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Me lavo la cara y me aclaro la boca con agua fría, intentando calmar mi mente y mi estómago.

Me muero por hacerme con otra copa de esas, lo ansío con cada parte de mi ser, lo noto en la lengua, en la garganta, solo quiero ahogar la sensación en lo que sea.

Maldigo a Taselik con todos y cada uno de mis pensamientos, tenía que utilizar este veneno en concreto. Lo odio, no concibo cómo puede ser tan depravado, diciendo cosas raras, endulzándome los oídos mientras me sirve veneno en una copa bonita. Es despreciable.

Hubiera preferido un cuchillo clavado en el cuello. Ojalá el plan hubiera salido bien.

Ahora me toca permanecer encerrada en este maldito lugar, como si me ataran las alas, obligándome a ponerme un vestido bonito y buena cara, como si fuera un adorno, un pájaro en una jaula dorada. Lo odio, con todas mis fuerzas. Solo quiero volver a casa y que acabe todo esto. Volver y fingir que todo esto no ha sido más que un mal sueño producto del alcohol, que nada está pasando, que no se avecina la guerra, que todo está bien.

Pero nada está bien. Y cuando abro los ojos sigo aquí, no me despierto porque esta es mi realidad.

Salgo del baño cuando alguien llama a la puerta.

Enica se abre paso con su ropa habitual: uniforme simple, negro. Me masajeo las sienes, notando el dolor de cabeza que se me avecina.

—No es necesario que vengas si no quieres —le digo, en un tono cansado, aunque sé perfectamente cuál va a ser su respuesta.

—No, sí que hace falta. Confiaba en la sensatez de Caelim, pero parece que hace falta alguien para vigilaros y que no hagáis desfases. —Me lanza una mirada furibunda, no se ha olvidado (ni me ha permitido olvidarlo) de mi desliz con el alcohol aquel día.— Iré para dar también mi reporte.

Suspiro, resignándome a llevar una niñera, pero lo que sea con tal de evitarme una bronca como la del otro día. Abro la ventana, convocando las alas con una ligera sacudida.

Enica viene a mi lado y me echa los brazos al cuello, la levanto en volandas y subo al alféizar de la ventana.

—Además —añade como quien no quiere la cosa—, no es justo que solo vosotros os divirtáis...

Sonrío de lado. Eso está mejor.

Aún así...

Salto de repente, cayendo en picado, sin mover las alas, dejándome caer y caer, con el pelo todo alborotado por el viento. Enica aprieta sus brazos alrededor de mi cuello hasta dejarme casi sin respiración.

El suelo está cada vez más cerca y yo no me muevo, noto cómo la sensación de vértigo me sube hasta la garganta, aprieto los labios conteniendo una sonrisa. Cuando llegamos a la altura de las ramas de los árboles del jardín, Enica no puede contenerlo ya y suelta un agudísimo grito, revolviéndose en mis brazos.

Una carcajada rompe en mi pecho, chocando contra el ensordecedor ruido del aire en los oídos. Justo entonces, bato con fuerza las alas, enderezando el vuelo y subiendo a toda velocidad. Enica no se relaja ni un ápice.

—¡Por esto no me gusta volar! —chilla para hacerse escuchar al llegar a las nubes.

Mi risa no hace mas que crecer.

—¿No te gusta volar? Creía que sí. —Me hago la tonta, como si no supiéramos las dos a la perfección que siempre que la llevo volando hago algún movimiento similar porque me resulta gracioso ver cómo se asusta y ella me regaña. Siempre ha sido así desde que éramos niñas, desde que aprendí a volar y la llevaba a dar paseos o nos escapábamos por las noches.

Llamas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora