Capítulo 28

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Ciel

Blanco, negro, es lo único que puedo ver, la lágrima resbalando por mi mejilla lo único que puedo sentir y el sentimiento de desepción descansando en mi pecho apenas puede dejarme respirar.

Tocó las teclas del piano más fuerte, recordando cada repugnante momento de nuestra conversación. Nunca había tocado las teclas tan rápido y con tanta agresividad.

- Solo quiero hablar. - susurro en mi oído, abrazándome fuerte, buscando que no volviera a correr o golpearlo de nuevo - No sabes cuánto lo siento.

- Intentaste, t-tú intentaste...- ni siquiera forcejeo, apenas tolero que me abracé.

- Ya lo sé y me he disculpado.

Una de mis lágrimas cae sobre las teclas y por primera vez en todo el tiempo que llevo tocando hoy, desafino.

- ¿Levantarás cargos?

Me muerdo el labio, ahogando un gritó de frustración por ser tan idiota. Necesitaba liberarme, a cualquier costo, desmayarse en medio pasillo por el pánico no iba a ser nada fácil de explicar a los demás y aún necesitaba de mi imagen, al menos hasta que terminara el año escolar y me fuera a la universidad más lejana.

-N-no- susurré...

La pieza incongruente se volvió irreconocible y las teclas que tocaba ya no tenían ni un sentido o patrón. Grité liberando mi alto grado de estrés guardado por los últimos cuatro días.

- ¡Carajo!

Las lágrimas se esparcen libremente por las teclas y mi cabeza no sé si empieza a doler por el ligero golpe que di contra el teclado o por mi llanto.

Debí reprochar, decirle que levantaría un millón de demandas en su contra, mentarle la madre, gritar, exponerlo, ¡Lo que sea que lo hundiera en el hoyo! Pero en vez de eso me quede como estúpida, enrollada en sus brazos sin hacer nada y temblando. Yo no era así, incluso le perdí el miedo al monstruo debajo de mi cama cuando lo enfrente una noche de lluvia y vi que no era más que un montón de cajas y ropa vieja.

Escuché el ruido de la puerta y hundí mi cara en mis brazos. Ciel Allen, la reina abeja con vergüenza de que la vean llorar, que patética me veo ahora.

- Vete.- apenas y se escuchó mi voz por el feo sonido que desprende el piano con mis brazos aplastando las teclas.- No estoy de humor para tus malos chistes Poe.

- ¿Poe Stilinski contándote un chiste? Eso sí es algo que me gustaría ver.

Levanté la cara confundida, esa es una imagen que no esperaba ver ni en sueños.

- Por favor, las dos sabemos que este es tu refugio desde que tenemos once años.

Tara se separó del marco de la puerta y caminó despacio hasta sentarse al lado mío en el banquillo frente al piano.

- Tu maquillaje es un desastre.- ella sonrió.

- Le dije a Alex que el espejo roto de mi bolso era un mal presagio.- le regrese la sonrisa, antes de abalanzarme pidiendo un abrazo y un hombro para llorar.

Tara suspiro en un fallido intento de que dejara de llorar, prometo comprarle una camisa nueva y sin lágrimas saliendo de aquí.

- Lo siento- susurre.

- No es culpa tuya, lo que pasó con...

- No me refiero a eso- sollocé y Tara en un intento por reconfortarme, reforzó el abrazo.- Preferí fama y popularidad antes que estar contigo cuando me necesitabas. Lo siento.

Cuando vas a besarme...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora