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Añoranza, se detiene frente a la sombra de mi intimidad.
Bajo la única luz que consigue atrapar mis ojos, frecuentando el temor nocturno de un día común.
Llanto, desastre de enfados y penas.
Nada más que el familiar escozor de un presente negligente, fracturando la sensibilidad y el orgullo, ambos extraviados ya.
Sería inútil negar que a éstas alturas no resulta desalentador el volver a sentir el amargo sabor de la esperanza escaldando la lengua, burbujeando en tu estómago, al no haber probado nada antes.
Que la indiferencia no desgarra las voluntades [mentira].
No podría importar menos mi desdicha, si la pena hubiese sido auto impuesta, pero cierto es que no soy inmune a las pérdidas.
La calma asida a mis descuidos infantes, pero, de aquí en adelante, mis ayeres te seguirán como el eco al vacío.
Cómo la nostalgia al recuerdo, temiendo así, sólo olvidar.
[...]
Cruda remembranza de mi errar impulsado por una carente empatía.

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