VI

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Es difícil saber dónde debo descender. No veo nada por debajo de las densas masas blancas. 

Me atrevo a asomarme. Me encuentro sobrevolando el frondoso bosque. Bajo y bajo, rápido, hasta poder tocar las las puntas de los árboles si extiendo los dedos. 

Aterrizo suavemente en un claro. Mis pies hacen crujir las hojas del suelo. Guardo las alas con una pequeña sacudida y, calándome la capucha para ocultarme, paseo hasta el principio del pueblo. 

El sol se ha escondido casi por completo. Aún es pronto pero el farolero está encendiendo ya las farolas. Una buena forma para saber si un pueblo es mayoritariamente humano o fada es fijarse en los faroles. Si son lámparas de aceite o velas, el pueblo es humano; por el contrario, si el fuego es mágico, arde sin mecha, encendido por gente con mi mismo poder o con una poción que inventaron los antiguos humanos para poder embotellar el fuego. Aún así, el fuego mágico no arde eternamente, su duración depende del poder de quien lo conjura o de la calidad de la pócima. Pero no importa, porque suele aguantar una noche, que es más que suficiente. 

Apenas hay gente por la calle. Casi todo el mundo está cenando, solo quedan los vendedores que están cerrando sus negocios o algunos granjeros que vuelven a su casa dando un paseo. 

La taberna en la que me encontré con mis generales está abierta. También es la posada en la que se alojan. Sin embargo, admito que me sorprende verlos sentado en la misma mesa de ayer cuando entro. 

Caelim nota mi presencia casi instantáneamente y me saluda con un movimiento de cabeza. 

Aparto una silla y me siento. 

—¿Os pasáis todo el día aquí bebiendo? —pregunto sarcásticamente, robando un trozo de patata del plato de Tesim. Están acabando de cenar. 

—Claro que no, también descansamos para ir a dormir. 

—Oh, mis disculpas, teniente de los borrachos. 

—Dejaros de tonterías —sentencia Caelim, frunciendo el ceño.— Normal que los ancianos crean que no somos más que unos niñatos, no os tomáis nada en serio. 

—Los ancianos del consejo también creen que mi padre, que es rey desde hace más de 200 años, es un niñato. Además, Caelim, ya sabes que yo soy la más centrada de aquí, pero si no me tomara las cosas con algo de humor, me pasaría el día entero llorando. —Extiendo la mano para agarrar la botella de vino sobre la mesa, sin embargo, ella es más rápida y la aparta de mi alcance cogiéndola de un manotazo. 

—Pues ahora te pido que dejes el humor y las lágrimas a un lado. —Suena enfadada, supongo que le frustrará tener que estar aquí y no poder recabar ella misma la información. Conociéndola, seguro que lleva todo el día trazando planes y que se muere de ganas por saber alguna información nueva. 

Me apiado de ella, sobretodo por tener que estar encerrada en continua compañía de Tesim. Dejo, de momento, la botella y aparto mi ceño fruncido. 

—Empezando por lo menos destacable: me he encontrado con la hermana de Taselik (que dudo que suponga cualquier amenaza), he recorrido todo el castillo y he comido con los reyes. 

—Todo aburridísimo —apunta Tesim por lo bajini, ganándose una mirada capaz de quebrar a hombres por parte de Caelim. Desvía la mirada a su plato rápidamente, como si de repente encontrara en los guisantes el mejor plan de la historia. 

—Sigue, por favor —me urge ella. Siento como la curiosidad bulle en su interior. Estoy segura de que ya tenía algún plan trazado, pero espera que yo le despliegue todas las cartas sobre la mesa. 

Desearía que pudiera venir conmigo porque tiene un don para ver detalles, cosas ocultas, que le revelan los secretos del mundo. 

Ve cosas que cualquier otro pasaría por alto, ve debilidades, fortalezas, pistas, donde otro vería algo totalmente anodino. La vida debe de ser formidablemente interesante a través de sus ojos. 

Llamas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora