Capítulo 5

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Mamoru enganchó los pulgares en las trabillas del pantalón y miró a Usagi

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Mamoru enganchó los pulgares en las trabillas del pantalón y miró a Usagi. Habían vuelto a la primera casilla. Se daba cuenta por la frialdad con que le hablaba desde la puerta, como si nada hubiera ocurrido entre ellos.

—Comprendo cómo te sientes con los paquetes, Usagi. He pensado en quitarlos de tu vista.

Usagi se secó la transpiración del rostro y del cuello con una toalla que llevaba sobre los hombros.

—Ya no hace falta.

—Sí —dijo él entrando sin que le invitara.

Dos hombres le seguían y ella se apartó de la puerta. Una vez dentro, Mamoru se detuvo en seco. Al ver la casa de estilo victoriano, había esperado encontrarla llena de encajes, volantes y toques tan femeninos como los de la tienda, un territorio hostil para un hombre. Pero el interior espacioso y rústico de la casa hizo que se sintiera bienvenido e inmediatamente relajado. Casi podía ver a un niño de pelo negro deslizándose por la brillante barandilla de la escalera como un ninja del surf. Aquello le hizo sonreír.

Alguien carraspeó. Mamoru vio que ella hacía un gesto interrogante hacia los dos hombres que esperaban en el vestíbulo.

—Estos dos individuos de aspecto sospechoso son mis hermanos, Motoki y Zafiro —dijo él mientras le ponía un brazo sobre los hombros a cada uno—. Chicos, ésta es Usagi. A ver si os comportáis.

Con una palmada amistosa en ambas espaldas, Mamoru pasó entre ellos Usagi supo que Mamoru había puesto a toda su familia al tanto de la situación. Los dos hermanos la miraban como si nunca hubieran visto una mujer embarazada. A pesar de todo, su asombro aumentó cuando Motoki y Zafiro se acercaron y la besaron en la mejilla.

—Hola, Usagi —dijo Motoki con voz suave.

—Eres más guapa de lo que él nos había contado—dijo Zafiro, moviendo las cejas arriba y abajo.

Era evidente que Mamoru no detentaba el monopolio del encanto en la familia.

Hubo de reconocer que su hermana tenía razón, eran como para caerse de espaldas.

Mientras cerraba la puerta, se dio cuenta que Mamoru inspeccionaba la casa.

Extrañamente, no le molestó como habría debido. Fue a la cinta continua para apagar el molesto bip bip del marcapasos. Mamoru apareció de inmediato a su lado.

—Dime que no estás corriendo sobre este trasto.

—Trata de andar con ocho kilos extra alrededor de la cintura. No me hables de correr —dijo ella antes de vaciar la botella de agua de un trago.

—Y tu doctora...?

—Por favor, no empieces —le advirtió ella secamente—. Sí, ha dado su visto bueno. Corría antes de quedarme embarazada y ahora sólo camino.

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