Mamoru estaba junto a la ventana de la oficina. De espaldas a Jedeite McBain, su abogado, miraba a través del cristal límpido el tráfico remoto de las calles. Hacía mucho frío en la sala de conferencias, casi hasta el punto de que podía ver su vaho. Consultó por tercera vez su reloj.
-Se retrasa.
-Usagi siempre se retrasa -dijo una voz suave.
Mamoru se dio la vuelta y vio que una mujer joven y esbelta entraba en la sala.
Saludó a Jedeite educadamente, puso un portafolios sobre la larga mesa mientras que su secretario, ¡un hombre, por el amor de Dios!, la seguía y dejaba un servicio de café y una jarra de agua en la mesa.
-¿Y usted lo tolera?
La mujer buscó su mirada y Mamoru vio al tiburón que había bajo la abogada impecablemente vestida.
-Las hermanas tienen tendencia a tolerarse muchas cosas.
Hermanas. Estupendo. Nada como que una familia uniera sus fuerzas contra él.
-Soy Rie Tsukino.
Mamoru la contempló detenidamente. Ella parecía esperarlo y lo aceptó con una extraña sonrisa. Era atractiva, severa en apariencia, profesional con un vestido de Chanel ajustado y el pelo negro, recogido en una trenza tensa. Todo en la señorita Tsukino hablaba de la dureza que él veía tan a menudo en las mujeres que buscaban abrirse camino en los negocios. Pero, para él, todos los abogados eran unos tiburones, y eso incluía a Jedeite. ¡Dios! ¿Era eso lo que le esperaba? ¿Una mujer tan incapaz de sustraerse a las exigencias de su carrera como para recurrir a un banco de semen en vez de tomarse su tiempo para mantener una relación? El estómago se le cerró. Volvió a mirar por la ventana, las manos unidas en la espalda. Se balanceó sobre sus talones e hizo una mueca cuando zumbó un teléfono. Miró por encima del hombro a tiempo de ver a la abogada abrir la solapa de un móvil, hablar en voz baja, desconectarlo y guardarlo en el portafolios.
-Ya sube.
Llamaron a la puerta y Mamoru se dio la vuelta mientras el secretario abría la pesada hoja de madera y luego se hacía a un lado. Mamoru alzó mucho las cejas cuando una mujer desmesuradamente embarazada entró con paso elegante en la sala gélida.
Las imágenes que se había formado quedaron destrozadas de inmediato cuando ella pareció flotar hasta su hermana y abrazarla. Usagi era la feminidad en su máxima expresión. Y Mamoru se vio perdido. ¿Como iba a luchar contra aquella imagen etérea de a maternidad? Usagi sonrió, pero él sólo lo vio a medias, estaba de perfil mientras la hermana le presentaba a su abogado. Jedeite le sonrió con naturalidad y la invitó a sentarse, cosa que ella hizo parapetándose tras el pequeño bolso que puso en su regazo antes de mirarle. Mamoru asintió. Usagi asintió. La abogada ordenó sus papeles y se dirigió a Jedeite.
-La señorita Tsukino quiere saber los derechos a los que se considera acreedor su cliente.
-Yo no creo nada, estoy seguro -dijo Mamoru.
Usagi lo miró breve, ferozmente y, por un instante, Mamoru se vio abrumado por aquellos ojos celestes.
-La señorita Tsukino es de la opinión de que se trata de un problema de la clínica. Ignorando el consejo de Jedeite de que le dejara a él la negociación, Mamoru siguió adelante.
-Es «nuestro» problema, porque se trata de nuestro» hijo. ¿Acaso no tiene voz la señorita Tsukino? -rezongó.
Usagi ladeó la cabeza para contemplarle.
-La verdad es que la tengo, aunque no tan chillona como la suya.
Mamoru se la quedó mirando y de repente sonrió. Usagi se sobresaltó, sus mejillas se ruborizaron.
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ALGO NUESTRO
RomanceUsagi Tsukino se negaba a compartir el hijo que tanto tiempo había esperado, con un completo desconocido, y mucho menos a casarse con aquel hombre. Cierto que Mamoru Chiba tenía algo que ver con su embarazo, cortesía de su involuntaria donación a un...