Capítulo 12

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Durante la cena le expliqué un poco mejor quién era. Le conté lo de mi amnesia, y le conté que mi objetivo era derrotar a Magnus personalmente, a lo que Reyna me respondió que estaba loco si pensaba conseguirlo estando tan verde.

Al acabar la cena, me dirigí a la habitación de Roy, donde me quedaría esa noche. No tenía ropa adecuada para dormir, pero tampoco quería dormir en ropa interior en la cama de otra persona, por lo que muy a mi pesar dormí vestido, salvo por la capa, que dejé doblada sobre una silla.

No estaba cómodo, y no solo por la ropa, sino por la situación. El plan que tenía había salido mal justo al inicio, y ahora estaba bajo el techo de una mujer que me había disparado ese mismo día.

A pesar de la intranquilidad, logré atravesar las puertas del sueño. Soñé que atravesaba las alcantarillas (aunque no había estado) y llegaba al anillo medio (aunque no estaba). Magnus estaba allí, y la calle se oscureció. Detrás estaba Sadhana, tras una especie de barrera de energía, observando en silencio.

Acometí contra Magnus con un tajo de energía, y lo esquivó con un simple salto hacia atrás. Contraatacó con un tajo en horizontal que tuve suerte de esquivar agachándome. Me impulsé con viento hacia atrás, aumentando la distancia entre los dos. Le lancé fuego, pero lo paró con la espada y se lanzó a por mi. Invoqué una espada con la idea del fuego, pero se desvaneció al parar la estocada de Magnus, que en seguida continuó atacando.

Con esfuerzo desvié sus ataques, uno a uno, pero a la vez fui cediendo terreno hasta que me tropecé. Magnus alzó su espada, que brillaba con la luz de las farolas del callejón inventado. Sadhana se dio la vuelta y desapareció de entre las sombras. Me había abandonado... ¿o yo la había abandonado a ella al quedarme en ese lugar?

Antes de dar el golpe de gracia, Magnus dijo: "¿lo ves? No eres capaz de salvarla. No eres nada ni nadie. ¿Pretendes enfrentarte a un Imperio? ¿Pretendes enfrentarte a mi? No has visto de lo que soy capaz de hacer, y aun así no eres capaz..."

Presencié a cámara lenta cómo la espada descendía, mientras sus palabras se repetían en mi mente: no eres nadie... no eres nadie... no eres nadie... Hasta que finalmente la espada alcanzó mi cabeza.

Y en eso me levanté de mi pesadilla, sudando y agotado. Era un sueño absurdo si me paraba a pensarlo. Algo así no habría pasado. Miré el reloj de la habitación: daba las 8:16 A.M. El sol rojo brillaba al otro lado de la ventana, pero el cielo azul lo filtraba y lo convertía en uno amarillento. Me levanté de la cama y tras realizar actividades necesarias en el cuarto de baño, bajé al salón comedor.

Estaba vacío, pero la puerta del sótano estaba abierta. Bajé y me encontré a Reyna, que estaba escribiendo en el escritorio lleno de manuscritos.

—...buenos días... —dije aún medio dormido.

—Buenos días a ti también. Estaba esperando a que te levantaras para hacer el desayuno —hinchó el pecho de orgullo. —Qué buena anfitriona soy.

La miré adormliado. Estaba demasiado poco despierto como para reírme de la estupidez.

—En realidad quería terminar de escribir esto, y juntado con la excusa de aprovechar la compañía, decidí hacerlo mientras dormías. Sabes, desde que mi hijo pasa casi todo el tiempo fuera de casa, he estado muy sola... —empezaba a despertarme, y pude observar en su rostro que lo decía en serio. Realmente se sentía sola, y con razón. —Pero eso da igual ahora. Lo que importa es que voy a subir a preparar el desayuno, y como no creo que tengas muchas cosas por hacer, puedes subir a ayudarme.

—En realidad iba a...

—Ibas a ayudarme con el desayuno. Andando.

Casi me empuja, no, me empujó escaleras arriba hasta la cocina. Quería aprovechar para echarle un vistazo a esos papeles, pero no quería abusar de hospitalidad, por lo que "decidí" ayudarla "voluntariamente".

Crónicas de un mundo sin OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora