𝐒𝐞 𝐜𝐮𝐦𝐩𝐥𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐫𝐨𝐟𝐞𝐜í𝐚

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—Está bien, lo juro por el Río Estige

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—Está bien, lo juro por el Río Estige. —dijo un derrotado dios de la guerra.

Un trueno se escuchó a la lejanía mientras me apartaba de mi oponente. Tanto Annabeth como Grover llegaron corriendo hacia mí mientras inspeccionaban las heridas que me había infligido Ares. Nada de que un poco de ambrosía no arregle. Nos alejamos de Ares, que lentamente se arrastró fuera de la bahía hasta desaparecer en una fulminante luz de color rojo.

— ¿Estás bien?—preguntó Annabeth.

—Eso creo...—respondí.

— ¡Amigo, eso fue increíble!—exclamó Grover— Ni siquiera pude verte atacar. ¡Y esa ola estuvo enorme!

—Sí...pero me dejó exhausto ahora que lo noto.

— Jamás vuelvas a hacer eso, Sesos de Alga tonto. —me dijo mirándome feroz— Ahora tenemos que ir al Olimpo.

De pronto, se empezaron a escuchar aleteos. Del cielo salieron tres ancianas con caras furibundas, sombreros de encaje y látigos fieros. Las Furias se posaron frente a mí esperando que entregase el Yelmo de Oscuridad. Annabeth, quien lo tenía en sus manos se posó enfrente de la de en medio y se lo entregó.

—Lo hemos visto todo, hijo de Poseidón.

—Devuélvanselo a Hades. Cuéntele todo y que desemboque la guerra.

La vi lamerse los labios con esa legua bífida que me repugnaba.

—Vive bien, Perseo Jackson, porque si caes de nuevo en mis garras te desollaré vivo. —respondió.

Ascendieron de nueva cuenta y desaparecieron en una nube negra. No me gustaban para nada las amenazas pero al menos no iban a molestarme ahora. No quedaba nada que decir, debíamos avanzar hasta el Olimpo y desgraciadamente no podíamos tomar un avión. La tormenta que se empezó a formar se volvía cada vez más intensa por lo que Grover sugirió otra opción.

—Percy, debes rezarle a tu padre.

Desvié la mirada. Nunca quise ni necesité de su ayuda.

—Percy, sé que no quieres su ayuda. —aconsejó Annabeth—Pero en estos momentos es la única forma.

—Está bien. —respondí tras suspirar—Déjenme un minuto.

Fui a la orilla y me arrodille en la húmeda arena. Junté mis manos y cerré los ojos antes de mirar con detenimiento el mar. Puede que esta sea la única vez que le pida ayuda a Poseidón, pero aún me sentía dependiente de alguien a quien no aprecio.

—Poseidón, por favor, atiende mi plegaria. —susurré— Ayúdanos a llegar al Olimpo. Podemos detener esta locura...

Casi inmediatamente, escuche un distinguido sonido. Miré hacia el cielo y de la tormenta salieron tres hermosas y esplendidos pegasos. Uno siendo de color blanco puro, otro marrón similar a la madera y uno gris con manchas negras en las patas. Aterrizaron en frente de nosotros y pude escuchar en mi cabeza la voz de uno de ellos: <<Jefe, nuestro señor escuchó su plegaria. Los llevaremos al Olimpo. >>

𝐋𝐄𝐆𝐀𝐃𝐎 𝐃𝐄 𝐂𝐑𝐎𝐍𝐎𝐒: El Ladrón del RayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora