AL MAL TIEMPO BUENA CARA

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AL MAL TIEMPO MALA CARA

Aquella noche Madison durmió en un motel del barrio. Olía a humedad y el inodoro no funcionaba pero por lo menos se estaba caliente y se lavó el pelo haciendo que brillara de nuevo. Pudo ahorrar lo que quedaba de los billetes para pastillas para el resto del mes. Una vez se tomó su dosis esa mañana se sintió mucho mejor y no pudo evitar pensar que la vida le sonreía por primera vez en mucho tiempo. 

No pudo alejar esos oscuros ojos de su mente. Confundida no puede entender la controversia de los actos del castaño que de alguna forma, y aunque se niegue a aceptarlo, le salvó la vida. Trata de alejarlo de su mente, al igual que el nudo de su garganta al pensar en la humillación del momento.

Se dirige a su trabajo con una sonrisa como siempre a pesar de las adversidades del día anterior. Siempre le ha gustado cuidar al hijo de los Valentine, Teo. Es un niño muy activo y con una sonrisa contagiosa. Apenas tiene siete años. Agradece la oportunidad que le dan sus padres al ser ella responsable de su educación y sus juegos. Madison se vió obligada a dejar el colegio a los quince justo cuando sus padres murieron. 

Solo quedó para ellos una gran deuda y, con lo poco que su hermano y ella tenían, tuvieron que hacer recortes, empezando por la educación. Sin embargo es una chica lista y aplicada y le gusta estudiar con el niño porque así siente que aprovecha el tiempo perdido. 

- ¡Madizon, Madizooon!- Le recibe el niño emocionado.- Ayer ze me cayó mi diente. ¿Vendrá el ratonzito perez?- Su graciosa forma de pronuncias las eses y su puchero la hace sonreir de nuevo y olvidar lo pasado con su hermano y con el hombre de la cicatriz. 

- ¡Claro que vendrá Teo! Pero hasta la noche todavía tenemos mucho que hacer. 

Se ponen manos a la obra enseguida con los deberes. Matemáticas, Inglés, Historia. Con él la chica recupera toda la vida que, con sus problemas, se le escurre entre sus dedos. Ahí es en el único sitio que siente llevar el control.  

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- ¡No me importa lo que tengais que hacer! ¡Quiero mi dinero y lo quiero AHORA! 

Los gritos de su padre se escuchan por toda la oficina y está seguro de que también a lo largo de toda la planta. Sin embargo él solo mira impasible la escena. Está acostumbrado. Sabe que la furia del gran mafioso va mucho más allá de unos cuantos gritos porque un trato se tuerza. Él lo sabe mejor que nadie. 

- Si, jefe. 

Dos figuras salen apresuradas por la puerta de cahoba tratando de huír de su duro superior. Con las manos en los bolsillos y pasos tranquilos hacia la salida, el chico de la cicatríz da por zanjado el tema de la reunión.  

  - Samael.- El chico para de golpe al oír su nombre. 

"Samael", "El ángel de la muerte", "El ángel de la mafia", "Lucifer"... Millones de sobrenombres relacionados con su nombre y reputación. Desde su nacimiento su futuro está escrito. El nombre del diablo. 

- Síguelos. Y si no cumplen...- Una sonrísa sádica surge de los labios del jefe de la mafia marcando más las arrugas que adornan sus fríos ojos.- Ya sabes lo que hacer. 

Sin ninguna expresión Samael solo asiente antes de salir sin hacer ruido de la oficina de su padre. 

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El humor de la chica sigue intacto incluso mientras sirve las mesas otra interminable noche más.

 Por alguna razón no le importan siquiera los borrachos que trataban de tocarla por debajo de la falda del uniforme, demasiado corta para su gusto. Pero de eso se trata. Un pub. Donde los hombres se sienten justificados para beber en desmedida y lanzar piropos a las camareras y las bailarinas del lugar explotadas por un sucio jefe. 

Muchas de ellas tienen deudas con él. Otras no tienen otra opción de empleo, como Madison. 

Se quita el ridículo corset cuyo único cometido es hacer más boluminosos sus pechos y se pone el roído jersy. Fuera hace frío y lo último que necesita es enfermar. Despidiendose del resto de chicas ajusta la mochila a su hombro y se dirige a la salida trasera. 

El reloj marca justo las dos de la mañana cuando el viento le hace apresurarse para llegar al motel, desesperada por poder descansar por lo menos cuatro horas antes del nuevo día. 

El reloj marca justo las dos y cuarto cuando un disparo la deja paralizada. Helada en su sitio. Proviene de demasiado cerca pero está en shock y no reacciona hasta que ve a dos hombres salir corriendo de un callejón tan rápido que por un momento piensa que lo ha imaginado. 

Ella también quiere correr, correr lejos, correr a su habitación y ocultarse bajo las sábanas como cuando era pequeña. Y está dispuesta a hacerlo. Eso es, claro, hasta que escucha un gruñido que procede del mismo callejón. 

Un escalofrío la recorre de inmediato ante tal quejido. Puede sentir el dolor y la rabia en él como si se tratase de un animal al que acaban de atrapar. Sus pies reaccionan sin el permiso de su mente. Deja de golpe el plan inicial de lado y sin pensarlo se adentra en la oscura callejuela, dejando atrás lo único que le protege. 

La luz de una farola tintineante amenazando con apagarse. 



Bajo la mirada de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora