Capítulo 2

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Me detuve.

¿Acababa de...?

No.

Sí, sí. Acababa de decir mi nombre.

Me giré.

—¿Qué has dicho?

El chico dio pasos hacia mí.

—¿Qué no me puedes evitar?

—No, lo otro.

Sonrió complacido.

—¿Ileire? ¿Qué? ¿Me equivoco? ¿No te llamas así?

Parpadeé. La ropa ceñida al cuerpo del chico, las gotas de aguas de su pelo rodando por su cara, sus ojos avellanas intensos y su sonrisa me enmarañaron los pensamientos. No era el típico chico de revista, pero era atractivo, galano. O a mí me lo parecía.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Rio.

—Está colgando de tu cuello.

En un acto reflejo mis dedos se deslizaron hasta dar con el carnet que mantenía información básica sobre mí y quién era en el instituto. Miré el nombre y la foto del año pasado y reí incómoda. Qué tonta. Olvidé que lo traía puesto.

—Oh.

—Sí; oh.

—Tienes la vista mejor que la de un conejo —bromeé y esta vez sí me alejé de él.

De pronto había olvidado mi piel y el hecho de que él no dio las gracias, hizo todo lo contrario.

☆☆☆

—¡Escarcha! —grité, sin embargo la gata atrevida saltó del banco al mesón.

El grito de mi madre no se hizo esperar.

Y aunque intenté reprimirla, ver la cara de chiste de papá me hizo reír a carcajadas. Larry, mi hermano menor de 8 años rio con nosotros sin entender el chiste. Al final todos terminamos riendo mientras la gata atrevida ronroneaba caminando en su pasarela propia: el mesón.

Habían pasado cinco días, cinco días exactos desde que salvé al chico. Cinco días en los que no lo había visto. Y mentiría si dijera que no tenía curiosidad sobre él. Si es que poco a poco me di cuenta que quería saber más de él, la posibilidad de que había terminado por causar su muerte llegó como epifanía, pero la sacudí de mi mente.

¿Qué podría pasarle para que tomara una decisión tan drástica? Yo sobrevivía con Exil y aunque muchas veces deseé estar muerta, nunca atenté contra mi vida.

Días como hoy eran diferentes. Donde podía respirar tranquilamente y donde no había dolor en mi cuerpo, donde mi piel estaba en la tonalidad natural. Donde yo podría pasar por una persona normal.

Pero tú no eres una persona normal. Me recordó mi conciencia.

—Bien, ahora bájala de aquí —pidió mi madre, obedecí.

Escarcha se retorcía en mis brazos, temí que rasguñara mi piel y me causara problemas de salud, por suerte esto no sucedió.

—Ilei, encárgate de la mesa.

Tomé los individuales de una de las dos sillas cabeceras y coloqué un individual para cada uno de nosotros.

Cuando todos estaban en la mesa, mi madre y los demás miembros en mi familia esperaron a que yo probara mi ensalada de frutas antes de comer ellos, incluso mi hermano me esperó con paciencia. Como siempre. Esto es estar enferma.

DISNEA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora