13 Sin ataduras

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Una respiración profunda hizo vibrar el pecho de Mathi, las calles pasaban a través de sus ojos mientras se enfocaba en el cristal del impresionante deportivo de Davo.

«Davo».

Sí, iba con él y esa noche las cosas cambiarían, aunque le había jurado que no ocurriría a su jefe. Mathias sería incapaz de continuar del mismo modo luego de probar ese fruto prohibido.

«El, yo y la noche».

La luna se mostraba pura y cristalina sobre el cielo diáfano, un enorme disco color plata que iluminaba todo. Mathi se juró a sí mismo frente al deseo que latía en cada célula de su cuerpo que esa noche Davo Petrich olvidaría para siempre a Joel Sambrizzi. Borraría cada huella que ese bastardo hubiera dejado en ese hombre que se convertiría en su amante. Lo haría, sabiendo que era una proeza, teniendo en cuenta su falta de experiencia en contraposición a Joel que de seguro en el plano sexual tenía más trucos que David Copperfield.

No iba a llegar a su alma, Davo no lo permitiría. Había dejado claro que lo suyo sería esto, una noche y las penumbras.

Era el momento que Mathi había esperado desde siempre cuando se masturbaba entre las sábanas de su cama siendo un adolescente. Las horas, minutos, segundos, los días y meses se tornarían conceptos abstractos que nada tendrían que hacer cuando, por fin, su boca rozara los labios de Davo.

Había estado tan cerca de ese beso hacía unos minutos.

—Sube al auto.

—¿A dónde vamos?

—A mi casa, ¿dónde más?

—¡Sr. Petrich!

—Si vas a negarte te aconsejo que lo hagas ahora, de lo contrario, eres mío hasta el amanecer. Lo tomas o lo dejas. Es simple, Mathias.

Su boca hablaba dando órdenes como siempre lo hacía, ideas precisas y unívocas. Mathias cerró los ojos y sintió la respiración de Davo cerca de su rostro.

—No voy a retractarme. Soy suyo hasta el amanecer.

Un escalofrío cargado de incertidumbre y excitación serpenteó como un relámpago en su columna vertebral. Y entonces, aquí estaba. Montando el auto de Davo Petrich, a punto de montarlo a él también hasta dejarlo sin aliento.

Palpó el cuero de la guantera que contrastaba con el traje que llevaba. Davo tosió a su lado. El silencio llenando el espacio de una manera tan deliciosa. Su jefe solo se había concentrado en conducir, sin embargo, Mathias lo observaba de soslayo, el hombre presionaba con fuerza los dedos sobre el volante cuando se detenían en algún semáforo. Estaba ansioso, mucho si tenía en cuenta el modo en que ejercía esa presión. Matthias se imaginó esos dedos largos enroscados en su cuello, presionando mientras lo empotraba con furia y lo llevaba al orgasmo.

«Contrólate».

Se dijo a sí mismo, a punto de arrojarse afuera del auto. Tenía miedo, pero no de su amante y de lo que pudiera hacerle sino de sí mismo. De ser insuficiente, de que las expectativas de su jefe en torno a él quedaran truncas.

El celular de Davo sonaba sobre la gaveta, una y otra vez.

—¿Quién es?— indagó el hombre observándolo por primera vez desde que habían subido al vehículo.

—Su madre—respondió Mathi algo arrepentido por lo que había sucedido.

—Corta la llamada—ordenó—. Y si no entiende de ese modo respóndele y mándala a la mierda.

—No habla en serio.

—¿Por qué no? Lo has hecho hace media atrás, ¿cuál es la diferencia ahora?

¿Un nuevo amor? ¡Ni loco! Libro 1 T. L.A (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora