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RIESGOS PREVISIBLES

Un peligro que una persona sensata debería anticipar como el resultado de sus acciones

ALFONSO

—¡Jessica! —Miré la taza de café que parecía ligeramente normal en mi escritorio.
—¿Sí, señor Herrera?
—¿Podrías pedirle a la señorita Puente que venga aquí, por favor? —

Necesitaba ver su rostro.
Había estado evitándome toda la semana, y si todo lo que tenía que decir era “lo siento” —sin importar si de verdad lo sentía o no, valía la pena. Echaba de menos ver su boca seductora en las mañanas, recordar cómo se sentía presionada contra la mía.

—Lo haría —dijo Jessica—, pero teniendo en cuenta que entregó su carta de renuncia la semana pasada, estoy segura de que eso será imposible.
—¿Renunció?

¿Sin decírmelo?

Jessica arqueó las cejas.
—Sí. También le di la carta que dejó. Era bastante interesante.
—Nunca recibí la carta.

Se acercó a mi escritorio y rebuscó en el desorden.
—Aquí está —dijo—. Le dejó dos cartas ¿Algo más?
—No...

Ladeó la cabeza y tocó su labio como si quisiera decir algo, pero sonrió y abandonó la habitación.

Asegurando la puerta, abrí la primera carta con prisa y la leí.

Querido GBH,

Muchas gracias por contratarme como pasante. Obtuve mucha experiencia trabajando para ustedes y estoy honrada por todo lo que aprendí. Sin embargo, debido a razones personales, me retiraré a partir de hoy.

Me disculpo por la poca anticipación, y deseo que su firma continúe teniendo éxitos en sus proyectos futuros.
—Anahí Puente.

Suspiré y abrí la otra carta que iba dirigida directamente a mí.

Querido señor Herrera,

JÓ.DE.TE.
—Anahí.
DENEGAR

Rechazar la objeción de un abogado a una pregunta de un testigo de admisión de pruebas

ANAHÍ

La ciudad de Nueva York era un universo completamente diferente. No era nada como lo esperaba, y a la vez todo lo que quería.

Las aceras se hallaban persistentemente abarrotadas de gente que iba apresurada a algún lado, las calles eran océanos de taxis, y la cacofonía de sonidos: los gritos de los vendedores de la calle, el retumbar del metro por debajo, las interminables conversaciones entre los ejecutivos, ocasionalmente se mezclaba en una melodía casi placentera.

De todas formas, no era como si tuviera demasiado tiempo para escucharlo.
Al segundo en que llegué a Nueva York la semana pasada, me registré en un hotel barato y me apresuré a registrarme en las audiciones del NYBC.

Cada día de la última semana, salía de la cama a las cuatro de la mañana y me dirigía al Lincoln Center para aprender la pieza de la audición requerida, la coreografía más difícil que había afrontado en mi vida.

Era más rápida, más variable, y los instructores se rehusaban a mostrarla más de dos veces al día. No había conversación más allá de los conteos del tiempo, tampoco se permitían preguntas. Encima de todo, el pianista de la compañía solo elegía tocar la música de acompañamiento en velocidad acelerada, nunca ralentizando para hacer el proceso de aprender más sencillo.

Había cientos de chicas rivalizando por un lugar en la compañía, y de lo que reuní de conversaciones aquí y allá, la mayoría ya eran profesionales.

El Abogado Y La BailarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora