Septiembre rojo

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Aún recuerdo la primera vez que te vi, en un día de Marzo, un amigo en común nos había presentado y dijiste tu nombre: Victoria. Y de haber sabido del demonio que vivía dentro de ti jamás hubiera contestado ese mensaje, jamás hubiera aceptado esa primera cita y jamás hubiera correspondido ese primer beso.

Quizás yo sí te gustaba, quizás sí llegaste a amarme y a desearme con locura; sin embargo, tenías tantas inseguridades que me llegaste a acusar de infidelidad o de no querer estar a tu lado. Decías que mi amor era falso. Me partías el alma con cada acusación sin sentido y de tus quejas plagadas de insultos, y sé que no tenía por qué permitir que me hicieras semejante daño, pero te amaba, te amaba tanto que llegué a aceptar tus hirientes palabras y a humillarme a tus pies para que siguieras conmigo, para que jamás me dejaras. Y llegué a engañarme a mi mismo, creyendo que esa era tu forma de amar.

Me tenías bajo un cruel hechizo que me tenía encadenado a ti y que con cada “lo siento, voy a cambiar” me aferraba más a ti. Te permitía dejarme sin aliento, dejar que me rompieras, me dejé sangrar y dejé que lentamente muriera lo que alguna vez fuí, y solo para tenerte contenta. Pero todo cambió cuando dejaste de jalar la cadena, y supe que algo en ti había cambiado.

Tu cuerpo estaba ahí, seguías manteniéndome a tu lado, pero tu mente y tu esencia estaban en otra parte y también dejaste de desearme con desesperación. Entré en pánico y busqué formas de humillarme para volver a tener tu afecto, para que volvieras a tirar de mi collar, pues era dependiente de ti, pero no tuve respuesta y así sin más rompiste mis ataduras y me dejaste en medio del sufrimiento y la soledad.

Acepté tu partida, realmente no podía darte lo que esperabas. No había futuro para nosotros, pero deseaba que lo nuestro hubiese durado un poco más a costa de mi libertad y dignidad, pues te amaba y tú decías amarme también. ¡Mentiste! Lo pude ver al descubrir que me ocultabas cosas y al ver esas fotografías donde estabas tan cerca de ese otro hombre. Entonces lo supe, entendí por qué lentamente te alejabas de mí y dejaste de quererme, ¡Te habías fijado en alguien más! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué no me dejaste ir a tiempo?! ¡¿ Por qué seguiste sosteniendo mi cadena?!

Me llenó de rabia ver la forma en que alababas su sonrisa y el cómo decías que el color rojo se le veía tan bien. Me encolerizó ver que la atención y el afecto que le dabas a él jamás me la habías dado a mí. ¡Yo que me humille y te dí lo mejor de mí jamás escuché palabras hermosas ni recibí atenciones especiales! ¡Te burlaste de mí! Y lloré de rabia, lloré en la oscuridad de mi habitación mientras rasgaba la carne de mis brazos con mis propias uñas, pensando en lo estúpido que fui al no querer darme cuenta de lo que estaba pasando. ¡Pero no podía dejarlo así! ¡Debías pagar por haberme hecho tan miserable.

Puedo ver por qué dejaste de quererme, él es muchísimo más atractivo, su cuerpo es perfecto y apuesto a que su voz es tan grave, tan masculina, tiene una dentadura blanca y perfectamente alineada. Es mejor que yo en todos los aspectos, lastima que sea tan estúpido y de no tener la capacidad de correr más rápido. Que fácil fue encestar el filo del hacha sobre su espalda, haciéndolo caer de cara sobre el pavimento en medio de la oscuridad de la noche y teniendo como testigo la luna. Sus intensos ojos oscuros se dirigen a mí con temor, el pobre iluso no puede entender por qué estoy haciendo esto y entonces sonrío de una manera que solo puedo describir como repugnante.

—Jamás debiste cruzarte en mi camino — dije — Yo era el perro de Victoria y fue por ti que dejó de quererme.

Lo veo tragar saliva nervioso mientras que trabajosamente se arrastra por el suelo alejándose de mí, y por la manera en que ahora me mira es claro que sabe de lo que hablo.

—No, no es lo que tú crees — murmura con voz temblorosa.

Tenía razón, hasta su voz es mejor que la mía. ¡Lo odio!

—Está bien — susurré, dando un par de pasos hacia él — pero ella es mala. Es una zorra sin corazón y no dejaré que haga con otro lo que ha hecho conmigo, pero eso no significa que te dejaré vivir.

Y antes de que el pobre imbécil pudiera reaccionar, levanté mi hacha en alto y la dejé caer de golpe sobre su puta cara.

—Ya no eres tan bonito, ¿verdad?

Sonreí satisfecho, luego tomé su celular y redacté un mensaje bastante convincente para poder verte a esas horas de la noche, claro que era una vil trampa, no tenías ni la mínima idea de quién se aparecería a las afueras de tu edificio sería yo y no ese bastardo.

Que gratificante fue ver la sorpresa en tu hermoso rostro al verme, y mejor aún cuando vi el miedo en tus ojos al notar el bate que llevaba en la mano. No hubo tiempo de que hicieras o dijeras nada cuando ensarté un golpe sobre tu cabeza y caíste inconsciente al piso. Arrastré tu cuerpo al interior del auto y conduje hasta un condominio abandonado donde te haría pagar todo el daño que me has causado.

Desde las sombras veo tu despertar, tu mirada confundida mira hacia todas partes, intentas gritar pero la cinta sobre tu boca te lo impide por lo que solo puedes gemir así que luchas con todas tus fuerzas contra las ataduras que te tienen quieta sobre esa silla. Entonces decido salir de mi escondite, me miras con ojos muy abiertos, y en un rápido movimiento arrojo la cabeza de tu amante partida por la mitad a tus pies. Intentas gritar de nuevo, llena de horror.

—Mirate — susurré — te sigues viendo tan hermosa como el día en que me abandonaste — rio sarcástico — ¿Qué tiene él que no tenga yo? ¿Qué te hizo preferirlo? Te di cuatro años de mi vida y aún así te fijaste en él ¿Por qué?

Alargo la mano y de un tirón arranco la cinta de tu boca, haciéndote chillar.

—¿Por qué me mentiste, Victoria?

Tus ojos no me miran, estás temblando, y si no me equivoco creo que has mojado los pantalones.

—No… no es así — respondes tartamudeando — Él… él… Solo es mi amigo — me miras con lágrimas en los ojos — Él no tuvo nada que ver con… con nosotros.

—¡Mentira! — grité con rabia y golpeé tu rostro con el puño.

Soltaste a llorar lo cual solo despertó más la ira en mí por lo que no dejé de tirar golpes. La sangre emanó de tu boca y tu nariz, tu hermoso rostro se ha deformado y volviste a mojar tu ropa. Yo sigo gritando.

—¡Maldita zorra! ¡Te odio! ¡Te odio!

Has quedado con la mirada perdida, si no me contengo te hubieras desmayado de nuevo y no quiero eso, quiero que veas y sientas lo que haré a continuación. Procedo a desatarte y caes en un golpe seco al suelo, observo como luchas por escapar de mí pero es inútil, ya te tengo sujeta de los pies y vuelvo a atraerte hacia mí y sostengo tu rostro desfigurado obligando te a mirarme.

—Mi niña — sonrío de forma asquerosa — eres toda mía, siempre mía.

Todo fue tan rápido que no supe en qué momento rasgue tu ropa con un cuchillo sin tener el mínimo cuidado, alcanzando a cortar tu carne haciéndote gritar e inmediatamente me bajé los pantalones y procedí a violarte con furia. Tus chillidos y súplicas solo me animaban a continuar.

—Así te gusta, ¿verdad, zorra?

Sigo arremetiendo con fuerza contra tu cuerpo, tus gritos se van apagando conforme mis manos aprietan más tu cuello. Te estás quedando sin aliento, tus ojos van perdiendo su brillo mientras estoy cerca de alcanzar el clímax. Quiero que esto sea algo para recordar por siempre, que sea un final especial en esta noche de Septiembre, por lo que vuelvo a tomar el cuchillo y atravieso con él tu garganta, haciendo que la sangre formará un enorme charco debajo de ti. Fue hermoso, el mejor sexo de mi vida, jamás había eyaculado de esa manera.

—Feliz aniversario, cariño — dije sin aliento.

Estaba exhausto, pero no quise detenerme ni un momento, besé esos tiernos labios una última vez para después dejar que mi hacha volviera a ser protagonista. Destace tu cuerpo en múltiples pedazos, creo que comí algunas partes, no lo recuerdo, y luego te prendí fuego, pero dejé tu linda cabeza intacta.

Encontré un espejo roto entre las cientos de cosas que había en el lugar y lo puse contra una columna delante de ti. Y me miré, miré con gran admiración mi cuerpo desnudo cubierto de tu deliciosa sangre y me sentí muy bien conmigo mismo, luego sonreí y me giré hacia ti.

—El rojo también me sienta muy bien, ¿No lo crees así, mi amor?








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