VII

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El plan de Caelim era muy sencillo pero muy difícil de preparar. Como muchos de sus planes. En el papel sobre la mesa, fáciles; ¿en la práctica? Bueno, necesitan algo más que magia. 

Estuvimos horas y horas estudiando posibles manera de ejecutarlo, ultimando detalles, escondites, rutas, todo. 

Cuando terminamos, ambos lo aprobaron, observando el lío de papeles llenos de garabatos y dibujos con tinta y de vasos, copas y botellas colocados a modo de figuras en un plan estratégico. Y si los dos lo aprobaron es que es lo suficientemente loco para que funcione. 

Aunque habíamos acabado los últimos resquicios, seguimos debatiendo ideas, tipos de armas y bromeando sobre el giro inesperado que han tomado nuestras carreras, habiendo ascendido de pronto a asesinos de élite. 

Y me negué, lo juro, pero entre risas y tonterías me fueron llenando el vaso con vino. Y otra vez y otra vez y otra. Y nos trajeron botellas y más botellas. 

En resumen: terminé yéndome ya muy entrada la madrugada, cuando quedaba poco para el amanecer, consiguiendo levantarme de la mesa pese a las insistencias de Tesim. Y volé (con algunos problemas) de vuelta a mi habitación. 

Entré con cuidado, empujando la ventana sin mucha delicadeza y tropezando al aterrizar. 

Casi se me paró el corazón al ver a Enica en medio de la habitación, iluminada con la escasa luz de las lámparas de aceite, con los brazos cruzados y cara de tener pocas ganas de reír. 

Me empezó a gritar y a gritar diciéndome que había estado preocupadísima, que me había ido sin dejar nada más que una confusa nota, que no podía estar fuera tanto tiempo ¿qué habría pasado si alguien me hubiera echado en falta?

Yo apenas tenía las fuerzas suficientes para aguantar de pie y evitar que se me cerraran los ojos. 

Al principio no lo notaba, pero entonces Enica me preguntó algo que no supe entender... Y volvió a empezar de nuevo. 

Esta vez acusándome de la indecencia de mi estado, de la falta de seriedad que teníamos los tres, que se podía esperar esto de Tesim o incluso de mí pero que Caelim la había decepcionado. Yo tenía un murmullo desagradable en la cabeza, como si me estuviera gritado de cerca y de lejos a la vez. Para cuando terminó, prometiéndome que asistiría a la próxima reunión ya que estaba claro que había que vigilarnos, los pies apenas me sostenían. 

—¿Qué tienes que decir en tu defensa?

—Tenemos un plan —respondí, aunando todas mis fuerzas para intentar espantar la neblina de mi mente y evitar que las palabras me salieran extrañas y mal pronunciadas. 

Levantó las cejas y creí que con eso ya me habría ganado el indulto y que no tendría que seguir aguantando su regañina, pero solo por un momento. Ni siquiera llegó a descruzar los brazos antes de sentenciar:

—Cuéntamelo. 

Creí que las rodillas me cedían. No podía concentrarme en otra cosa que no fuera meterme en la cama y dormir hasta mañana. 

Pero no había manera de convencerla. Así que no me quedó más remedio que evitar que se me cerraran los ojos y explicarle abruptamente y con palabras confusas lo que habíamos tramado toda la tarde. 

Todavía me hizo un par de preguntas antes de dejarme en paz al fin. Apenas me quité las botas y me metí en la cama antes de caer rendida al sueño. 

Por la mañana las cosas no son más fáciles. Enica me despierta presionando con fuerza mi hombro contra la cama. Me despierto sobresaltada, me siento de golpe y el repentino movimiento hace que todo el alcohol de anoche suba por mi garganta tratando de escapar. Me llevo las manos a la boca y hago un esfuerzo extraordinario por retenerlo. La boca me arde. Cuando todo se pasa, una fortísima palpitación me golpea la cabeza. El dolor es mucho peor al de ayer. Entrecierro los ojos y un quejido se escapa de mis labios. 

Llamas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora