Yuji, Megumi - "Los muchachos del bus"

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    A medio día, exactamente a las 12:30 horas salía del infierno terrenal, o el colegio como solía llamarle la gente. Estudiaba por las mañanas y por las tardes me dedicaba a ver tele, comer basura y fingir hacer tarea, digo fingir porque siempre terminaba haciéndolas en horas de receso con toda la adrenalina del mundo.

Calor, odiaba el calor, si fuera alguien de mi vida seguro sería ese profesor que me reprobó cada vez que pudo. Ambos igual de insoportables.

Cuando las clases terminaban tenía dos opciones: caminar kilómetros hasta mi casa, o tomar un autobús. Claramente no quería caminar bajo los flagrantes rayos de sol, así que sin más, me dirigí a la parada donde se supone  había ruta hacia mi casa.

—¡Que calor! —exclamó una señora a mi lado.—¿Veda'?

Le sonreí. —Ay sí, está insoportable.

—Yo todavía tengo que ir al banco, después donde mi hija que le llevo unos platanitos, y después tengo que ir a hacer la cena y darle de comer a mi marido. —habló angustiada.

No sabía que responder.

¿Por qué la vida de las señoras era tan acarreada? Lo peor del caso, es que nadie se daba cuenta de lo que ellas hacían y deshacían en una sola tarde... ¿Mi vida sería igual de apurada?

—¿Te subes en ésta mija? —me preguntó en cuanto un bus en tonos rojos y verdes se acercó.

—No, me voy en una celeste.

—Ay yo sí me voy en esta. —agarró las montones de bolsas, cargándolas con ambos brazos. —Bueno, que San Juditas te cuide bonita.

Mi corazón sintió un estrujón. Las doñas son tan tiernas, con unas simples palabras alegran y mejoran un poquito tus días, siempre he pensado que son como angelitos.

—Igualmente, vaya con cuidado. —le respondí.

Pasados unos aburridos y eternos cinco minutos, a lo lejos pude divisar el bus en tonos celesta y beige que me dejaría cerca de mi casa. ¡Gracias Jesús! Alcé la mano haciéndole la parad, el maldito chofer estuvo a punto de ignorarme, pero menos mal no fue así.

Con dificultad subí, sintiendo como me azotaba una ráfaga de vapor, mezclado con aroma a queso y sudor. Iugh, lo que tenía que aguantar con tal de no caminar. Adicional a eso, "Gasolina" de Daddy Yankee sonaba a todo volumen, casi ni podía oír mis propios pensamientos.

No quise adentrarme más, además, si caminaba entre los asientos seguro el chofer arrancaría cual loco que fingía estar en "Rápidos y Furiosos", haciéndome volar por los asientos.

No, por hoy no me humillaría de tal forma, así que me quedé en el primer asiento, cerca de la puerta.

Acomodé mi mochila sobre mis piernas y levanté la vista, no me había fijado en la larga mirada que el ayudante del chofer me daba. ¿Qué le pasaba?

No permitiendo que me intimidara, me le quedé viendo de la misma manera, poniendo mi cara más "enojada"... Esperen, este tipo no es nada parecido a los chicos de este pueblo.

Su piel era pálida, tan pálida como un vaso de leche, el cual tenía más agua que leche. Cabellos negros despeinados que se apreciaban bajo esa gorra gris. ¡Esos ojos! Eran azules, pero no ese azul gringo, azul oscuro, casi como el azul del océano.

Dios mío, era guapo, ¿qué digo? El ayudante era guapísimo, nunca antes visto en la historia de los ayudantes de buses.

Todo mi cuerpo se tensó, sintiendo aún más calor, ahora en mis mejillas. Él se percató de esa reacción, y pude notar como una de sus comisuras se alzó levemente, para luego guiñarme un ojo.

Cholo Kaisen | OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora