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Allen sabía muy bien una cosa y eso lo tenía un tanto desubicado. De alguna manera el paso del tiempo no había podido llevarse el rostro del pelinegro con quien había tenido una aventura. Era raro. Allen sólo quería que el rostro y el tacto del mayor desaparecieran por completo de su mente y de su piel porque necesitaba irse.

Tenía que irse.

Su vida en Corea había llegado a su fin, ya no había nadie que esperara por él al volver del trabajo, no había nadie que le obligará a quedarse. Quedarse dolía, dolía tanto que el pelirrojo había comprado un pasaje de avión, pero quizá seguía siendo el mismo cobarde de siempre porque la fecha no era hasta dentro de un mes.

Un mes. Allen sólo tenía un mes para ordenar su vida y empezar de cero, regresaría a Los Ángeles donde al menos sus tres gatos estarían esperándolo junto a sus padres y su hermano mayor.

Y aún con todo eso la imagen del pelinegro sobre él, recorriendo su cuerpo y mirándolo con tanta atención parecían ser lo único que lo retenía en Corea.

Eso lo asustaba.

No habían pasado más de nueve meses desde que el accidente sucedió y sentía que estaba manchando la memoria de su prometido al tener a alguien más en sus pensamientos.

"Haz tu vida, eso es lo que él habría querido para ti" le dijo la madre de Seongwu la última vez que la vio, hace tres meses, Allen no quería volver a empezar no tenía ningún sentido hacerlo porque él ya había conseguido todo lo que había estado buscando y la vida se lo arrebató sin remordimiento alguno.

Suspira y cierra la caja con un poco de cinta; ha terminado de empacar todas sus pertenencias, su departamento sólo conserva lo indispensable y cada vez se siente más frío. No sabe cómo sentirse con tanta soledad.

Cuando las cajas están acomodadas en una esquina de su casa decide que no puede soportar más la soledad; no le gusta estar sólo y en silencio. Quiere volver a ser el mismo Allen Ma que hasta hace unos meses reía por todo y hablaba hasta por los codos.

Con un abrigo en mano sale de casa, no tiene un rumbo fijo pero necesita moverse. Se siente asfixiado por dentro, todo está mal en su mundo y está harto de eso. Sus pies lo llevan a una plaza conocida para él.

Ya han pasado dos meses desde que le pidió a la fuente un deseo; lo hizo como aquel padre le dijo a su hija: lo pidió con el corazón.

Habían pasado dos meses y él seguía sintiéndose tan solo como en un principio.

Los puestos de la plaza están poblados, la florería, la librería, el restaurante, aquella cafetería que por alguna razón lo llamaba a entrar. Con pasos temerosos se dirige a la cafetería de aspecto hogareño. El fuerte olor a café golpea sus fosas nasales en cuanto cruza el umbral del establecimiento. Sus ojos recorren el lugar para encontrar una mesa libre, la ve justo frente a la ventana de la otra esquina del local. Sus pasos se vuelven firmes conforme se adentra al lugar; nadie parece prestar mucha atención a lo que hace y eso está bien para él, no quiere iniciar conversaciones con extraños y no está de humor para soportar las miradas de las personas.

Quizá estaba siendo un completo paranoico pero desde su accidente sentía que todos lo miraban, como si lo estuvieran juzgando por no haber podido proteger a su indefenso bebé. Él no debió de ir sentado en el asiento del copiloto, era su culpa que su bebito de apenas dieciséis semanas hubiera muerto. Habían pasado ya nueve meses desde el accidente y él todavía sentía que de haber hecho algo diferente su pequeño y su amado estarían a su lado.

Uno de los meseros se acerca a su mesa y toma su pedido, no pide nada extravagante sólo una taza de café con leche endulzado con miel y una rebanada de pastel de chocolate. Si su Seongwu estuviera vivo seguro le diría que era demasiada azúcar para una sola comida. Cuando el café y su pastel son puestos en la mesa; la electricidad recorre su cuerpo, aquel hormigueo hace que sus sentidos se activen y su mirada recorra el lugar.

I Wish [Cravity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora