»Capítulo 2«

363 58 14
                                    

Era sábado. Steven, por más que intentó no dormirse, de nuevo lo volvió a hacer.

Había comenzado a sentir como si un tractor lo hubiera aplastado, además de golpearle con una roca y, para finalizar, como si hubiera dormido en el suelo.

No obstante, allí estaba, durmiendo en su cama, con la pierna sujetada a una de las esquinas de la cama. Alrededor, por supuesto, adornaba la cantidad de arena que cada noche coloca con éxito como una especie de trampa.

Era como jugar al gato y el ratón. Sólo que él no sabía aún que quizá era la presa en este juego. De ese modo, se alzó luego de quitarse lo de la pierna y una especie de oleada de buen humor y entusiasmo arrasó en su cuerpo, impregnándose velozmente.

Hoy sería el día que iría con Süheyla a comer. Bueno, más bien, él iría a su apartamento para comer. Había estado practicando cómo iniciar una conversación, además de memorizar preguntas que podría hacerle a lo largo de la comida.

Sonreír, eso era importante. Leyó una revista sobre eso que Donna había dejado en la bodega y estuvo intentándolo en el trabajo.

No resultó en un principio, pero poco a poco fue logrando relajar los músculos de las comisuras de sus labios sin parecer un imbécil; palabras suyas que había dicho en su mente.

Se levantó, se vistió con otra chaqueta esta vez de un color añil y simplemente se precipitó a preparar su desayuno al mismo tiempo en que alimentaba a Gus, su pez dorado. Y como cada mañana, siempre llamaba a su madre.

—Hola, mamá. ¿Recuerdas que te hablé sobre la mujer del otro día? Bueno, se llama Süheyla. Me comentó que las personas de confianza en su vida le dicen Susu —soltó una risita—. Es simpática, ríe mucho y...y me invitó hoy a comer a su apartamento —hizo una breve pausa mientras restregaba su palma de la mano nerviosamente sobre su estómago y pierna—. He practicado en qué decirle, lo he hecho casi toda la noche y yo...quiero agradarle —se perdió en recordar la manera en que la mujer le sonreía y el cómo sus ojos avellanas resplandecían como dos luceros—. Te hablaré mañana para decirte cómo me fue. Te amo, adiós.

Y colgó la llamada. Tras eso, finalmente Steven se encaminó a la cocina, volviendo a ver el desastre que en ocasiones se repetía debía de organizar. Esta vez desayunó un cuenco de cereal con leche de almendras y simplemente se quedó sentado, pensando en qué pasaría cuando llegara al apartamento de la mujer.

¿Le sonreiría? ¿Se pondrá nervioso? ¿Deberá decirle que se ve bonita como todo el tiempo?

"No, dirá que eres extraño", le dijo su conciencia y sólo permaneció presionando sus labios hasta causar que la boca se le realizara una mueca.

Estuvo un largo rato haciendo cualquier cosa para poder que el tiempo se le pasara volando. Era su día de descanso, así que intentó también organizar su gran variedad de libros en los estantes. Se colocó sus gafas para leer y estuvo alrededor de treinta minutos leyendo su poeta preferida, Marceline Desbordes-Valmore.

La hora había llegado y entonces se miró una última vez en el espejo. Si, sus ojeras estaban presentes, pero no podía hacer nada al respecto para ocultarlas. Miró que los zapatos que usaba estaban limpios y sus pantalones sin una pelusa en absoluto. Tomó la perilla de la puerta de entrada y salió. Caminó hasta el ascensor, tocó el botón del cuarto piso y entonces esperó mientras la piernas le comenzaba a temblar por los nervios.

Tragó saliva, pensó en quizá ir hasta el piso principal, salir al mercado enfrente del edificio y buscar a alguien que vendiera flores. ¿Süheyla era alérgica a las flores? ¿Le gustaban?

El sonido del ascensor avisando su llegada y las puertas metálicas abriéndose devolvieron al hombre. Parpadeó varias veces, jugueteó con sus dedos y entonces empezó a andar sigilosamente hasta la puerta de la mujer. Le había avisado que el número era el 412, así que se encaminó con cautela hasta estar frente al respectivo apartamento.

𝐍𝐢𝐠𝐡𝐭 𝐂𝐥𝐨𝐚𝐤 [𝐌𝐨𝐨𝐧 𝐊𝐧𝐢𝐠𝐡𝐭]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora