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Mi polla tiene un apetito.
Un enorme y muy particular apetito: Rubia, con curvas, y preferiblemente no una mentirosa de mierda... (Aunque eso es una historia para otro día).
Como abogado de alto perfil, no tengo tiempo para perderlo en relaciones, así que satisfago mis necesidades mediante charlas anónimas y durmiendo con mujeres que conozco online.
Mis reglas son simples: Una cena. Una noche. Sin repeticiones. Esto es sólo sexo casual. Nada más. Nada menos.

Al menos lo era hasta "Mía"...
Se suponía que era una abogada de 27 años, una amante de los libros, y en absoluto atractiva. Se suponía que era alguien con quien compartía asesoramiento jurídico a altas horas de la noche, alguien en quien podía confiar con detalles de mis escapadas semanales.

Pero entonces entró en mi firma para una entrevista —una entrevista como interna universitaria, y todo jodidamente cambió...

ALFONSO

La ciudad de Nueva York no es más que un páramo lleno de mierda, un vertedero donde las personas que fracasan se ven obligadas a abandonar todos sus sueños rotos y dejarlos atrás. Las luces destellantes han perdido su brillo, y esa sensación de frescura que una vez impregnó el aire de la ciudad, esa esperanza, ha quedado en el pasado.

Cada persona que una vez consideré un amigo ahora es un enemigo, y la palabra "confianza" ha sido arrancada de mi vocabulario. Mi nombre y reputación están empañados gracias a la prensa, y después de leer el titular que The New York Times publicó esta mañana, decidí que esta noche será la última noche que alguna vez pase aquí.

No puedo lidiar más con los sudores fríos y las pesadillas que perturban mi sueño, y tan duro como trato de fingir que mi corazón no ha sido destruido, dudo que el dolor agonizante en mi pecho desaparezca alguna vez.

Para despedirme correctamente, ordené los mejores platos de todos mis restaurantes favoritos, vi Death of a Salesman en Broadway, y me fumé un puro cubano en el Puente de Brooklyn. También reservé la suite del ático en el Waldorf Astoria, donde estoy ahora recostado en la cama y con mis dedos entrelazados en el cabello de una mujer, gimiendo cuando desliza su boca sobre mi polla.

Me provoca, arrastrando su lengua alrededor de la punta de mi polla y mirándome, susurra—: ¿Te gusta esto?
No contesto. Empujo su cabeza hacia abajo y exhalo cuando presiona sus labios contra mis bolas, cubriendo mi polla con sus manos, moviéndolas hacia arriba y hacia abajo.

En las últimas dos horas, la follé contra la pared, la obligué a doblarse sobre una silla, y abrí sus piernas sobre el colchón mientras devoraba su coño.

Fue bastante gratificante, divertido, pero sé que este sentimiento no durará por mucho tiempo; nunca se queda. En menos de una semana, tendré que encontrar a alguien más.

Cuando ella me toma más y más en su boca, tenso mi agarre en su cabello mientras menea la cabeza arriba y abajo. El placer comienza a atravesarme, y los músculos de mis piernas se ponen rígidos, obligándome a dejarla ir y advertirle que se aleje.

Ella me ignora.

Agarra mis rodillas y chupa más rápido, dejando que mi pene toque la parte posterior de su garganta. Le doy una última oportunidad de alejarse, pero sus labios permanecen envueltos alrededor de mí, sin dejarme otra opción que correrme en su boca.

Y entonces traga.

Cada. Última. Gota.

Impresionante...

Alejándose finalmente, se lame los labios y se recuesta contra el suelo.

—Esa fue la primera vez que me lo trago —dice—. Lo hice sólo para ti.

—No deberías haberlo hecho. —Me levanto y subo la cremallera de mis pantalones—. Lo deberías haber guardado para otra persona.

—Correcto. Bueno, eh... ¿Quieres pedir algo para cenar? ¿Tal vez podríamos comer, ver HBO y hacerlo otra vez después?

Levanto la ceja, confundido.

Esta siempre es la parte más molesta, la parte en la cual la mujer con la que previamente acordé "Una cena. Una noche. No hay repeticiones" desea establecer algún tipo de conexión imaginaria. Por alguna razón, siente que es necesario que haya algún tipo de conversación de cierre, algún insípido consuelo que le confirme que lo que acaba de suceder fue "más que sexo", y que seremos amigos.

Pero era sólo sexo, y no necesito amigos. Ni ahora, ni nunca.

—No, gracias. —Me acerco al espejo que hay al otro lado de la habitación—. Tengo que estar en un lugar.
—¿A las tres de la mañana? Quiero decir, si lo que deseas es no ver HBO e ir directamente a por otra ronda, yo puedo...

Me desconecto de su irritante voz y comienzo a abotonar mi camisa. Nunca pasé la noche con una mujer que conocí online, y ella no va a ser la primera.

Cuando me ajusto la corbata, bajo la mirada y descubro una andrajosa billetera de color rosa en el tocador. La recojo, la abro y deslizo mis dedos por el nombre que está impreso en su licencia: Sarah Tate.

A pesar de que sólo conozco a esta mujer desde hace una semana, ella siempre respondió a "Samantha". También en repetidas ocasiones me dijo que trabaja como enfermera en el Hospital Grace. A juzgar por la tarjeta de empleado de Wal-Mart que se esconde detrás de su licencia, asumo que no es cierto.

Miro por encima de mi hombro hacia donde está tendida sobre las sábanas de seda de la cama. Su piel color crema es lisa y suave; sus labios en forma de arco se encuentran ligeramente hinchados e inflamados.

Sus ojos verdes se encuentran con los míos y lentamente se incorpora, abriendo las piernas y susurrando—: Sabes que quieres quedarte. Quédate...

Mi polla empieza a endurecerse, sin duda dispuesta a otra ronda, pero ver su nombre real arruinó cualquier posibilidad. No puedo soportar estar cerca de alguien que me mintió, aunque tenga senos talla doble D y una boca del cielo.

Lanzo la cartera en su regazo. —Me dijiste que te llamabas Samantha.
—Bueno. ¿Y?
—Tu nombre es Sarah.
—¿Y qué? —Se encoge de hombros, haciendo un ademán con la mano—.
Nunca doy mi verdadero nombre a los hombres que conozco en internet.
—¿Terminas follando en suites de un hotel cinco estrellas?
—¿Por qué de repente te preocupa mi verdadero nombre?
—No lo hace. —Echo un vistazo a mi reloj—. ¿Pasarás la noche en esta habitación, o tengo que darte dinero para el taxi que te lleve a casa?
—¿Qué?
—¿No es clara mi pregunta?
—Guau... simplemente, guau... —Niega con la cabeza—. ¿Cuánto tiempo crees que podrás seguir haciendo esto?
—¿Seguir haciendo qué?
—Charlar con alguien durante una semana, follar con ella, y pasar a la siguiente. ¿Cuánto tiempo más lo harás?
—Hasta que mi pene deje de funcionar. —Me pongo la chaqueta—.
¿Necesitas el taxi o te quedas? La salida es a mediodía.
—¿Sabes que los hombres como tú, que evaden las relaciones, normalmente son los que se enamoran con más fuerza?
—¿Eso te enseñan en las tiendas Wal-Mart?
—El hecho de que alguien te lastimara en el pasado no quiere decir que todas las mujeres después de ella lo harán. —Frunce los labios—. Probablemente por eso eres así. Tal vez si trataras de tener citas con alguien, en realidad estarías mucho más feliz. Deberías salir con ella a cenar y realmente escucharla, acompañarla a su puerta sin esperar una invitación a entrar, y tal vez pasar por alto la cosa de "vamos a follar en la suite de hotel" al final.

¿Dónde están mis llaves? Tengo que irme. Ahora.

El Abogado Y La BailarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora