IV

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Me acerco al príncipe con la barbilla bien alta, sabiendo perfectamente que los ojos de ese soldado no se despegan de mi espalda y que si pudiera matarme con ellos, lo haría. Por desgracia para él y por suerte para mí, para el mundo sus actos son los de sus amos y son ellos los que responden al castigo.

Taselik le lanza un tajo al tronco contra el que entrena, haciéndole saltar varios trozos de corteza. Me detengo a una distancia prudente, le doy un par de vueltas a la piedra de mi colgante mientras lo estudio. 

—Veo que ya habéis conocido al capitán de mi guardia —comenta sin girarse. Supongo que debe de habernos observado, así que no es tan despreocupado como aparenta.

—No me ha ofrecido una bienvenida especialmente calurosa —digo, acercándome al armero y evaluando las opciones ante mí.

Todo tipo de armas reposan sobre varias estructuras de maderas. Espadas, dagas, cuchillos, arcos y flechas. Las hay de todos los tamaños. Casi todas recargadas con filigranas y joyas inútiles. Las estudio y escojo una espada fina con la empuñadura envuelta en cuero. La sopeso en mis manos.

—No se lo tengas en cuenta, normalmente es simpático pero creo que tu presencia lo ha puesto nervioso.

Me giro para encararlo, haciendo girar la espada a mi lado.

—¿Tanto poder poseo? —Esbozo una sonrisa estudiada y resabida, avanzando a pasos lentos hacia él.

—Lo sabes perfectamente. —Levanta su espada frente a mí, adoptando posición de combate. Muchos años sin verlo de esta manera. Su técnica ha mejorado pero la mía mucho más.— ¿Un duelo? ¿Con las reglas de la escuela?

Mi respuesta es alzar mi hoja y frotarla contra la suya, provocando un siseo metálico.

—Aun sin magia, no tendré piedad.

—Nunca la tuviste.

Se me alza la comisura de los labios sin separar mi mirada se la suya. Tiene razón.

Mi primer golpe va dirigido al lateral de su espada. Sin avisos, sin pistas. Su sorpresa es tal que por poco se le desprende de la mano.

Lanzo un tajo a su costado. Lo esquiva por poco, girando y ajustando el agarre de su arma. Al terminar la vuelta estira el brazo dirigiendo un corte a mi cabeza, me agacho. Dirijo una estocada a su estómago, salta hacia atrás para que no logre alcanzarlo.

—Hay guardias vigilando, solo por si decidieras que este es un buen momento para asesinarme. —Coloca un pie atrás, con la hoja en ristre, adoptando una postura de combate más sólida. Percibo la broma en su tono, pero eso no quita que sea verdad lo que está diciendo.

—No sé de qué estás hablando. —Camino describiendo un círculo a su alrededor, como si fuera un felino que caza a su presa, pasando el pie izquierdo siempre detrás del derecho, sin abandonar la pose de esgrima.

Suelta una carcajada cálida, sensual. Propia de un príncipe ante un chiste en un baile.

—¿Alguna vez te funciona hacerte la tonta?

—Te sorprendería.

—¿Qué quieres, Aisrim? Y no me digas que la paz. —Gira a mi ritmo, sin perderme de vista ni un momento.

—Todo lo que hago es por la paz. —Me lanzo a por él, cargando todas mis fuerzas en el golpe.

Nuestras espadas se encuentran con un choque ruidoso. Ninguno afloja. Nos miramos el uno al otro, apretando la mandíbula, apretando cada músculo de nuestros cuerpos, haciendo toda la fuerza posible en las empuñaduras, hasta que temblamos por el esfuerzo. Al final, terminamos por separarnos de un salto, manteniendo distancia entre nosotros, con la respiración agitada.

Llamas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora