DE TAL PALO TAL ASTILLA

12.6K 826 27
                                    

DE TAL PALO TAL ASTILLA

Madison ha perdido ya la noción del tiempo ahí encerrada junto a otras veinte personas. La sala, más parecida a un calabozo que a una habitación, es demasiado estrecha para tenta gente. Sin embargo eso casí que es mejor para la chica que titira de frío abrazada a si misma en una esquina.

¿Cuantos días han pasado? ¿Dos? ¿Tal vez tres? No puede evitar preguntarse cosas como forma de sus delirios "¿A caso ese es su final?" "¿Es lo que se merecía?" "Después de mal vivir cinco años ¿Malmoriría también?"

- ¿Estás bien Madison?- Ella solo consigue asentir con la cabeza a la rubia.- Estas demasiado palida.

Tres días sin tomar ni una pastilla para su enfermedad. Su vida ahora mismo se cuenta por horas. Por suerte la antigua quemadura ya no arde como antes aunque la piel roja delata el lugar donde cayó aquel delicioso líquido. Antes del desastre.

- No te preocupes amiga. Ya nos han interrogado a casi todos. Pronto Bruno nos sacará de aquí.

Madison solo sonríe irónica con las pocas fuerzas que le quedan. Bruno no les iba a sacar. Nadie de ese horrible lugar lo haría. Ni su nuevo novio ni el chico de las cicatrices en el que confió alguna vez.

Siente su corazón bajar el ritmo poco a poco, el cansancio le llega de nuevo. Se siente perder la conciencia poco a poco desmayandose de nuevo.

- Esta chica está enferma. ¡Alguien puede sacarnos de aquí!- La voz de un hombre retumba entre los paredes de la celda. Llegando a ningún lado.

-------------------------------------------------------------------

Un congelado agua cae como una cascada sobre ella despertandola de repente de forma violenta. Abre los ojos de forma exagerada mirando a su alrededor. Se encuentra en una celda muy parecida a la anterior pero está vez sola. O casi sola.

Frente a ella cuatro hombres la observan despiadadamente. Muchos de ellos se detienen más de la cuenta en la falda blanca que por el agua ahora transparenta su oscura lencería. Madison ni se da cuenta. Le duele todo el cuerpo y no tiene fuerzas para seguir jugando con la Mafia.

- ¿Nombre?

Ni siquiera mira al hombre de cuya voz procede. No le importa. Una profunda tristeza le agolpa en el pecho. Sabe que se sentiría mucho mejor con una pastillla. Si solo hubiese tomado la última antes de salir de casa. Si solo no hubiese ido a esa estúpida fiesta.

- Te he pedido tu jodido nombre.- Un hombre de tez morena le agarra de la mandíbula obligandola a mirarla. Ella se asusta reaccionando enseguida.

- Madison, Madison Walster.

- No trates así a nuestros invitados. - Una voz sarcastica y maligna hace retroceder y dejar de presionar el rostro de Madison. - No quiero que vayan diciendo por ahí que en esta mafia no damos buen servicio.

La risa de los cuatro hombres retumban en los oídos de la pelinegra.

- Te conozco. Eres la muchacha que salvó en mi hijo en aquel callejón.

Eso llama la atención de Madison. ¿Acaso aquél hombre de impecable traje y tupidas cejas es el padre de Samael? Sus sonrisas se parecen. A pesar de que apenas le ha visto a Samael hacerlo una vez, mientras que él lo hace todo el rato de forma siniestra y forzada.

- Sin embargo eso en vez de aliviarme me hace sospechar. Una vez me parece una linda coincidencia ¿Pero dos veces y ambas con vidas de mi familia en peligro...? No quiero tener que sacarte la verdad con violencia niña.

Un escalofrío recorre la espalda empapada de Madison.

- Yo... Yo no tego nada que ver. Solo vine a acompañar a mi amiga. Por... Porfavor. Solo quiero irme a casa. - Las lagrimas caen por su mejillas sin poder evitarlo sintiendose mal por ser tan debil.

- ¿Tan pronto niña? Aun nos quedan cosas de las que hablar.

El mafioso se hacerca a ella con pasos lentos prometiendo con su mirada una eterna tortura.

----------------------------------------------------------------

- ¡Samael! ¡Samael abre la puerta!

Unos fuertes golpes en la puerta hacen al chico salir de su ensoñación. Sentado al borde de la cama observa aún los pedazos de la taza que no se ha atrevido a recoger. Con el ceño fruncido mira la puerta ¿Quien tendría el valor ahora de aporrear su puerta? Su animo no es el mejor desde hace tres días y las personas que le inoportunan tampoco ayudan.

Con pasos rapidos se acerca a la puerta y la abre tan rápido que la persona al otro lado casi cae dentro.

- ¡¿Que jodidos quieres?!- Gruñe casi en un grito.

Sin embargo la persona no se echa para atrás. La desesperación por conseguir ayuda le presiona el pecho. Samael se sorprende al ver ahí parado a El Mosca, con el pelo desordenado y grandes ojeras. Producto quizá de una noche llena de chutes.

- Mi hermana Samael. Tengo que sacarla de ahí.

Al chico de la cicatriz le arde la sangre solo de que la nombre. En parte porque se siente culpable, sus gritos no paran de escucharse en su cabeza, en parte porque le parece del todo hipócrita que él venga a pedirle ayuda.

- Por que me tendría que importar a mi y por que te tendría que importar a ti. Te recuerdo que no fui yo el que la dejó allí para morirse.

Sus ojos se ven arrepentidos al instante mientras es observado por el alto de forma despectiva. Con asco.

- Eso ahora no importa. Ella se cuida sola. Pero... se muere Samael. Está enferma.

- ¿Como que enferma?- Demanda con voz potente.

- Tiene hipotiroidismo. Sin sus pastillas le queda poco tiempo. Eso si no está muerta ya.

Al hijo de la mafia le caen las palabras como piedras. De tanta presión sobre sus manos sus nudillos se vuelven blancos mientras solo algo ronda su mente. "Por tu culpa". No puede entender como en tan poco tiempo esa chica a hecho estragos en él, pero los ha hecho.

Ambos muchachos corren escaleras abajo sin perder más tiempo en explicaciones. La gente se aparta al ver la expresión en la cara del mismísimo demonio. Parece desesperado, a punto de quemar el mundo si no consigue su cometido. Su cometido es claro. Tiene que sacar de ahí a Madison y lo tiene que hacer ahora.

La puerta de la sala 10 se abre de un portazo tan violento que casi la tumba abajo. Todos dentro de la celda giran hacia Samael con miradas desconcertadas. Todos menos el pequeño cuerpo sobre la silla cuyo propio peso apenas puede sostener.

- Hijo mío menuda sorpresa. Justo a tiempo para unirte a la parte entretenida.

Samael ni siquiera contesta a la sonrisa sadica de su padre. Sin pensarlo se acerca a la silla perdiendo la fe al ver la palida piel de Madison y sus ojos cerrados. Esos hermoso ojos de los que decidió deshacerse. Con las dos manos acuna su rostro tratando de encontrar pulso, respiración, algúna señal de que no la ha perdido.

- Es hermosa ¿No? ¿Que te parecen unas marcas a lo largo de sus mejillas? Mi segunda opción era apagar esos ojos pero unas lágrimas eternas de sangre me parecen más poéticas.

Su espalda se pone rigida ahí agachado ante la propuesta de su padre. Sin dudarlo lo habría hecho apenas unos días atrás, pero a Madison. A su Mad... Con un rápido movimiento se deshace de las ligas que atan a la muchacha. Su corazón vuelve a palpitar al ver sus craquelados labios moverse como tratando de decir algo aún con los ojos cerrados.

La acurruca en su pecho de forma protectora. Es tan pequeña y fragil que teme romperla... más. Su ropa mojada traspasa su camiseta aunque trata de taparla con su cazadora al ver el transparente de su falda. "Por tu culpa"

Le lanza una última mirada a su padre antes de salir por la puerta sin decir nada a paso apresurado ante la atónita mirada de todos en la sala. Aún con la frialdad de sus ojos jamás habían visto a Samael arder de aquella forma.

Su padre también lo nota. Aunque lejos de parecer molesto su sonrisa se expande aún más por su cara. Siniestra. Conoce bien a su hijo y su horrible maldición de quemar todo aquello que toca. Como haría con aquella dulce niña. Madison Walster.

Bajo la mirada de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora