💞Epílogo💞

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Cinco años después.

Mamoru miró a su esposa, que estaba en el embarcadero con los pies en el agua.

Usagi conservaba la figura después de tres embarazos. Habían decidido que eso era lo máximo que podían manejar. Todos habían sido niños, todos rebosantes de energía. A menudo, Usagi le decía que le habría gustado una niña para no sentirse en una minoría tan precaria. De repente, Usagi saltó al agua salpicándole y empezó a nadar hacia los niños.

—Agarame, mamá! —suplicó el pequeño de dos años, Darien, alzando los brazos por encima del salvavidas que le daba un aspecto de boya.

Usagi lo sacó del barco y se lo puso a la espalda y volvió dando brazadas al embarcadero, donde se sujetó al borde.

—Yo me sé de alguien que no puede más —dijo inclinando la cabeza.

—¿Te refieres a papá? —preguntó Endymio de tres años.

Usagi le hizo una mueca.

—Toma, sujeta a este tormo. ¡Señor, cómo pesa!

Mamoru tomó a su hijo y lo bamboleó en el agua. El crío pataleó salvajemente mientras chillaba.

—Yo lo acostaré.

Darien empezó a poner cara lastimosa, pero Mamoru le lanzó una mirada e advertencia.

—No, colega. La siesta antes que nada —dijo y miró a Usagi—. ¿Y los demás?

—Dentro de un rato. Quiero jugar.

Mamoru rió para sí, se levantó y echó a andar por el embarcadero distrayendo a Darien de su inevitable siesta haciéndolo pasar entre sus piernas y volviendo a tomarlo en brazos. El niño chilló pidiendo más. Mamoru gruñó y miró por encima del hombro. Usagi le puso cara de que ya se lo había avisado.

—Oye, mamá! —dijo Alexander, pasando las piernas por la borda del barco—. Te echo una carrera.

Su hermano y él eran la viva imagen de su padre. Sólo Darien había heredado los ojos azul cielo y su cabello rubio.

—Claro. Hasta la cuerda.

Alex se tiró al agua y braceó como si un tiburón le pisara los talones. Usagi no habría podido alcanzarlo, aunque hubiera querido. El niño asió la cuerda, trepó hasta la mitad y agitó un brazo entusiásticamente.

Mamoru salió de la cabaña sin Darien. Usagi frunció el ceño y nadó hacia el embarcadero.

—Llama a su mami —dijo haciendo una seña hacia la cabaña.

—Te ha desarmado, eh? Lo que pasa es que no quieres enfrentarte a él. Esta mañana le has dado las rosquillas y has dejado que se tomara una sobre-dosis de azúcar.

—Lo sé, pero me tiene frito con esos pucheritos. Hace que me sienta como un monstruo.

Mamoru se sentó y ella apoyó los brazos sobre el embarcadero flotante. Miró a su marido. Alex chilló para llamar su atención. Contemplaron cómo su hijo se daba impulso con la cuerda y se dejaba caer al agua.

—Señor, es todo brazos y piernas!

—Como tú, y a mí me gusta.

Mamoru la miró e intercambiaron una sonrisa secreta.

—¿Crees que alguien podría adivinar por qué compramos este sitio?

—¿Y eso te importaría?

Usagi se sujetó a las piernas de Mamoru mientras movías las suyas ligeramente para mantenerse a flote. Los senos rozaron el bañador ajustado y negro. El cuerpo de Mamoru recordaba cada momento que había pasado amándola y lo proclamó ante el mundo.

Usagi se dio cuenta.

—Vuelves a tener esa mirada, Usagi.

—¿Qué mirada? —repitió ella con cara de inocente.

—La misma que cuando anoche me dejaste pillarte.

—Yo no dejé que me pillaras.

—Mentirosa.

Con tres niños, sus paseos nocturnos eran el único momento en que podían estar juntos sin que les interrumpieran. Los niños reían y Mamoru les miró con un amor tan sobrecogedor que Usagi se quedó sin aliento. Jamás había conocido a un hombre capaz de amar tanto.

—Doy gracias a Dios por haberte encontrado, ángel mío —dijo mirándola.

Sintiéndose rebosante de felicidad, Usagi pensó que aquel hombre llevaba el corazón en las manos.

—Bueno, lo que está claro es que una cierta parte de ti sí me encontró. Tres  veces.

Mamoru se inclinó, extendió los brazos y la sacó del agua. Se la puso en el regazo como si sus hijos no estuvieran observando y riéndose a su costa. Ella le acarició la mejilla, acercando los labios.

—Yo también te amo.

—Eh, papá! ¡Papá! «Papá!» —berreó Alex cuando no contestó en tres segundos.

—Sí? —dijo Mamoru sin levantar los ojos.

—Déjate de besuqueos y ven a jugar.

—Ya estoy jugando, hijo mío —dijo él riendo.

—Papaaa! —llamaron los dos niños a la vez.

Usagi arqueó una ceja y Mamoru gruñó mientras apretaba la frente contra la suya.

La contrariedad que Mamoru manifestaba era sana para el ego de Usagi.

—¿Sabes? En todos esos libros sobre educación de niños no se decía nada sobre la falta de atención al padre.

Usagi apretó los labios al ver la amargura de su expresión.

—¡Son tus hijos!

—Algo que te viene estupendamente —dijo él, dirigiendo su mirada hacia su excitación—. Sobre todo ahora mismo.

—¡Eh! Que eras tú el que querías ser padre, Mamoru Chiba.

Estaba claro que la culpa era suya y del expolio al que había sometido la provisión de rosquillas. Mamoru la aceptó de buen grado, sonriendo mientras tiraba a su mujer al agua. Usagi salió a la superficie resoplando. Las risas de los niños les llegaron como una música dulce.

—Tendría que haberlo visto llegar —rezongó ella mientras se quitaba agua de la cara.

Mamoru se deslizó a su lado.

—Esperaba que dijeras eso.

La estrechó entre sus brazos y dejó que sintiera cómo le afectaba, diciéndole con la mirada que su paseo de aquella noche iba a ser muy largo. Mamoru agitó las cejas.

Ella se echó a reír y utilizó su cuerpo como apoyo para impulsarse.

—Eso será si me pillas —dijo antes de desaparecer bajo el agua.

—Píllala, papá! —exclamó Endymion batiendo palmas—. ¡Píllala!

—¡Por ahí va, papá! —gritó Alexander señalando.

—Gracias, chicos.

Mamoru se zambulló preguntándose si Usagi sabía lo mucho que sus hijos conspiraban contra ella. La atrapó por el tobillo, volvió a estrecharla entre sus brazos y la besó mientras salían a flote.

—¡Se supone que tenías que ahogarla! —gritó Alexander, pero soltó una risilla ante la mirada admonitoria de su madre.

—Espérame en el porche después de que se hayan dormido —dijo ella junto a sus labios—. Haremos que se estremezcan los árboles.

Mamoru gimió con sólo pensarlo y se apoderó de su boca en el momento en que los dos críos se lanzaban a escasos centímetros de ellos. Se separaron y Mamoru miró a su esposa con un ceño en la frente.

—Son tus hijos —le advirtió ella, risueña—. Apáñatelas con ellos.

Mamoru la contempló alejarse, su risa rebosaba promesas sensuales. Los niños se le subieron encima como monos pero, por mucho que los adorara, iba a tener que extenuarlos para que ella pudiera cumplir su promesa. Ese día y durante los próximos doscientos años.

💞Fin. 💞

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