Kim SeokJin es un joven de veintidós años que sufre esquizofrenia, pero no de las conocidas, más solo ocurre en la noche y puede convertirse en un completo loco si no obtiene lo deseado para calmarlo.
En el camino para descubrir su enfermedad y lo...
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Eran apenas las dos de la madrugada, las calles de New York estaban vacías, apenas y se podían ver personas entrar a los bares o lugares de fiesta, los callejones desolados y con el vapor de las alcantarillas salir desde abajo, mientras los pies de un joven se arrastraban intentando pelear por su equilibro, caminaba cansado, con las manos en los bolsillos de su sudadera, la capucha escondía su pálido rostro y los temblores de sus abultados labios, como si estuviera sufriendo hipotermia, su mirada se clavaba en un solo punto, aquel borroso que suponía era la acera recta que daba con su apartamento.
—¡Ey! ¿Quieres un poco de atención, cariño? —preguntó una mujer de tacones altos que se encontraba parada en la esquina esperando por otros clientes.
El joven volteó con rapidez intentando ver a esa mujer, pero sólo divisaba su deforme figura, decidió entonces continuar con su ruta borrosa. Su pecho acelerado no dejaba de advertirle lo nervioso que estaba, sus manos sudaban frío y sus pensamientos no eran claros. A su lado caminaba la oscuridad que mantenía su mano con afiladas garras sobre su hombro.
—Quiero llegar a casa... —balbuceaba viendo pasar en frente de él una extraña figura pintada a lápiz negro con algunos huecos blancos, como si de un dibujo se tratase.
—Muerte, muerte, muerte... —pronunciaba una y otra vez mientras se desvanecía bajo el umbral de una puerta.
Sus ojos se abrieron aún más al escuchar esas palabras salir de aquel extraño espectro, que sin lugar a duda nadie podía ver, más continuaba caminando sólo.
Apurando el paso siguió avanzando viendo como las ramas de los árboles se agitaban y se acercaban cada vez más a su cuerpo, su ritmo cardíaco incrementó y la mano que iba sobre su hombro lo apretaba con fuerza para que no fuera demasiado rápido, pero él quería liberarse.
—¡Déjame! —gritó comenzando a correr por la acera sin tener un buen equilibrio.
En ese momento un montón de mariposas comenzaron a caer del cielo, ensangrentadas, mojando sus ropas de color rojo, mientras otras vivas intentaban detenerlo golpeándose contra su cuerpo.
—¡No! ¡No! —gritaba intentando alejarlas.
—Muere, muere, muere, muere... —susurraba una voz en su oído.
Sin detenerse fue golpeado por algo que no vio y cayendo al piso miró a una extraña figura que se pintaba de blanco.
—Chico, ¿Estás bien? —preguntó con una voz completamente distorsionada.
—Vienen por mí —dijo mirando hacia atrás —Quiere llevarme con él —continuó soltándose de su agarre y siguió corriendo, pues veía a muchas figuras ensangrentadas seguirlo.
Aquel hombre supo que algo andaba mal en ese joven y continuó por marcar en su celular llamando al novecientos once, creía que podía estar bajo alguna droga. Miró la hora en su reloj de muñeca y siguió por entrar al bar en el cual había detenido al muchacho.