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Vaga, sumergido en la inocencia.
No hace falta pronunciar la obviedad del acto, cuando el efecto de la intención no pasa desapercibido.
El empeño que pretendo en mi engaño, la dicha se camufla inocente para adormecer tristezas, que sólo crecen con el pasar de las estaciones.
Nunca he sentido nada semejante a la dicha, sólo precarios intentos por alcanzar una libertad que se mofa distante.
La inevitable remembranza del fracaso hace acto de presencia, la agonía envuelve mi entorno mientras el silencio gobierna. En un fiel recordatorio de mi humanidad innata el martirio me persigue por ser el humano qué soy.
La bondad se aleja, temo ya no temer más nunca. El hábito acaricia mis días, dando paso a la ausencia de mi infancia incomprendida, oculta en el vestigio de mi frágil memoria.
Ahora, sólo asimilo una juventud fracturada.

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