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Solo recuerdo 3 cosas de los bailes de palacio: las máscaras extrañas, el fuerte olor a alcohol y la sangre.

Las máscaras extrañas porque la nobleza, al igual que en cualquier otro aspecto de sus vidas, prefiere esconderse antes que dar la cara. Cada uno selecciona la máscara más extravagante para atraer la atención, como hacen los animales, y se pavonea por el salón hasta el amanecer buscando causar problemas.

El olor a alcohol está por todas partes, no hay manera de alejarse de él. Todo el mundo está o borracho o haciendo todo lo posible para estarlo. No se ve a nadie sin una copa en las manos.

Y la sangre... de momento no corre sangre. Aunque no faltará mucho para que lo haga.

Oteo el salón. Olas y olas de tela y tul se mecen en la pista de baile. Joyas y colmillos brillan por todas partes.

Sin duda, no echaba de menos nada de esto.

Muevo el líquido de mi vaso. Suspiro mientras coloco detrás de mi oreja un mechón que escapa del enrevesado recogido. Paso los dedos por la máscara y sus piedras, es simple pero elegante, elegida con mucho cuidado. Alguien me apoya la mano en el hombro delicadamente, me giro para encontrar a Enica, con su máscara simple sin detalles, no me gusta nada verla con eso puesto.

—Está todo dispuesto —susurra.

Asiento una única vez con la cabeza y ella sigue su camino. Yo también me pongo en marcha. Paso entre la gente, observando el panorama. Vislumbro una máscara que me llama la atención. Hecha delicadamente con oro blanco, con diamantes incrustados, perlas y lapislázuli, todo formando giros y patrones de copos entrelazados.

No dudo en acercarme.

Es un macho. El pelo rubio blanco y los ojos azules como la escarcha. La tez pálida como si no conociera el sol. Constitución fuerte, alto, recostado contra una pared con los brazos cruzados. Tiene cara de aburrido... hasta que me ve.

Me aseguro de que mi vestido rojo, con su maldita falda inmensa está perfecto. Me ha costado lo mío ponérmelo, pero con él luzco despampanante. Bato mis pestañas, bajando la vista en actitud tímida. Incluso hago una escueta reverencia.

—Buenas noches, príncipe.

Se separa de la pared, observándome atentamente. Hace otra reverencia. Yo también lo repaso. Sin duda es hermoso, mucho, con razón hay tantas historias sobre él.

—Buenas ahora que estáis aquí. Es un auténtico placer veros.

Veo el brillo que han adquirido sus pupilas, sin duda le gusto.

—¿Os gustaría bailar?

—Nada me gustaría más.

Agarra mi copa y la suya y las deposita en una mesa cercana. Ni me pienso el aceptar su mano en el momento en que me la tiende. Me dejo guiar a la pista, todo el mundo se abre para hacernos paso.
Nos lleva hasta el centro y se detiene. Posa una mano en mi cintura y yo llevo la mía a su hombro.

Una canción suave pero con ritmo se apropia del lugar, inundando cada rincón. Todas las parejas formamos un círculo, para empezar a dar vueltas al compás de las notas. Nos separamos, juntamos las manos a la altura de la cabeza e iniciamos un vaivén.

En un momento dado, cuando nos acercamos, casi roza mi oreja cuando me susurra:

—Tenía muchas ganas de veros, Aisrim. Ya hacía 10 años.

Me quedo congela. Hago todo lo que puedo por que mis sentimientos no se filtren a mi expresión. ¿Cómo Hezos me ha reconocido? No es posible. No puede acordarse de mí.

Llamas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora