Capítulo 9

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Comencé a caminar en línea recta, con la esperanza de encontrar algún rastro de civilización. Me moví por lo que me parecieron horas, y el dolor no ayudaba a hacer que el tiempo pasara más rápido.

Aun así no me rendí, y finalmente atisbé un edificio en el horizonte. No era la ciudad. Me acerqué más, y cuando estaba a un kilómetro de él pude apreciar mejor de qué se trataba: era un complejo amurallado de... ¿hormigón? Sin duda un edificio antiguo.

La muralla rodeaba el enorme patio de hormigón del enorme bloque con escasas ventanas de barrotes que hacía de nave principal.

Repartida por la muralla, sobre la cual había una red electrificada, se disponían varias torres acorazadas, reforzadas con adamanto y armadas hasta los dientes con multitud de focos que apuntaban y escrutaban en todas direcciones.

Había un total de ocho torres recubiertas de esa manera, pero cuatro de las que tenía a la vista estaban completamente hechas de esta manera, y parecían haber sido colocadas después.

El bloque de hormigón que formaba la nave principal también poseía un exoesqueleto de adamanto para aumentar la estabilidad del complejo, que si por toda esta descripción no es evidente, se trataba de una prisión, más bien la principal prisión de la capital, porque esa seguridad no la había visto ni en los anillos de la capital.

Contando con los refuerzos del Imperio, de seguro que dentro debería haber más de un prisionero peligroso. Tal vez algún otro con poderes como Sadhana o yo, demasiado peligroso como para mantenerlo en el público, y tal vez demasiado poderoso como para matarlo... no. Esa idea era demasiado peligrosa como para ponerme a jugar con ella en ese instante.

Desde luego el asalto a una cárcel fortificada no me iba a aportar ningún beneficio inmediato, aunque sí era verdad que tal vez fuera donde mis compañeros estaban encerrados, y en algún momento tendría que entrar a sacarlos, pero seguía herido y necesitaba perfeccionar mi técnica un poco más antes de pensar siquiera en intentarlo.

Atisbé un rastro de tierra que salía de una de las puertas blindadas, y que se perdía entre las colinas rocosas más allá. Debía ser el camino que toman los vehículos no voladores desde la capital hasta este sitio. No podía estar seguro pero tampoco tenía otra opción.

Entonces las puertas se abrieron, y un transporte de prisioneros vacío salió de sus puertas. Digo que estaba vacío porque no llevaba escolta, y tiene sentido que no lleve escolta si no lleva nada que escoltar.

Y ahí fue cuando tuve uno de los mayores momentos de suerte de toda mi existencia desde los primeros recuerdos que tuve en ese mundo y de todos los momentos que me sucederían después: un viento sopló, moviendo una zona de tierra que había cerca de mí, y desvelando un bicicloturbomotor de flotación modelo 2.5 (es decir, una moto voladora guay) casi en perfecto estado que estaba enterrado por alguna razón.

El vehículo tenía la forma de una moto de carreras como la que podríais ver los lectores en vuestro mundo anticuado, pero la pintura era transparente. La textura de la moto era de un gris oscuro metálico, bastante útil para el camuflaje, y tenía unas luces neodinas (adjetivo que me acabo de inventar y que significa que eran como las luces de neón) que cubrían la superficie haciendo unas trazas muy estéticas y que se podían apagar (porque tener eso aparcado con esas luces puestas llamaría mucho la atención).

El asiento estaba acolchado, y el manillar disponía de un visor holográfico en vez de uno de metacrilato, por lo que no se ensuciaría y ocuparía menos espacio. Y en ese momento mi mente no tardó medio segundo en juntar las piezas: un vehículo sin escolta que se dirigía a la ciudad, con posibilidades de acceder a una zona con prisioneros, lo cual yo buscaba, y tenía un vehículo con la capacidad de alcanzarlo frente a mi.

Crónicas de un mundo sin OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora