Miedo • O12

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— ¿Quieres ver mi colección de juguetes, dulzura? —Preguntó un hombre de traje

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— ¿Quieres ver mi colección de juguetes, dulzura? —Preguntó un hombre de traje.

Sus ojitos brillaron de emoción, rápidamente asintió emocionado.

— Bien, vamos.

Tomó la mano del mayor y ambos fueron a un lugar muy raro.

Y ahí estaban, solos, en una habitación lejana, no sabía donde se lo había llevado ese señor, pero ya quería irse.

Ese hombre de cabellos negros como la noche, sonrisa perversa, ojos negros y vestido de traje forcejeaba con el más chico mientras este pataleaba y gritaba de un intento de huir.

— ¡No, por favor!

— ¡Oh, vamos, pequeña puta! ¡Esperé demasiado por esto y no dejaré ir la oportunidad cuando ya la tengo!

El pequeño estaba rogando por ayuda, lamentablemente nadie lo escuchaba, no había ni una sola persona cerca a esa habitación que para él era un infierno en esos momentos.

— ¡Deja de moverte! ¡Juro que si lo vuelves a hacer te mataré!

Así que dejó de intentarlo, tenía tantas emociones juntas, miedo, tristeza, enojo, solo quería que alguien llegue y se lo lleve a un lugar seguro, un lugar donde ese hombre no esté.

De la nada su linda camiseta color verde fue rota, dejando expuesta la piel de su torso, piel que para ese monstruo; a los ojos del menor, debía ser llenada de marcas y mordidas.

Pataleaba tratando de alejar el cuerpo del pelinegro del suyo, pero no servía de nada. Pronto su pantalón tuvo el mismo destino que su camiseta, ahora estaba desgarrado en el frío suelo de ese lugar.

No le diré a mis papás, p-pero no quiero que sigas, por favor... —Dijo cuando ese hombre se alejó un poco de él.

Eso no me importa, niñato, solo quiero escucharte gritar mientras profano todo tu lindo ser...

No le servía de nada tratar de negociar con esa bestia, solo quería complacer sus más impuros deseos con el cuerpo del infante, sin importarle las consecuencias.

Su ropa interior quedó hecha trizas en el suelo, ya no tenía nada en su cuerpo, ese señor solo besaba y tocaba todo lo que estaba a su alcance.

Su dulce y tierna sonrisa había desaparecido, quedando en su lugar lágrimas y gestos de dolor.

— ¡Duele! ¡Duele mucho! ¡Para, por favor!

Rogaba porque ese sufrimiento pare, pues ese hombre estaba comenzando a penetrar al castaño menor, no le importaba su dolor, solo quería complacerse a sí mismo.

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