Así comenzó su semana, Rachel no podía pedir más, había vuelto la Quinn amable, la romántica, la que le regalaba violetas y lirios solo...sólo por que si.
Debía admitirlo, era de los mejores días que jamás había vivido. A pesar del jodido mal presentimiento que tenía.
-¿Rach?
-...- Rachel se quedó pasmada mirándola, pues no todo es perfecto.
Quinn estaba cada día más pálida, más delgada y más débil.
Hacia lo posible por ocultarlo, trataba de está feliz siempre, ocultando su dolor tras sonrisas y sus lágrimas tras miradas dulces.
Rachel casi había olvidado la desdicha de Quinn, casi lo hace, pero todas las mañanas es capaz de observar que a Quinn se le hace cada vez más difícil levantarse.
Le preocupaba, mucho, pero cada vez que preguntaba ella respondía lo mismo.
-"estoy bien, no te preocupes."
Por su lado Quinn sabía que le quedaba cada vez menos tiempo.
Rogaba perder soportar todo lo que le deparara su situación, pero el dolor era cada vez peor, cada paso se sentía como un clavo ardiente enterrandose en su piel.Ponía todo su esfuerzo en no mostrar el dolor, realmente lo hacía, pero por momentos un pequeño quejido se escapaba, una diminuta exclamación, suficiente para que su esposa la mirara con el sueño fruncido y preocupación.
Al final de la semana, que terminó demasiado pronto para el gusto de ambas, Quinn se fue a casa de sus padres...ellos ya sabían la situación, así que la reciebieron entre abrazos y miradas besos.
Es cierto la ignorancia hace la felicidad, pues el dolor que les provocó saber lo que deparará el futuro, lo que le pasaría a su pequeña princesa era simplemente insoportable.
A pesar de todo no dijeron una palabra, no frente a Quinn.