Corazones enlazados

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Había noches como aquella en que se ponía a reflexionar cómo fue su vida antes de terminar en aquel lugar en Royal Woods. Por supuesto, se refería a sus días en el orfanato de Michigan, lugar que abarcaba sus recuerdos de toda la vida hasta donde tuvo su primera consciencia, siendo especialmente significativos aquellos que compartió con quien estaba a su lado durmiendo en esos momentos. La persona que más amaba sobre muchas otras, aunque no lo reconocería tan abiertamente; pero no siempre fue así... como la primera vez que la vio.

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Andrea se sentía muy asustada. Aquella situación le provocaba náuseas. Se llevó ambas manos a su abdomen tratando de evitar movimientos bruscos. Estaba segura que en cualquier momento tendría la necesidad de regurgitar lo que había comido las últimas veinticuatro horas, si no es que de más tiempo atrás. Deseaba no sentirse así. Pensó en él, que siempre conseguía calmarla en cualquier tipo de situación estresante. Cómo añoraba su compañía en ese momento tan importante. Había salido de su vida aparentemente para siempre, pero permanecía aún en su corazón, incluso a pesar de no haberse comunicado con ella en todos estos meses para saber cómo se encontraba dado su estado.

Le había pedido a la enfermera algo para mitigar el creciente dolor de cabeza que sentía, tal vez así podría dejar de pensar y darle tantas vueltas a sus problemas, pero esta se negó argumentando que necesitaba estar lúcida para lo que estaba haciendo.

Durante tres largas horas en el hospital, sintió serias dudas sobre lo que iba a hacer con su vida, o lo que debería mejor hacer con la misma si no fuera por ese lastre, como a veces sentía que era esto, tirando de ella, amarrándola a una situación con la que se comprometió a sus ya treinta años cumplidos sin estar del todo segura. Fue en medio de aquél conflicto emocional cuando finalmente ocurrió y una enfermera con aspecto preocupado le llevó al bebé.

—Aquí está. Ella... tuvo... hubo... algunas complicaciones...

—No tiene que decírmelas —murmuró fastidiada y agotada—. He estado al tanto de las mismas durante los últimos tres meses. Durante el embarazo el doctor no dejó de recordarme constantemente que nacería prematura y con... "ciertas" condiciones.

Sin embargo, diferente fue haber leído sobre las mismas en papel o escucharlas por medio del médico, a mirar los resultados con sus propios ojos.

La niña rompió en llanto. Sus ojos se mantenían abiertos, pero sin mirar nada, resultaba imposible que pudiera hacerlo. El aspecto de esos ojos opacos, la piel espectralmente pálida y los escasos cabellos blancuzcos le asemejaban a un ser sin vida... a un fantasma. Horrorizada, la mujer comenzó a temblar ante la impresión que la bebé le causó.

—Aún... hay tiempo para que se arrepienta. Si quiere esperar...

Andrea apenas y prestó atención a lo que la enfermera le decía. Sintió que en efecto no podría lidiar con algo así. En el momento en que la mujer se le acercó para que cargase a la bebé, entró en pánico y aterrada dio media vuelta para salir de la habitación, esperando no tener que volver a ver a la niña nunca más.

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—No sé lo que me pasó en ese momento. Supongo que... no lo sé. Fue por la primera impresión que me llevé. Durante varios meses anteriores a su nacimiento había estado sufriendo de ansiedad. Pero ya me he recuperado.

El hombre calvo de gruesa complexión la escuchaba tras su escritorio, pero no la miraba, parecía con seriedad estar más concentrado en el expediente que tenía enfrente. Andrea sentada en una silla al otro lado abría y cerraba las manos en su regazo con cierto nerviosismo ante su sentencia.

Déjame ser tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora