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Cuando era niño todo era más fácil, no tenía que preocuparse por dinero y mucho menos por si las cosas que hacia harían daño a alguien más

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Cuando era niño todo era más fácil, no tenía que preocuparse por dinero y mucho menos por si las cosas que hacia harían daño a alguien más.

Cuando dejó de ser un niño se volvió un adolescente, uno que descubrió que amaba a una persona igual a él, y para esos años ser homosexual podía resumirse a sentirse marginado en la sociedad.

Aún así se las ingenió para llevar su romance en secreto, con proyectos de la escuela fantasma y muchas escapadas por la noche; ser un adolescente no había sido tan malo hasta que los adultos empezaron a molestar con elegir una carrera y definir su futuro con un examen.

Lo único bueno de esos años fue que siempre pudo escapar junto a él,  con el amor de su vida, la única persona que tenía su corazón y que ocupaba sus pensamientos.

Cuando se convierte en adulto comprende que el mundo actual no estaba listo para aceptar que el amor viene en más de una presentación, sus padres eran como todos esos adultos.

Cuando la universidad llamó a su puerta supo entonces que la adultez no era lo que había pensado, no era libre y no era feliz tratando de llenar las expectativas de sus padres.

Lo malo de estos años fue todo. Crecer no fue más fácil que cuando niño, y madurar no le aseguró que sus sentimientos se mantuvieran intactos, tantos años ocultando quién era realmente, ocultando a la persona que amaba tras la palabra amigos y haciéndole daño en el proceso, tanto dolor por no poder mostrarse como era realmente frente a sus padres y amigos; todo lo que tuvo que soportar para que el final que tanto había estado evadiendo llamara a su puerta.

Su padre lo golpeó hasta sangrar, su madre entre gritos y cachetadas le reprochó el ser un malagradecido. Lo llamaron enfermo y negaron su existencia.

Que mierda.

Era un adulto, uno incompetente porque no pudo defenderse y hacer algo para que sus padres entendieran que no estaba enfermo y que era normal, que seguía siendo el mismo a quién conocían de años; aunque eso no fue suficiente para ellos. Lo obligaron a dejar al amor de su vida.

Fue ahí en un restaurante el día de su aniversario cuando puso fin a lo único real en su vida; su corazón se estrujo tan fuerte que lo  sintió  desfallecer cuando los hermosos ojos de Ahn se cristalizaron.

Quería decirle que nada de lo que salía de sus labios era cierto; nunca podría cansarse de admirar ese hermoso lunar en la punta de la nariz, de escuchar su vocecilla chillona cuando algo le parecía lindo y de escuchar su risa; quería darle un beso que le recordara que el era el amor de su vida, pero no podía porque era un cobarde.

Uno que le temía a sus padres y a lo que las personas dijeran de él.

Dejar a Seongmin fue sin duda un antes y después en su vida, la sonrisa que se plasmaba en su rostro no era más que otra mentira en su vida.

Dejarlo sólo en ese restaurante con todos esos regalos lo hizo sentir como una basura, quizá lo era. Kim Taeyoung era una basura por lastimar a el chico más hermoso del mundo, al que tenía los sentimientos más puros y con quien podía ver las estrellas sin tener que tener un encuentro íntimo.

El invierno que prescindió a aquel fatídico día fue demasiado frío; el gélido viento se colaba por sus ropas abrigadas; se encontraba justo frente a la casa de Seongmin quería llamar a su puerta y pedirle regresar seguir juntos, en secreto. Continuar como el secreto mejor guardado que existía; pero Seongmin merecía algo mejor y él no podía dárselo. 

Quizá sus padres tenían razón y lo mejor era terminar; quería que Seongmin encontrara a una persona que pudiera darle todo lo que él no podía darle, que no lo escondiera y que pudiera amarlo sin miedo.

Seongmin estaría mejor sin él. 

Los días se convirtieron en semanas y estás a su vez se transformaron en meses; tantos meses que había perdido la cuenta, ya no era un joven universitario de 22 años, ahora era un adulto de 24 años, y había terminado la universidad hace no mucho; pensó que al dejar la casa de sus padres tendría libertad de mostrarse como realmente era, pero los años 2000 seguían plagados de homofobia.

Gente estúpida que no sabía que el amor era sólo eso, amor.

Tantos meses añorando poder estar libre lo hicieron ignorar que lo había perdido todo. Perdió a Seongmin. La única persona en su mundo, su todo.

Verlo ahí, en ese mismo restaurante en el que muchas veces celebraron sus aniversarios destruyó su corazón por segunda ocasión. Lo merecía. Pero no era tan fuerte como para soportarlo, no una vez más. Ahn Seongmin había encontrado en compañía de alguien más lo que nunca podría encontrar en él. Felicidad. 

Su entorno había cambiado tan rápido que no notó el paso del tiempo y mucho menos que su corazón seguía perteneciendo al mismo lugar, quería volver en el tiempo, a esos instantes en los que era feliz sin las preocupaciones del mañana y en los que Ahn Seongmin reía a su lado y no con ese chico de sonrisa aperlada. 

Quería sentirse completo y libre.

Lanzó la moneda.

Y rezó a todos los dioses, a cada una de las estrellas y recordó cada deseo de cumpleaños sin pedir que le hicieran ese gran favor.

 Kim Taeyoung no se rendiría tan fácil, recuperaría su mundo entero y dejaría de ser un cobarde, haría que el mundo se tragara su odio e idiotez al mostrarles que los únicos infelices en la tierra eran aquellos que se centraban en la vida de los demás en lugar de arreglar la suya.

Taeyoung movería cielo, mar y tierra por Seongmin, como debió hacerlo cuando estuvo a su lado; la vida no tenía sentido sin la risita de Ahn ni mucho menos sin poder observar sus ojos chocolate al despertar, quería mostrarle que las promesas que se hicieron de niños tenían valor para él en la actualidad.

Sólo necesitaba una cosa. Ser  escuchado, antes de que la esperanza saltara de su barco, porque está ya se encontraba a un paso de caer por la borda.   

I Wish [Cravity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora