Capítulo 3

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Usagi puso el artículo en una bolsa y se lo devolvió al cliente. Se obligó a mantener la sonrisa en sus labios cuando la señorita Dewberry la llamó con su voz cantarina desde el probador.

-Voy ahora mismo -respondió con el mismo sonsonete, aunque sus hombros se hundieron visiblemente.

-Yo me encargaré de ella, Usagi -dijo una de sus empleadas, una chica universitaria.

-Gracias, pero sólo tratará de que lo pases fatal, Mina -dijo Usagi en un susurro.

La señorita Dewberry encontraba mal todo lo que la chica hacía y Usagi no quería que su mejor empleada se molestara tanto que acabara perdiéndola. La necesitaba. Mina estaba espléndida con sus diseños y tenía un gusto maravilloso para los escaparates.

Mina se mostró de acuerdo y, tras una breve y amarga mirada hacia el probador, se dio la vuelta para atender a otro cliente. Usagi tomó tres conjuntos más de la percha y fue al fondo de la tienda. Calmó las quejas de la mujer madura sugiriéndole otro estilo. El único motivo por el que soportaba sus caprichos era que se dejaba cerca de mil dólares cada vez que entraba por la puerta. Además, comprendía que estar soltera y sin hijos a los cincuenta años debía ser duro. Sin embargo, también comprendía que estuviera sola. Su aura era marrón, como diría su madre.

-Creo que deberíamos probar una talla mayor, ésta queda un poquitin pequeña -añadió ante la expresión venenosa de la mujer.

Le alcanzó los otros vestidos y se apoyó en la pared. Sólo quería echar una siesta, poner los pies en alto. Estuvo a punto de chillar cuando la campana de la puerta volvió a sonar.

El sueño la había esquivado la noche anterior. No había podido dejar de pensar en Mamoru, recordando la expresión de sus ojos cuando sintió los movimientos del niño, su perfume maravilloso justo antes de que la besara. No, cuando casi la había besado.

Cuando la señorita Dewberry salió del probador con disgusto evidente, Usagi se preparó para recibir una lluvia de críticas. Se apartó de la pared y ajustó el conjunto sobre la amplia figura de la mujer.

-Pica. Además, no es el encaje francés que a mí me gusta -gimoteó Beryl Dewberry.

«Y el estilo es para una mujer mucho más joven y delgada», pensó Usagi. ¿No se había dado cuenta de que el escote trasero impedía que llevara sujetador?

-¿Qué te parece el color?

¿Un vestido rosa para una pelirroja? Adivina, pensó Usagi.

-No le hace justicia -dijo una voz masculina.

Las dos mujeres se dieron la vuelta. El corazón de Usagi dio un extraño vuelco cuando vio a Mamoru apoyado contra la pared del pasillo, los brazos cruzados sobre su estómago plano. Su leve sonrisa, tan masculina y seductora, prácticamente hacía vibrar el aire.

«Dios mío, qué atractivo está!», pensó, a pesar de que sólo llevaba una camiseta azul y unos vaqueros muy desgastados.

-¿Cómo ha dicho? -dijo Beryl rezumando ponzoña.

La mirada de Usagi osciló entre la causa de su insomnio y la de su inminente olor de cabeza.

-Me refiero al color.

Mamoru retrocedió y escogió el mismo modelo en un tono más oscuro y sombrío. A Usagi no le pasó inadvertido que también era una talla más grande.

-Este sí que está hecho para usted.

La señorita Dewberry sonrió. Por primera vez en siglos, imaginaba Usagi mientras Beryl se metía a toda prisa en el probador. Mamoru la miró directamente.

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