☾apítulo 8

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Llegué a casa, Sofia se abrazaba a mí tiritando como si tuviese frío. Tiré la bicicleta en el descuidado jardín y corrí dentro de casa como si fuese una clase de protección para los dos, me preocupaba más Embry que se había quedado allá con aquel repugnante hombre.

Bajé a Sofía al sofá quién tenía los ojos llorosos.

—¡¿Embry donde está, Topanga?! ¡Quiero verlo! —chillaba desesperada.

—Ya vendrá —la tranquilicé—. Estará bien ¿vale? —Traté de gritarme esas palabras también para mí.

—Papá le hará daño —señaló asustada.

—No lo hará, Embry sabe defenderse.

Sabía hacerlo era lo que me consolaba, el problema es que no lo hacía contra su padre. ¿Cómo podía tenerle respeto a una bestia así? Embry simplemente no podía ser cruel contra él, no como el barrio lo era, Gabriel era experto en patearlo cuando lo veía borracho tirado en las aceras, en robarle el dinero. En orinarlo incluso. Todos sabían la clase de persona que era y lo trataban como lo era: un miserable. Solo faltaba que Embry se diera cuenta de ello.

—Topanga ve por Embry, ve por favor —me rogó Sofía desesperada, tirando de mi ropa.

—Ya vendrá, lo prometo.

Ella me miraba con desconfianza.

—No te creo.

—¿No confías en mí?

—¡No!

La acomodé en el sofá y fui a la cocina a ver que encontraba, mi alacena estaba algo vacía, aunque encontré una caja de galletas y se las di para que comiera un poco. Le traje algunos comics, aunque todos eran de terror.

—Odio las cosas que lees —refunfuñó más enojada.

—Algún día te gustarán.

—¡No!

—A Embry le gustan.

—Él finge que le gustan, lo único que le gusta es como te emocionas por leer —sorbió su nariz, sin deshacer su puchero.

—¿De verdad? —sonreí.

—Si, dice que jamás había visto una chica emocionándose por ver gente siendo mutilada.

—¿Qué más dice? —pregunté en un intento de distraerla.

—Que aunque todos digan que estás loca, a él le pareces tierna porque ames el terror y te emociones con cada escena.

—¿Qué más?

—Le encanta verte reír mientras lastiman a tus personajes favoritos.

—Ah ¿sí? —señalé divertida.

—No entiende cómo puedes disfrutar algo así.

Ya me había sonrojado con solo escucharla y sin poder evitarlo suspiré:

—Adoro ese chico.

—¿Por qué no dejan de hablar de mí? Me hacen sentir acosado.

Nos giramos al escuchar su voz ronquita y Sofía corrió hacia él al verlo entrar a mi casa. Un peso en mi alma fue quitado de encima al verlo.

—¡Embry, Embry, ¿por qué no venías?! —le chilló ella llena de lágrimas y abrazándose a él como si dependiera de su vida.

—Ya he venido —le besó la frente y se sentó con ella en el sofá.

—¡Te extrañé!

—Anda a comer tus galletas a la cocina ¿sí? —la animó bajándola al suelo y dándole una cariñosa palmada a su trasero.

LA LUNA TAMBIÉN LLORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora