IX

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Enica está apostada junto a la puerta, igual que un guardia sin armadura. Vigilando el desértico pasillo. Solo rondan unos cuantos borrachos, ya muy perjudicados y sin máscara. 

No detengo el paso, salgo sin cambiar siquiera la mirada, ella se limita a unirse a mi lado. 

—¿Ha pasado algo? —pregunta con cuidado, con la voz cargada de intención, con la orden implícita de que hable, porque sabe perfectamente que ha pasado algo. 

No tiene mucho sentido intentar negarlo; sin embargo, lo intento, negando con la cabeza, sintiendo aún las burbujas explotando contra la lengua. 

—Nada especial, ya sabes que me incomodan los bailes. 

Giramos una esquina, todavía intenta perseguirnos la música. Un par de fadas beben recostados contra la pared. 

—Tienes mala cara —sentencia, luchando por seguir a mi velocidad, a mi lado. Me pone con delicadeza una mano en el hombro. 

—Puta humana... —murmura entre dientes uno de los dos, arrastrando las palabras evidentemente borracho. Para luego darle un gran trago a la botella que lleva en la mano. 

Me detengo en seco, notando las llamaradas creciendo y expandiéndose por el centro de mi cuerpo. Enica por poco se choca conmigo. Noto las pupilas como lava, hirviendo, derritiéndose y dando vueltas cuando me giro hacia el que acaba de hablar. 

—¿Qué acabas de decir? —intento que la rabia no me alcance la voz, no creo haberlo conseguido. 

Se separa de la pared, trastabillando para mantener el equilibrio. Va desaliñado aunque su ropa parece elegante y cara. El resto de él es mundano, no tiene nada destacable. 

—Déjalo, Aisrim, no vale la pena. —Enica me agarra el brazo, tirando suavemente, en una súplica. 

El macho suelta una corta risotada sin pizca de gracia. Aprieto los dientes ante el sonido. 

—Una humana dando órdenes a alguien superior, lo que me faltaba por ver. 

Enica aparta la mano de mi brazo de golpe, con un suave siseo. Se ha quemado con la temperatura que ya ha alcanzado mi piel. 

—¿De verdad crees que las fadas son superiores a los humanos? —Doy un paso sin darme cuenta. 

—No lo creo, lo sabe todo el mundo. —Me muestra una sonrisa socarrona, sin un ápice de duda, como si me estuviera recordando una verdad absoluta. Y no puedo soportarlo.— Pero claro, tú no eres más que otra humana. 

Entrecierro los ojos. Cree que me ha insultado, nada más lejos de la verdad. 

—Tienes razón, soy medio humana, no me escondo. ¿Sabes por qué? Porque mi madre era humana, y llegó a ser la reina. ¿Qué eres tú? —Doy otro paso, acercando mi rostro al suyo. Me permito sonreír cuando aprieta la mandíbula. 

—No sé qué soy, pero al menos no tengo sucia sangre humana. 

Me parece que Enica dice mi nombre una y otra vez, pero el sonido me llega amortiguado, solo escucho un ligero pitido. 

El caso es que he oído esa frase muchas veces, entre otro abanico de coloridos insultos. Me había acostumbrado a ellos, a agachar la cabeza y a sonreír, como dijo Taselik, como suele hacer Enica cuando no puede defenderse. Pero no pienso volver a hacerlo. Enica elige sus batallas, yo puedo ganarlas todas. 

Agarro con fuerza el hombro de este imbécil, concentrando mi poder. 

Grita. Sin parar. Con todas sus fuerzas. 

Mi pelo salta en llamas al fin y su camisa lanza jirones de humo. Suelta la botella, que estalla en mil pedazos. 

—Pide perdón. —Aprieto los dedos con más fuerza, sintiéndome más calmada al sacar todo mi fuego. 

—¡Lo siento, lo siento! —Intenta agarrarme la muñeca pero los brazos no le responden. 

—Oh, no, no. Suplica. Ruega por su perdón y por el mío.  

Las rodillas le ceden y cae al suelo, lágrimas de dolor ruedan por su cara, su chillido se intensifica pero mi mano no se aparta. 

—Por favor... ¡Por favor! —Su voz suena entrecortada, rota.— Os lo ruego, perdonadme. 

Separo mi mano de su piel, está roja y en carne viva, sangrante por algunas zonas. Una ampolla quiere salir sobre la herida, hinchándose. Veo cómo se cura ante mis ojos, su propia magia que no desea que muera. Relaja los hombros con el inmediato alivio. 

—Voy a hacer que te quede marca. —Levanta la mirada, con una pregunta en sus ojos. Vuelvo a agarrarlo. 

Un nuevo alarido rompe el aire, con menor fuerza, con la voz ya ronca por el sobre esfuerzo. 

Retiro de nuevo la mano. La piel ha vuelto a abrirse y lucha con todo lo que puede por volver a cerrarse cuanto antes. 

—Quiero que te quede una cicatriz. —Le aplico menos calor a mi piel, ya no grita tanto. La llaga se cerrará dejando una fea muesca.— Quiero que cada vez que la veas, cada vez que te duela, cada vez que alguien te pregunte por ella, recuerdes que te la hizo una humana. 

Me aparto definitivamente de su lado. Se desploma, desmayado, junto al líquido desparramado. 

Me vuelvo para mirar al otro macho, le muestro una amable sonrisa. Su cara refleja el más puro horror, pálida como la cal. 

—Puedes ayudarlo. Solo si quieres. 

Doy media vuelto y estoy a punto de cruzar mi brazo con el de Enica cuando recuerdo que mi piel debe de seguir caliente así que no es la mejor idea. 

Solo camino y ella me sigue. 

El caballero amigo de la princesa aparece corriendo, luciendo su uniforme. 

—¿Qué ha pasado? —pregunta, recorriendo la escena con los ojos a toda velocidad. 

Me encojo de hombros. 

—Va muy borracho, ha tenido... un accidente. 

La esquivo y sigo con mi camino. 

—Pero...

Giro la esquina con Erica pisándome los talones, dejándolo con la palabra en la boca, sabiendo que todo este asunto llegará a oídos de Taselik y de los reyes. 

—¿No crees que te has excedido? —me pregunta con un tono más duro del habitual, al quedarnos solas. 

Aumento el ritmo al que subo los escalones. 

—No importa. 

—Yo creo que sí importa. 

A mí ya nada me importa. Pero no se lo digo. Porque no le hace falta saberlo. Ni quiero que se preocupe por mí. 

—Ve a cambiarte y en media hora ven a mi habitación. Iremos a hablar con Tesim y Caelim. 

No añade nada más a mis palabras, toma su propio camino y nos separamos, sabe que no es capaz de hablar conmigo cuando me pongo así y yo me pongo así cuando no quiero hablar. 

Así que me apresuro a entrar en mi habitación y corro al baño. Una vez allí, vomito y vomito, envuelta en temblores, hasta que no me queda ni una sola gota de veneno en el cuerpo. 

Llamas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora