☾apítulo 7

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Pedalee hasta la casa de Embry, era de noche por lo cual la luz de la luna iluminaba mi camino. Las noches en Plutón eran frías, halos largos que disminuían en segundos invadían tu campo de visión cuando respirabas, la neblina era algo que habíamos aprendido a estimar, muchas veces eran ventajosas para los chicos del barrio que podían facilitarse para asaltar sin ser vistos y poder escabullirse de la policía. Todos allí odiábamos a esos tipos uniformados, no eran más que títeres de los barrios ricos, que al considerar a Plutón un cáncer para la sociedad inventaban historias de que los mismos chicos de aquí les habían robado y asaltado, y muchos policías se infiltraban en el barrio y terminaban golpeando a personas que no habían hecho nada.

Una vez, mataron a golpes a un vagabundo, si bien el hombre solo pedía limosna y molestaba a algunos de aquí, no hacía un mal, y mientras dormía... los policías le patearon y lo llevaron a un callejón donde lo golpearon hasta que se cansaron.

Desde ese momento empezaron los enfrentamientos de defender el barrio de esos tiranos y si cualquier desconocido entraba, lo golpeaban sin importar quién era. Levi tuvo suerte de salir vivo, había una regla y era esa: proteger el barrio.

Nadie aquí vivía en armonía, además de enfrentarse a la pobreza, nos enfrentábamos a ser pisoteados y a ser obligados a hacer cosas inmorales, muchos podían opinar que había opciones, que podíamos ser algo mejor si nos lo proponíamos, pero cuando nacías allí, en medio de lodo y pudrimiento, por más que intentabas salir, volvías a caer, no todos éramos fuertes, no todos teníamos un espíritu soñador y no todos teníamos la capacidad y la forma de haber crecido en apoyo y esa vida terminaba por devorarnos y ser seres contaminados, orillados a la fechoría. Éramos humanos, no maquinas. Y muchos se dejaban guiar por su instinto. ¿Éramos malos? Si y no, porque dentro de cada alma malvada había un corazón destrozado.

Yo no tenía motivación por vivir, no tenía sueños y anhelos, solo existía y sobrevivía. No me sentía atraída por alguna meta ni buscaba vencer el mal. Dudaba ser demasiado buena en algo. Sentía que solo era nada. Supongo que Plutón me había vencido.

Bajé de mi bicicleta y toqué la puerta del remolque, adentro las luces estaban prendidas por lo que debía haber alguien adentro, pero no obtuve respuesta. Me asomé en las ventanas, pero las viejas cortinas no me dejaron ver mucho dentro.

—¿Hola? ¡Embry ¿estás ahí?! —le di leves toques al vidrio de las ventanas con mis nudillos—. ¿Hay alguien allí adentro?

—¿Topanga? —Era Sofia.

—¡Sofi! —Volví a la puerta—. Soy yo, ábreme, pequeña.

Escuché sus pasitos venir y segundos después abrió la puerta, sus bracitos me abrazaron por las piernas.

—Topanga te extrañé.

Me agaché a cargarla y entré al remolque con ella en brazos.

—¿No está tu hermano en casa, Sofi? —le pregunté.

—No, ha salido a ensayar con su banda ¿pronto tocará, Topanga? Yo quiero verlo ¿podremos ir a verlo?

—¿En casa de quién?

—Hermilo. Me dijo que no abriera a nadie, no le digas que te abrí.

—No le diré. ¿Ya has cenado?

—Si.

—Ah, ¿sí? ¿Qué?

Abrí el refrigerador, no había nada. Revisé las alacenas, tampoco había nada.

—¿No has comido nada?

Revisé la botella de vidrio que Embry dejaba monedas de ahorro para accidentes, y que Sofia debía agarrar en caso de no tener que comer. Ella era una chica lista, desde pequeña siempre fue inteligente, sabía cocinar mejor que yo, sabía lavar ropa, cualquier quehacer del hogar, crecer sin una madre la obligó a perder parte de su infancia y sobrevivir junto a su hermano mayor.

LA LUNA TAMBIÉN LLORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora