la noche, oscura por la espesa niebla que cubría el lugar, y que con dificultad dejaba ver los dos coches fúnebres que aparcaron justo en el frente de la Residencia. Fue una de las pocas veces en las que Clarissa levantó el rostro y se levantó de la silla, caminando hacia el encargado de la funeraria, guiándolo hacia donde se encontraban ambos ataúdes, llevados entre varios hombres hacia los coches.

De repente, Clarissa salió corriendo hacia uno de los baños para vomitar hasta sus malos pensamientos, seguida de una de sus primas, sobrina de su mamá, que la buscaba para ayudarla a reponerse, y para llevarla en su auto hacia el cementerio, para evitar uno de sus arranques, que acabara llevándosela también a ella.

—¿Todo bien ahí adentro? —Preguntó la chica, mientras tocaba a la puerta—. Clari, es hora de irnos.

Se hizo un silencio por un momento, y luego la puerta se abrió, dejando ver a Clarissa totalmente pálida, exceptuando su nariz, y aún con los lentes puestos.

—Sí, sí, todo bien, solo algo que me cayó mal—Asintió varias veces con la cabeza para tranquilizarla, y la tomó del brazo—. Vamos.

Como si el clima lo supiera, había llovido todo el día, por lo que el cementerio lucía deprimente, desolado, y hasta tétrico, como los que aparecían en las películas de terror que solía ver cuando era niña junto a su padre, y que en las noches le provocaban pesadillas, para las que él siempre estaba con un vaso de leche caliente y una sesión de chistes que hacían que se olvidara de todo.

El lugar estuvo en silencio todo el tiempo, nadie se atrevió a pronunciar ni una sola palabra, limitándose a observar los lugares donde serían sepultados Anne y Herman, cumpliendo así uno de sus deseos al morir, unos cuantos días antes del suceso: ser sepultados juntos.

—Aunque su partida deje un gran vacío en los corazones de quienes los conocieron—El sermón del sacerdote comenzó, haciendo que algunas lágrimas salieran de los ojos de Clarissa—. Herman y Anne fueron excelentes personas en la tierra, y serán ángeles en el cielo.

Ni siquiera notó cómo Andrew y Louise llegaban al lugar, buscando hacer el mayor silencio posible mientras se ponían a lado izquierdo y derecho de ella, Andrew apestaba a perfume, y Louise claramente estaba despeinada, pero tampoco lo notó.

—Paz en sus tumbas.

Los féretros empezaron a descender hasta quedar dentro de las tumbas, haciendo que Clarissa desbordara en llanto, luego fueron cubiertos con tierra e identificados con dos lápidas de mármol en las que se leían sus nombres en letras doradas, junto con sus fechas de nacimiento, fallecimiento, y la frase que a ambos los identificaba: "Ni la muerte va a separarnos".

Los recuerdos llegaron como un torrente a su cabeza, su llanto era cada vez más sentido, su cuerpo se debilitaba. Lo último que recordó, fue que todo se puso oscuro, y que los brazos de Andrew la rodearon.

La noche avanzaba mientras el grupo se dispersaba, dejando a Clarissa y Andrew solos frente a las tumbas recién cubiertas. La lluvia, persistente y fría, arremetía contra el cementerio, creando un telón de fondo para la tristeza que inundaba el lugar.

Andrew, con voz suave pero firme, rompió el silencio:

—Clarissa, estoy aquí para ti, en cada paso del camino. Sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?

Ella asintió, incapaz de articular palabras entre sollozos. Andrew la abrazó con fuerza, compartiendo su dolor en un gesto silencioso pero elocuente.

—Vamos, te llevaré a casa. Necesitas descansar —dijo Andrew con ternura, guiándola hacia el auto mientras la lluvia seguía cayendo implacablemente sobre ellos.

Juntos, se alejaron del cementerio, dejando atrás las tumbas de los seres queridos de Clarissa. Aunque el dolor seguía latente en sus corazones, sabían que, juntos, encontrarían la fuerza para enfrentar el futuro incierto que les esperaba.

Contrato de matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora