Capítulo 43

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—¿Dónde está Clarissa?—Preguntaba Alan a Elizabeth en su oficina.

—Dijo que saldría a almorzar contigo y tu padre—Respondió, y luego cayó en cuenta de la persona que tenía en frente, abriendo sus ojos aún más—. ¿Tú qué haces aquí?

—Mierda—Exclamó él, propinándole un golpe seco a la pared—. ¿Por qué Clarissa es tan obstinada? ¿Por qué no entiende que en mi padre no se puede confiar?

Mientras tanto, nuevamente otra camioneta la perseguía.

El vehículo de color negro tenía sus vidrios totalmente oscurecidos, no llevaba placas de identificación, y claramente trataba de perseguirla y adelantarla para cerrar su camino. Clarissa trataba de adelantar, pero la camioneta lograba ponerse a la par de su velocidad. De la nada, otra camioneta apareció frente a ella, haciendo que se detuviera abruptamente en medio de una autopista totalmente desolada. Quería maniobrar su automóvil para salir de la encrucijada, pero a los lados también se estacionaron dos camionetas idénticas sin placa de identificación.

Fue aun peor cuando vio que descendían hombres vestidos de negro, armados, que se acercaban a su automóvil a paso fuerte. Empezaba a sentir tus manos temblorosas y frías, su cuerpo no le respondía como debía, y su mente sólo le decía una cosa: le acababan de tender una trampa, y había caído.

Uno de los hombres se acercó y golpeó suavemente el vidrio del automóvil, haciendo que ella lo bajara. 

—Señora Gallagher, usted debe acompañarnos—Abrió la puerta del automóvil y continuó—. Por favor no intente huir ni gritar, hagamos esto lo más sencillo posible.

—Está bien, pero por favor no me haga daño—Respondió con un hilito de voz mientras bajaba.

Otro de los hombres cubrió su cabeza con una tela de color negro, y así fue casi arrastrada hacia una de las camionetas, donde terminaron de esposarla de pies y manos, la dejaron en el asiento trasero y cerraron la puerta con un sonido metálico. Clarissa se encontraba en estado de shock, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. La mente le daba vueltas tratando de recordar si había hecho algo que pudiera llevar a esta situación, pero nada venía a su mente.

Inmediatamente después, la caravana de camionetas se puso en marcha, moviéndose en conjunto por la autopista desolada, los hombres que la custodiaban permanecían en silencio y aún desconocía sus identidades, no había logrado ver sus rostros, por lo que ni siquiera podía reconocerlos.

—¿Quién los envió a hacerme daño?—Preguntó, rompiendo el ambiente tenso que se respiraba dentro del vehículo.

No hubo respuesta.

Finalmente, después de un trayecto que le pareció eterno, las camionetas se detuvieron para luego abrir la camioneta y sacarla , aún con la cabeza cubierta, llevándola a una bodega totalmente abandonada y alejada de la ciudad. Clarissa analizaba el piso, sus pasos, para poder identificar alguna pista de donde se encontraba. No tenía idea de donde estaba.

La condujeron por pasillos oscuros hasta llegar a una habitación donde la dejaron sola, sentada en un sofá. La puerta se cerró con un golpe seco, dejándola en la penumbra. Clarissa finalmente pudo quitarse la tela que cubría su cabeza, revelando un entorno desconocido y siniestro.

La incertidumbre se apoderó de ella mientras intentaba comprender quiénes eran esos hombres, por qué la habían secuestrado y cuál era su destino. La única certeza que tenía en ese momento era que su vida había dado un giro aterrador y desconocido.

—No contesta—Respondió él, con cierto tono de desespero en su voz.

El desespero empezaba a poner nerviosos a Alan y a Beth, quienes ya llevaban casi 2 horas sin saber nada de Clarissa, no había rastros de su auto, y la policía aún no encontraba todos los archivos de cámaras de seguridad de los lugares donde pudo haber pasado ella en camino hacia el restaurante, donde Apolo había esperado por aproximadamente media hora junto con su esposa.

"Hijo, ella nunca se presentó, qué insolente." Fue la respuesta de su padre cuando lo llamó para preguntarle sobre el paradero de su esposa.

Las horas seguían pasando, ya se encontraban en casa dado que habían tenido que ayudar a dormir a Elizabeth, cuyas emociones fuertes podían afectar a su bebé. Alan en ese momento estaba totalmente solo, tratando de dar con el paradero de su mujer, revisando frenéticamente su teléfono en busca de mensajes o llamadas de Clarissa, o de alguien que conociera su paradero. La incertidumbre pesaba en el ambiente, y cada minuto sin noticias de Clarissa aumentaba la tensión en la habitación.

Alan decidió llamar a los contactos de Clarissa y a sus amigos cercanos que habían sido proporcionados por Beth, pero ninguno parecía tener información sobre su paradero. La sensación de impotencia se apoderaba de él, mientras la mente le jugaba malas pasadas imaginando escenarios oscuros. ¿Qué habría sucedido con su esposa? ¿Estaría a salvo? Las preguntas se acumulaban, pero las respuestas seguían siendo esquivas.

Clarissa estaba sola. Se encontraba en la habitación oscura, tratando de mantener la calma a pesar de la angustia que la embargaba. Sus intentos por recordar eventos recientes que pudieran haberla llevado a esta situación resultaban infructuosos. La sala estaba decorada con un aire de abandono, y las preguntas sin respuestas resonaban en su mente. Nadie hablaba, nadie le decía nada, no había ni siquiera un ruido. Estaba en medio de la nada, probablemente custodiada hasta los dientes.

El tiempo transcurría lentamente, y la desesperación aumentaba. La mente de Alan se llenaba de pensamientos oscuros, imaginando lo peor y culpándose por no haber protegido a Clarissa de alguna manera. Elizabeth, por otro lado, trataba de reconfortarlo, aunque la preocupación también la consumía.

Clarissa empezaba a buscar cómo levantarse de la silla y moverse teniendo sus extremidades inmóviles. Revisaba cada rincón para encontrar algún agujero en una ventana, alguna puerta oculta, algo que pudiera ayudarla a salir o a comunicarse. Su respiración era cada vez más agitada y sus ojos empezaban a cubrirse con lágrimas, ya no podía fingir más, estaba tan asustada como una niña pequeña.

—¡Alguien me puede explicar qué sucede!—Gritó por fin con todas sus fuerzas, dejando salir después otro grito de frustración seguido de un llanto desgarrador.

Claramente la falta de información la dejaba en un estado de vulnerabilidad.

Finalmente, cuando habían pasado 12 horas después de su desaparición, algunas cámaras de seguridad habían logrado captar el paso del automóvil de Clarissa, lo que ayudaba a su búsqueda. Alan recibió una llamada. Era un número desconocido, y su corazón latía con fuerza mientras contestaba. Del otro lado, una voz distorsionada habló: "Tu esposa está bien, no metas a la policía en esto", mientras de fondo se escuchaba un leve sollozo de su esposa. La llamada se cortó abruptamente, dejando a Alan con una mezcla de miedo y confusión. 

Volvió a marcar el número, pero ya no se encontraba en disponibilidad, ni siquiera sería posible rastrearlo.

Contrato de matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora