Con mis pensamientos divagando sobre temas irrelevantes, caminaba por la vereda. Veía pasar a las personas, algunas apuradas, tal vez llegaban tarde a alguna reunión importante del trabajo, otros caminaban con la vista gacha y los auriculares puestos y, mientras tanto, otros paseaban con la mirada en el azul cielo.
«Que hermoso día», pensé, «sería genial nacer en un día como este».
Nada mejor que caminar sin rumbo alguno, sin prisa ni apuro, observando las cosas a mi alrededor, ya que... sin querer, la vida se me escapaba de las manos, pues, todo cambiaba muy rápido, ¿a qué si? Los años pasaban volando, en un pestañeo ya estabas, de nuevo, al frente de una multitud que te cantaba el «feliz cumpleaños» mientras que tu mirabas emocionado un sabroso pastel con radiantes velas encima de el.
«Que hermoso día para...», pensé, pero no pude terminar de formular aquella frase en mi cabeza, ya que un hombre tirado en medio de la calle llamo mi atención.
No estaba solamente «tirado» en la avenida, lo habían atropellado y, si no estaba ciego, no se veía nada bien.
Intente recordar las clases de primeros auxilios que nos habían dado en la escuela, cuando todavía estaba en la secundaria. Casi no recordaba nada, tan solo que nos habíamos reído mucho con mis compañeros cuando tuvimos que darle la respiración boca a boca a un muñeco acostado en el suelo.
«Habían dicho que teníamos que frenar a los coches que venían, pedir ayuda, que alguien llame a una ambulancia»
-¡Ayuda, necesita ayuda! -grite, mientras comenzaba a correr hacia el hombre que yacía en el pavimento.
Si bien no podía estar al lado de él, ya que un coche me atropellaría a mí también, podía cruzar la calle y colocarme más cerca del hombre. Y así lo hice y, mientras que cruzaba, seguía pidiendo ayuda, pero nadie parecía escucharme.
«¡¿Es que acaso están sordos?! ¡¿Locos?!»
La furia recorría mi cuerpo, ¿cómo podían dejar a alguien tirado en la calle? ¡¿Cómo no podían ayudarlo?! No es que perderían una pierna por hacerlo, ¿o sí?
Ya lograba distinguir el rostro de la víctima, estaba pálida, con los ojos abiertos mirando hacia el cielo y la sangre dejaba un hermoso rastro bordo mientras nacía de su coronilla, bajaba por la nariz y caía por su mentón, manchando su camiseta azul. Pero todavía lo podíamos salvar.
De un paso llegue a su lado, daba igual si me podían chocar a mi también, alguien se estaba muriendo al frente de mis ojos y yo no me quedaría sin hacer nada.
Ya ni intentaba pedir ayuda, era inútil, nadie hacía algo para ayudar a aquel pobre hombre que tenía muy pocas posibilidades de poder respirar de nuevo.
Busque mi teléfono celular, la desesperación hacía que temblara, pero luego de unos segundos lo encontré, marque el 911, coloqué el altavoz y lo deje a mi lado mientras comenzaba a presionar sobre el pecho del hombre, intentando que su vida se prolongara por unos minutos más para que la ambulancia pudiera llegar y salvarle la vida.
Pasaban los segundos, minutos... ya comenzaba a perder la cordura.
«¡¿Qué sucede?! ¿Por qué no contestan? ¿Por qué nadie ayuda a este hombre?»
Acerque mi oído al rostro del hombre, no respiraba y luego a su corazón... tampoco latía. Ya no quedaba nada que hacer.
Me levante y lo mire desde arriba... no parecía estar cómodo en aquella posición, así que intente ponerlo lo mejor posible, pero me era imposible moverle.
Un teléfono celular comenzó a sonar, estaba cerca, lo busque con la vista y di con el, estaba debajo de un coche cercano, seguro era del muerto. Me acerqué, lo recogí y mire la pantalla con curiosidad, en ella se leía claramente el nombre de mi esposa, «Gabriela» y una foto suya en la que sonreía mostrando los dientes.
Con el ceño fruncido me volví hacia el hombre tumbado en la calle y recordé...
«Que hermoso... morir este día».
