Juguemos
Ella quería ser libre, salir de aquella prisión que tanto odio había acumulado; tristeza, odio, rencor, egoísmo, no son más que simples palabras que ella ya no comprendía el significado. Sus ojos dejaron de ver los colores de la primavera, del verano y otoño, tan solo veía los colores del invierno: blanco. Su corazón no latía por alguien, ni por algún aroma, o porque tenía miedo, latía por latir, para… que él todavía no gane la partida. Sus gestos seguían siendo los mismos, sus sonrisas también, todo en ella seguía igual de bien que el día anterior, pero nadie se daba cuenta de que su sombra no era igual que su silueta, cada día estaba más deformada que el día anterior, cada vez había más… peso sobre los pequeños hombros de aquella chica. Un día hermoso, como cualquier otro, ella decidió dejarle ganar esa inútil partida a él, ya estaba cansada de jugar a su juego, ahora, jugarían al suyo. Conto los días en los que fue feliz de verdad, en los que su sonrisa era autentica, uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis, desde el sexto piso se tiraría. Pero… no lo logro, él no gano la partida, y ella no pudo empezar la suya. Él se dio cuenta, se negó, y no le dejo perder, no lo podía permitir, jamás le ganaría a él, El Señor de la Muerte. Ella no se dio por vencida, tenía que ganar. Tres balas dentro de su cuerpo fueron suficientes… para que se quede inconsciente, por mala suerte –quien sabe- un vecino llamo a urgencia, la llevaron al hospital, y luego de una semana ya estaba de vuelta en su casa. No se rindió, jamás lo haría, tenía que ganarle. Pastillas, cuchillos, las vías de un tranvía, agua, fuego, lo intento, lo intento de todo, y aun así, seguía viva, odiándose por su incompetencia. Lo siguió intentando, año tras año, pero nada era lo suficientemente mortal para matarla, al menos a ella. Hasta que… por fin, su corazón dejo de latir, a los ochenta y seis de vida, puedo morir, pero ya era demasiado tarde, no tenía la fuerza suficiente para poder enfrentarse a él. Había ganado otra partida más. Y todo… porque ella quiso jugar a su juego, que, por más sencillo que parezca, era imposible de ganarle a alguien que ya había pasado por eso, alguien que había muerto y alzado como rey.