II

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Algunos sabios y estudiosos creen que todo sucede por una razón. Algunos dicen que a voluntad de la diosa creadora que desapareció hace tantos milenios pero que sigue velando por nosotros, otros que depende de algo llamado destino que nos conduce a un determinado lugar. Sea lo que sea lo que hace que las cosas sucedan, me odia. Y yo lo odio todavía más.

Después de que ese idiota se escapara, vi claramente que mi plan había fallado y que debía actuar con rapidez. Aunque seguía desconcertada por todo, sin entender cómo era posible que me hubiera reconocido y que se esperara lo que pretendía hacer.

Salí por la ventana de aquella sala. Tarea bastante difícil debido a mi vestuario. Pese a todo y con esfuerzo, lo conseguí. Dándome toda la prisa posible no fuera a ser que la guardia real anduviera tras de mí.

Espero bajo las estrellas, en el sitio acordado, a que Enica venga a mi encuentro. La noche todavía no es muy entrada pero ya estoy temblando. Odio con toda mi fuerza el reino de Varagon, su frío constante y cada porción de su tierra. No me importaría quemar todos sus bosques y campos.

Enica no tarda en llegar, con otro vestido y sin máscara, y está más que claro que lee en mi cara que no he tenido éxito, así que adopta una expresión calmada con intención de apaciguarme. Me arranco la estúpida máscara y la aprieto entre los dedos, las piedras me hacen daño.

—¿Qué ha pasado?

—Eso mismo me pregunto yo. Me ha reconocido. ¿Cómo es posible? —No puedo disimular mi tono frustrado. De cualquier manera, el pelo me delata, las puntas comienzan a humear ligeramente.

Levanta las cejas bien alto, sin embargo, se encoge de hombros para quitarle leña a mi fuego.

—Bueno, tú misma lo has reconocido a él, no me parece tan extraño.

—Pero porque yo llevo estudiándolo un mes completo —le recuerdo. 

—Aisrim, la guerra se está forjando, todo el mundo te tiene vigilada a ti más que a nadie. Es fácil reconocerte aquí, destacas, y no creo que mucha gente se trague que vienes con buenas intenciones.

Aprieto los dientes y me deshago de las horquillas que me recogen el cabello.

—¿Tienes el otro vestido?

Lo saca de la bolsa que lleva al hombro antes de que termine la frase. Un conjunto amarillo, totalmente distinto al que llevo puesto, de corte ajustado, escaso de tela. Un vestido que le grita a cualquiera que lo mire que la princesa de Yifeb está aquí y no va a esconder su fuego. Se lo cambio por mi máscara.

Con trabajo, me quito el que llevo puesto y Enica me ayuda a ponerme el otro. El frío me recorre toda la espalda, intento darme prisa. Me ajusta los botones de atrás cuando dice:

—Menos mal que Caelim insistió en que tuviéramos un plan extra. Siempre piensa en todo.

—Para eso le pago. No la tendría a mi lado si no fuera la mejor en lo que hace.

—¿Y Tesim?

—Tesim me dijo que trajera más cuchillos. Quizá debería haberle hecho caso por una vez.

Suelta una risa cómplice a la vez que termina con mi vestido y me lo indica con un par de palmaditas en la espalda.

—El día en que una de las soluciones de Tesim no implique más armas, creo que yo habré dejado este mundo hace mucho tiempo.

Continuamos nuestro camino, siguiendo al pie de la letra el plan. Buscamos nuestro carruaje, apartado del camino, escondido entre los inmensos y oscuros árboles.

Subimos y el cochero se apresura a tomar las riendas y azuzar a los pegasos, que inician un trote constante por el camino. Por suerte, con las puertas cerradas hace calor, un pequeño fuego mágico crepita pegado al techo.

Llamas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora