Capítulo 10

761 83 11
                                    

El corazón se le subió a la garganta y buscó frenéticamente la llave. Cuando abrió la puerta, la encontró de rodillas en el suelo, abrazándose el vientre. Por un momento, Mamoru se quedó paralizado. Usagi miró por encima del hombro y levantó una mano.

-¡Mamoru! ¡Ayúdame!

Mamoru sólo necesitó dos zancadas. Usagi jadeaba y estaba empapada en sudor.

-Jesús, ¡Usagi! ¿Cuánto hace que estás así? ¿Por qué no me has llamado? -preguntó mientras le apartaba el pelo mojado de la cara.

-Lo intenté -gimió ella, haciendo un gesto hacía el móvil que estaba unos pasos más allá en el suelo-. Empezó ayer. No le presté atención hasta que los dolores se hicieron más fuertes. Amy dijo que podía tardar, pero rompí aguas... Una contracción la dobló sobre sí misma y sacudió todo su cuerpo.

-Dios! Estaba tratando de llegar al teléfono.

-No te preocupes, ángel -dijo abrazándola.

-No! Ni siquiera puedo ponerme de pie.

Mamoru se sorprendió de lo tranquilo que estaba cuando había creído que iba a atragantarse con su propio corazón. Con cuidado, levantó a Usagi y la acunó contra su pecho.

-Respira, ángel. Y mírame -dijo cuando se dio cuenta de que jadeaba demasiado-. Usagi, no dejaré que nada te haga daño.

-No creo que puedas controlar esto -dijo ella con una chispa de humor.

-Quieres que te apliquen anestesia?

-Sí, por favor!

En unos segundos estuvieron en la carretera. Mamoru llamó a la doctora con el teléfono del coche, tratando de sonreír. Le parecía que Usagi iba a morir antes de llegar al hospital. Avisó a su familia y a la de Usagi. En el hospital la actividad no fue menos frenética. El examen reveló que había dilatado nueve centímetros.

Mamoru iba a convertirse en padre en cuestión de minutos. El pánico le dominó, no podía entrar en el parto, no. Una enfermera le ayudó a ponerse unos guantes y una especie de babero ridículo. Entonces oyó que Usagi le llamaba a gritos y apremió a la enfermera a que le condujera a la sala. Cuando la vio sobre la mesa de partos, sintió que le fallaban las rodillas. Amy le saludó con un gesto de ánimo y le señaló una silla que había tras ella.

-Ya falta poco, Usagi -dijo Amy-. Pero, la próxima vez, procura venir un poco antes.

-No habrá próxima vez! -masculló ella entre dientes y mirando rencorosamente a Mamoru.

-Oye -susurró él a su oído-. Que no tuve el placer de poner a éste dentro de ti. «Pero te prometo que para el próximo no habrá escapatoria».

Con un placer malicioso, Usagi se dio cuenta de que estaba pálido. Sin embargo, le secaba la cara, la apoyaba, le ayudaba a respirar, le metía trocitos de hielo en la boca. Pero ella sólo pensaba en que, si conseguía sacar a aquella niña, nunca más volvería a hacer el amor, jamás!

-Despacio, ángel. Respira más despacio.

-De acuerdo, Usagi. Vamos a dar a luz a esta niña -dijo la doctora mientras tomaba posición entre sus piernas-. ¡Respira! -ordenó echando un vistazo al monitor fetal-. ¡Respira, vamos! Tú puedes hacerlo. No, no empujes todavía.

-¡Tengo que hacerlo!

Con las mejillas hinchadas de respirar a resoplidos, Usagi trató de no empujar.

-Mírame, ángel. Te quiero. Tú puedes hacerlo.

-Eso quiero yo -jadeó ella-. Pero no puedo.

-Es demasiado tarde para la anestesia -dijo él sonriendo.

ALGO NUESTRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora