Dulce muerte

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Era media noche cuando una serie de mensajes invadieron la pantalla de mi celular, lo tomé y empecé a leerlos uno a uno y mientras más leía una profunda tristeza se iba apoderando de mi corazón y mi cuerpo comenzó a temblar, al final solo me tumbé en la cama con la mirada clavada en el techo hasta el amanecer.

Fui a buscarte, parecías molesto y triste, te miré a los ojos y te pregunté el por qué de tu odio hacia mí, el por qué te costaba tanto aceptarme del todo si decías que tu amor era tan grande. No lograba entenderte, solo te miraba caminar de un lado a otro mientras me decías cosas horribles, trate inútilmente de explicarte que tu mente de hace creer cosas que no son, que todos esos malos pensamientos sobre mí no son más que una enorme nube que no te deja ver que lo que siento por ti es real.

De nada sirven mis explicaciones pues no era la primera vez que esto pasaba, tus inseguridades son más grandes que todo el amor que me dices tener. Te abracé por detrás y te pedí una vez más que confiarse en mí, que creyeras mis palabras, tu negaste ligeramente con la cabeza y me dijiste que lo mejor era terminar ya que solo nos estábamos haciendo daño, y dejé escapar una lágrima. Te apartaste de mí, tan silencioso, tan pensativo, luego me miraste y me abrazaste tan fuerte que sentí que se me iban a partir los huesos, besaste mi frente y de nuevo me pediste perdón.

A la mañana siguiente no parecíamos los mismos o al menos yo, me estaba portando distante, no podía entenderlo ya que siempre después de una discusión volvía a ser esa novia cariñosa y tierna... No pude más y volví a casa para encerrarme en mi habitación a pensar y después de algunas horas me di cuenta que mi comportamiento se debía a qué estaba llegando a mi límite y que tanto dolor y decepción se habían acumulado en lo más profundo de mi ser y que ni siquiera tanto amor por ti no podían borrarlos... ya no había salida, mis demonios habían vuelto a atormentarme.

Ya no podía quedarme en dónde ya no me sentía amada y valorada, así que me pensé que lo mejor para ti era que me fuera para siempre de tu vida pues solo así podrías estar más tranquilo sin el hecho de que el solo mirarme viniera a ti mi pasado causándote dolor y tormento. Voy a liberarte, ya no tendrás que preocuparte de que por maldita culpa sientas desesperación, haré esto por el bien de ambos, ya no volverás a sentir amor y odio, deseo y asco por mí.

Lo único que quiero es que encuentres tu felicidad y, sobre todo paz interior. Entre llanto, subí al banquillo, coloqué la soga alrededor de mi cuello, miré por la ventana y sonreí.

—Te amaré hoy y siempre.

Me quedé con la mirada perdida un instante y luego me dejé caer... Fue instantáneo, no hubo dolor, mi cuerpo simplemente se quedó balanceándose ligeramente cómo si de una bella danza se tratara.

Eres libre.


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