La primera vez que lo vi

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Helga 

La primera vez que vi a Arnold Shortman, mi corazón se detuvo, nunca en mis tres pequeños años de vida había sentido algo así. Él había sido mi único rayo de sol en ese día tan gris.

Ese mismo día en la mañana me levante muy emocionada por mi primer día de clases, nunca había ido a la escuela y había escuchado de mi hermana mayor Olga que era muy divertido (o al menos eso parecía por las aventuras que contaba) me aliste y tome mi lonchera preparada desde el día anterior, pero cuando corrí a la sala para avisarles a mis papás que ya estaba lista, los encontré alabando a Olga mientras tocaba el piano.

– ¡Hola! – exclamé, tratando de llamar la atención de mis padres - ¿Quién va a llevarme a la escuela? –

Y como me lo esperaba, no me hicieron caso, siguieron en lo suyo felicitando a Olga, por lo tanto, traté preguntando varias veces, pero siempre con el mismo resultado.

– ¡bien! ¡Si nadie me lleva, me iré yo sola! – sentencié y me dispuse a ir sola a la escuela, no estaba dispuesta a perder mi primer día de clases.

En el camino no me fue mejor, estaba nublado y el cielo había perdido su hermoso color azul para traer el gris tan triste que todos conocemos, claramente empezaba a llover y no me prepare para eso, tampoco podía regresar a casa, no quería llegar tarde a la escuela, así que decidí seguir caminando hacia la escuela. Para cuando llegué, estaba cubierta de lodo por culpa de un coche y mi almuerzo había desaparecido en las fauces de un perro, estaba toda empapada y al borde de las lágrimas, cuando de pronto, sentí que las gotas de agua dejaban de golpearme.

Al darme la vuelta para saber que había ocurrido, me encontré con los ojos verdes más hermosos del universo, y su hermoso cabello sedoso, tan rubio y brillante que con su sola presencia podría iluminar cualquier rastro de oscuridad que pudiera existir.

– Hola – me saludo, quería hablarle, quería decirle algo, devolverle el saludo – me gusta tu moño porque es rosa como tu ropa – comentó antes de siquiera darme la oportunidad de responderle y entro a la escuela.

Aunque había sido un acto sencillo, a decir verdad, demasiado sencillo fue todo para mí, después de un día lleno de decepciones alguien por fin había notado mi existencia y ese acto de amabilidad fue el inicio de un intenso sentimiento.

Sin embargo, no había pasado ni una semana cuando mis compañeros de la escuela comenzaron a molestarme y como era de esperarse, Arnold en lugar de imitarlos, solo era amable conmigo, pero el odioso y obeso de Harold comenzaba a molestarme cuando Arnold era amable conmigo, y no, no iba a permitir que se burlaran de mí, no iba a permitir que me trataran como quieren y mucho menos iba a permitir que Arnold se diera cuenta de lo que siento por él, porque si lo hago, es probable que no me vuelva a hablar y comience a burlarse justo como los demás.

Y así fue como me convertí en la brabucona de la clase y como consecuencia, en la acosadora personal de Arnold, al pasar los años, una clase de extraño sentimiento se formó en mí, amo a Arnold, lo amo con todo mi corazón, pero, así como lo amo, lo odio, y lo odio tanto que siempre termino molestándolo.

Odio que no me preste tanta atención como a los demás, odio que siempre este metiéndose en donde no le importa y odio que no pueda ver mi suave y cursi interior que se derrite de amor por él.

Pero al mismo tiempo amo su gran amabilidad que siempre esta a la mano de cada engendro que lo necesite, amo su paciencia infinita que tiene para todos incluso para mi y amo la forma en que sus hermosos ojos verdes me devuelven la mirada cuando lo molesto.

Sin embargo, no fui la única que quedo encantada con Arnold, pues Lila, la señorita perfecta también se fijo en él y para mi mala suerte él también se fijo en ella, fueron dos semanas horribles para mí, estaba en constante conflicto en si buscar la forma de destruir tan espantosa pareja o, por el contrario, dejarlos en paz, y mientras trataba de tomar una decisión, no podía dejar de molestarlo aún más, no quería admitirlo en voz alta, pero esa era la única forma en que me haría caso.

Una tarde, fui llamada a la dirección, ese día fue particularmente extraño, ya que Lila se había ido temprano y Arnold, se veía mas callado de lo normal. Cuando entré a la oficina del director, un fuerte olor a tinta invadió mi nariz por lo que no le puse mucha atención, solo recuerdo algunas palabras: detenerse, molestar y Arnold (por supuesto) por lo que supuse que tenia que parar de molestar a mi amor secreto, quizá el director tenía razón.

Al otro día, toda la escuela no paraba de hablar de lo mismo, Arnold y Lila habían terminado, cosa que me alegro mucho, significaba que todo volvería a la normalidad o eso creí; verán en la segunda clase, la maestra Slovack me cambio de lugar durante su clase y me sentó atrás de Arnold lo cual fue un excelente cambio.

Ese mismo día, la señorita Slovack anuncio que, a partir de ahora, cada uno de nosotros deletrearíamos las palabras y si no lo hacíamos correctamente nos tendríamos que quedar en el salón todo el almuerzo, al escuchar esto, mi querido Arnold se puso muy nervioso y cuando fue su turno de deletrear, se quedó callado un segundo a mitad de la palabra, pobre ingenuo, tendrá que quedarse en el salón como todo un perdedor.

Pero, no quería que pasara eso, no quería que mi ángel de cabellos dorados y mirada de jade se quedara en el salón solo y desamparado sin sus leales camaradas, así que me acerque un poco a él y le susurre la siguiente letra, él me escucho y por un segundo temí, que no me hiciera caso, pero contra todo pronóstico, me hizo caso y dejo que yo lo guiara.

¡Oh! mi amor, no sabes lo feliz que me hiciste al confiar en mí, al poner lo más importante de tu día en mis manos, y así, fue como pase el resto del año susurrándole a Arnold y oliendo en secreto la sandía. 

EntrelazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora