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¿Qué podía decir?
El sol abrazaba mi piel con su calidez, el viento soplaba sin dar escalofríos, y mi abuelo estaba peleando con la vecina, otravez...

—¡Ah, Vieja loca!— Exclamó el con su distintivo tono raspado

—Mire quien habla— Respondió la anciana con el mismo carácter.

—¡Deja de robarte mis macetas!

—¡Esas las rompes tu mismo!

Tuve que interferir, eran como un par de niños pequeños peleando por un juguete.

—Perdone señora Marta, ya sabe cómo es él— Me disculpé mientras intentaba, sin mucho éxito, meter a mi abuelo de nuevo adentro de la casa.

—¡Al menos tu nieto sí es buen hombre!— Exclamó con un aire de superioridad a mi abuelo

Aunque era un halago en cierto modo, ¿cuál era el punto de seguir con los gritos?

—No como los tuyos—Mi abuelo soltó una risa ahogada y burlona.

—Ok— Suspiré levemente al lograr finalmente que entrara a la casa, a base de empujones y tirones— Nos vemos Doña María.

Dedicándole un ademán y una leve sonrisa nerviosa a Doña María, entre a la casa, cerrando la puerta tras de mi mientras sentía el estrés apoderarse de mis músculos.

Suspiré con pesadez, mientras me apoyaba contra aquella puerta de madera lisa.

—No me trates como a un niño pequeño— Se quejo mi abuelo mientras caminaba a la cocina— ¡Recuerda que tiene que respetar a tus mayores!

—Sí abuelo— Rode los ojos, sin querer discutir con un anciano terco y orgulloso.

—Ahora, sé un buen muchacho y ayúdame

A pequeñas zancadas realice el viaje hasta donde él estaba.
Ayudándolo a cargar las pocas cosas que podíamos permitirnos llevarnos en nuestra situación.

Aunque estuviera siendo útil, me sentía muy mal. Estaba empacando para ser echado, literalmente...

Los ingresos que generaba trabajando no fueron suficientes para pagar la renta, que cada vez subia más y más. Sabía que no era mi culpa, Pero señalarme a mi se sentía mejor que arriesgarme a culpar al gobierno y recibir un balazo en la cara. La economía estaba decayendo, y aquellos que estábamos en el lodo, conocíamos la arcilla.
Tal vez podría haber hecho más... Horas extras, más empleos... lo que sea.

Solté un suspiro triste de manera inconsciente.

—¿Qué tienes muchacho?— pregunto mi abuelo— ¿Acaso te pone triste que te regañen? Ya no eres un niño ¿sabes? —Rio con su voz rasposa de garganta.

—No es eso abuelo... Solo siento que esto se pudo haber evitado

—¡Bha! Tonterías. De todas maneras está vieja casa me estaba volviendo loco, y más la vecina.— Chasqueo su lengua.

—Abuelo — Llame su atención, queriendo que notara la gravedad del asunto— Tampoco logré conseguir el suficiente dinero para rentar dónde quedarnos.

Mi abuelo apretó su mandíbula arrugada y me miró a los ojos. Sin miedo y decisión

—¿Y qué? Ya te dije que renunciaras a tus trabajos, no te van a servir de nada a dónde vamos.

Mi abuelo solía decir cosas sin sentido, así que no le tome mucha importancia. Aunque ya comenzaba a cansarme un poco.

—Aja, claro...— Murmuré— Abuelo, ¿por casualidad ese lugar al que te refieres es una caja de madera que va a ser sepultada tres metros bajo tierra después de que muramos de hambre?

°•Mi Atlas•° (Luisa Madrigal x T/N male)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora